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Olivia no podía decirle que jamás la encontrarían porque se hallaba muy lejos de Califomia. En ese momento se le ocurrió que enviaría un telegrama al barco para comunicar a Victoria que había cambiado de opinión y débía volver. Se angustió al recordar los submarinos alemanes que bloqueaban la costa de Inglaterra y, una vez más, se preguntó por qué la había dejado partir. A pesar de su preocupación, se sentía confortada por la proximidad de Charles. Percibía el olor a jabón y colonia que despedía. Era evidente que se había afeitado antes de acostarse, lo que consideró un detalle muy agradable. También notaba el calor de su cuerpo y la presión de sus brazos. De repente se apartó y le miró avergonzada. Al fin y al cabo era su cuñado, no su marido.

– Lo siento.

– No pasa nada.

Charles se había sentido complacido de tenerla abrazada por unos minutos. Ella se colocó en el otro extremo de la cama y, al poco tiempo, los dos se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente se levantaron y no volvieron a verse hasta la hora del desayuno. Geoffrey, que seguía disgustado, se negaba ir a Croton, pero no tenía otra opción, pues la cocinera y la sirvienta tenían el día libre y no podía quedarse solo en casa.

El viaje fue largo y triste. Olivia reflexionaba sobre lo que diría a su padre. Lo ensayó miles de veces, pero no estaba preparada para su expresión de dolor cuando le comunicó la noticia. Le habría causado menos daño si le hubiera disparado un tiro al corazón. Por fortuna Charles estaba a su lado y sirvió una copa de coñac a Edward, que les miró con la desesperación reflejada en sus ojos.

– ¿Creéis que se ha ido por mi culpa? El otro día le pregunté si era desdichada aquí. Sé que ésta no es vida para una chica joven, pero siempre insistía en que se sentía muy a gusto conmigo. Dejé que se quedara porque me resultaba más cómodo… la habría echado tanto de menos si me hubiera abandonado… pero ahora se ha marchado -dijo con lágrimas en los ojos. A Olivia le partía el corazón verle sufrir, y se sorprendió cuando se dirigió a Charles para añadir-: Creo que, antes de que te casaras, estaba enamorada de ti.

Olivia quedó horrorizada y se apresuró a intervenir:

– Seguro que te equivocas…Nunca me dijo nada…

– No era necesario -interrumpió Edward enjugándose las lágrimas-. Saltaba a la vista. Soy un hombre, noto esas cosas, pero en ese momento era más importante limpiar tu reputación, de modo que decidí pasar por alto sus senti- mientos.

– Dudo de que tengas razón…Me lo habría dicho. -Olivia intentó salvar su dignidad.

– ¿Acaso te dijo algo sobre esto? -exclamó. La joven meneó la cabeza con tristeza-. Entonces no pienses que lo sabes todo, Victoria Dawson.

A Olivia le horrorizaba que Charles pensara que había huido porque le amaba, tendría que convencerle de que no era así. Por fortuna él compartía su opinión.

– Creo que es imposible saber por qué lo ha hecho. La mente es un misterio, al igual que el corazón. Entre los gemelos existe un vínculo especial, están más unidos que otros seres y sienten cosas que los demás no percibimos. Quizá le resultaba demasiado duro pensar que Victoria tenía su propia vida, de modo que decidió marcharse para encontrarse a sí misma.

– ¿En un convento? -Ése no era el destino que Edward deseaba para su hija-. Aunque a ti te amenacé con encerrarte en uno -añadió dirigiéndose a Olivia-, no lo decía en serio.

– Pensaba que sí.

– Jamás lo habría hecho.

Sin embargo sí la obligó a casarse, pensó Olivia, y por eso había huido, pero no podía revelarle la verdad.

Tal como predijo Charles, Henderson decidió poner el asunto en manos de un detective. Charles se ocuparía de todo el lunes por la mañana. Olivia prometió que trataría de recordar el nombre de sus antiguas compañeras del colegio.

Cuando salieron de la biblioteca, Bertie la esperaba en la cocina con Geoffrey. Los dos lloraban. El ama de llaves había leído la carta y estaba tan desconsolada que apenas miró a la joven, que le dio un beso en la mejilla y se apresuró a salir. No quería estar demasiado cerca de Bertie por temor a que la reconociese.

Edward Henderson les invitó a pasar la noche en Croton. Charles explicó que le era imposible porque tenía un juicio al día siguiente y preguntó a su esposa si deseaba quedarse con Geoffrey. Olivia se negó con la excusa de que se deprimiría en esa casa sin su hermana. Lo cierto era que tenía miedo de que Bertie descubriera su verdadera identidad. Su padre lloró de nuevo cuando se despidieron.

Durante el trayecto en coche Charles comentó:

– Me pregunto si sospechaba que causaría semejante conmoción.

Se compadecía de Henderson, aunque se lo había tomado mejor de lo que esperaba. No aludió a las sospechas que habíá expresado Edward, pues consideraba que eran fruto de su imaginación.

– Si hubiera supuesto que nos disgustaríamos tanto, no lo habría hecho, estoy segura -repuso Olivia, que cada vez estaba más convencida de que debía enviar un telegrama a Victoria.

Eran las nueve de la noche cuando llegaron a casa y no habían cenado todavía. Olivia ordenó a Geoffrey que se pusiera el pijama y bajara a la cocina para tomar una sopa. Se ató el delantal, hurgó en la despensa y al cabo de diez minutos ya había puesto a hervir un caldo de verduras y preparado una ensalada y tostadas con mantequilla.

– ¿ Cómo lo has hecho tan rápido? -preguntó Charles asombrado.

Olivia sonrió, y se sentaron a la mesa. Geoff se animó tras comer la sopa, las tostadas y dos raciones de ensalada.

– Está todo muy bueno, Victoria -dijo con evidente sorpresa y una tímida sonrisa.

Ella guardó silencio, porque tenía miedo de mostrarse demasiado cariñosa y delatar su verdadera identidad. Se levantó para coger un plato de galletas de chocolate.

– ¿ Las has elaborado tú?

Olivia rió y negó con la cabeza.

– No, la cocinera.

– Me gustan más las de Ollie -afirmó el niño tras comer una.

Mientras Charles llevaba a Geoff a la cama, Olivia ordenó la cocina y, media hora más tarde, subió al dormitorio del niño, que ya estaba acostado. Le contempló desde el umbral de la puerta y pensó una vez más en lo afortunada que era su hermana, que sin embargo había renunciado a esa casa tan acogedora y la compañía de su marido e hijastro.

– ¿Te arropo? -preguntó.

Geoff se encogió de hombros. Todavía estaba triste, pero tenía mejor aspecto. En el coche había trazado planes para cuando Olivia regresara al final del verano; empezaba a creer que cumpliría su promesa y no les había abandona- do para siempre.

– Felices sueños -susurró la joven antes de dirigirse a su dormitorio, donde Charles la aguardaba. Había sido un día largo y tenía la espalda dolorida del viaje-. ¿Tienes un juicio mañana? -preguntó mientras se soltaba el pelo.

Charles asintió con cierta sorpresa, pues era la primera vez que se interesaba por su trabajo.

– No es muy importante -respondió, y volvió a concentrarse en sus papeles. Al cabo de unos minutos levantó la vista y agregó-: Gracias por la cena.

Olivia sonrió sin saber qué decir, para ella era muy normal ocuparse de esas tareas, pero estaba claro que Victoria no solía hacerlo.

– Creo que tu padre se lo ha tomado bastante bien -comentó él.

– Sí, yo también.

– Mañana acudiré a un despacho de detectives. Todavía me cuesta creer que Olivia se haya marchado… es tan responsable. No es propio de ella, debía de sentirse muy desdichada.

– Sí.

Era la conversación más larga que mantenía con su mujer desde hacía semanas, excepto cuando discutían.

Se cambiaron por separado, como siempre, y cada uno se tendió en un extremo de la cama, de espaldas al otro. Antes de dormirse Olivia se preguntó cómo podían vivir así; era tan triste.