Al día siguiente preparó el desayuno, aunque por lo general era la sirvienta quien se ocupaba de eso. Sabía que debía actuar como Victoria, pero no le costaba nada tener ese detalle. Charles había notado el cambio que había ex- perimentado su mujer desde la marcha de su hermana. Era como si de repente sintiera la necesidad de cuidarles, y tenía que admitir que le agradaba su nueva actitud. Geoff, por su parte, la miró extrañado, y Olivia se percató de que le observaba la mano, que por fortuna tenía cubierta por el trapo que había utilizado para no quemarse con los platos. Sabía qué buscaba, pero la marca era tan pequeña que le resultaría difícil verla.
– Que tengas un buen día -deseó al pequeño antes de que se marchara, pero no le besó.
Tampoco dijo nada especial a Charles cuando se fue a trabajar, ya que sospechaba que Victoria no debía de decir mucho; eso si les veía por la mañana.
Charles se mostró sorprendido de encontrarla en casa cuando regresó por la tarde, y Geoff se asombró todavía más al ver que estaba zurciendo en la cocina.
– ¿ Qué haces?
Olivia se sonrojó.
– Ollie me enseñó.
– Nunca te había visto coser.
– Pues si no lo hago tu padre tendrá que ir al despacho sin calcetines.
Geoff se rió y se sirvió un vaso de leche y unas galletas antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Sólo quedaba un mes para que finalizaran las clases y estaba impaciente porque llegaran las vacaciones.
El resto de la semana transcurrió sin grandes sobresaltos. Olivia apenas hablaba y actuaba con gran cautela, pues no quería dar ningún paso en falso que la delatara. Se alegró al enterarse de que el viernes Geoff dormiría en casa de un amigo y Charles pasaría toda la tarde fuera de la ciudad con unos clientes, con los que después cenaría; como sabía que Victoria detestaba esa clase de compromisos, no la invitó. Así pues, aprovechó la circunstancia para echar un vistazo a las cosas de su hermana. Revisó sus libros, los artículos que había recortado de los periódicos, las cartas que había recibido de sus amigos de Nueva York y las invitaciones que había aceptado. Se celebraba una fiesta en Ogden MilI dentro de dos semanas, y Victoria no le había comentado nada al respecto, pero por fortuna le había informado de todo lo demás. Mientras estaba absorta en esta tarea, se sintió de pronto mareada y temió perder el equilibrio, por lo que decidió descansar, pero poco después co- menzó a dolerle la cabeza. No sabía qué le ocurría, no tenía fiebre ni frío, y esa mañana, al levantarse, se sentía bien. Cuando Charles llegó a casa, la encontró en la cama y se sorprendió al ver que estaba muy pálida.
– Quizá has comido algo que te ha sentado mal-comentó sin demasiado interés.
Había sido un día largo, pero estaba contento porque había conseguido un nuevo cliente.
– Tal vez.
– Por lo menos sabemos que no estás embarazada -afirmó él con sarcasmo.
Olivia se sentía demasiado enferma para replicar. Le costó conciliar el sueño y, cuando por fin lo consiguió, despertó con la sensación de que se ahogaba. Le resultaba difícil respirar, le faltaba aire, de modo que se levantó asustada. Charles se incorporó en la cama.
– ¿Estás bien? -preguntó adormilado, y le ofreció un vaso de agua.
Olivia tosió y él la ayudó a sentarse en la silla.
– He tenido una pesadilla horrible…
De pronto sintió pánico e intuyó que algo le había sucedido a su hermana.
Charles leyó sus pensamientos.
– Estás agotada -dijo. Una vez más le sorprendió el vínculo que unía a las dos hermanas; estar separadas les resultaba traumático-. Seguro que se encuentra bien.
Olivia le agarró por el brazo.
– Charles, sé que le ha pasado algo.
– No puedes saberlo.
Intentó llevarla a la cama, pero ella se negó.
– No puedo respirar -exclamó asustada. ¿ Y si su hermana estaba enferma? Presentía que algo iba mal y rompió a llorar.
– ¿Quieres que llame al médico, Victoria?
– No lo sé…Charles…estoy muy asustada…
Él se arrodilló a su lado y le cogió la mano. Estaba preocupado, pues nunca la había visto así. Al final la convenció de que se acostara. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, Olivia tenía la sensación de que se ahogaba.
– Lo siento… pero intuyo que le ha pasado algo horrible.
– Seguro que no -repuso Charles, que quería confortarla y se sorprendía de lo frágil que parecía en esos momentos.
Olivia no logró dormir esa noche, pero a la mañana siguiente estaba más tranquila. Yacía muy quieta en la cama, como si estuviera en trance.
– ¿Quieres una taza de té, Victoria? -preguntó Charles.
Observó que tenía mal aspecto y decidió que llamaría al médico más tarde. En los once meses que llevaban juntos nunca se había puesto enferma. Era evidente que la marcha de su hermana la había afectado mucho.
Mientras le preparaba el té, la joven apareció descalza en la cocina. Se sentía mejor cuando se sentó y desplegó el periódico, pero quedó paralizada al leer el titular de la primera página. El Lusitania había sido torpedeado a veinticinco kilómetros de la costa de Irlanda y se había hundido en menos de dieciocho minutos. Se temía que el número de víctimas fuera elevado, pero todavía no se había elaborado la lista de supervivientes.
– ¡Dios mío! ¡Charles! -exclamó.
Él logró cogerla antes de que se desvaneciera. La sirvienta entró en ese instante, y Charles le ordenó que avisara al médico. La llevó al dormitorio en brazos y la tendió en la cama. Unos minutos más tarde la joven recobró el conocimiento al percibir el olor de unas sales que Charles le había aplicado a la nariz.
– Dios mío… Charles…
El barco se había hundido, y no sabía si su hermana estaba viva. No tenía modo alguno de averiguarlo y tampoco podía explicárselo a su marido. Sólo podía llorar. Charles la contempló con preocupación.
– No hables, Victoria, cierra los ojos, tranquilízate y…
Se interrumpió al oír el sonido de pasos que se acercaban a la habitación.
– ¿Qué sucede aquí? -preguntó con tono alegre el médico al entrar.
Enseguida se percató de que la señora Dawson estaba muy enferma.
– Lo siento, doctor -balbuceó ella antes de romper a llorar de nuevo.
Charles la miraba de hito en hito, todo era muy extraño. Su mujer había cambiado desde la marcha de su hermana, por lo que pensó que quizá sufría una depresión nerviosa. Olivia intentó explicar sus síntomas al médico, aunque no necesitaba su diagnóstico; ya sabía lo que le sucedía. Empezó a encontrarse mal cuando el barco se hundió.
Charles habló con el médico en privado, le refirió lo que había hecho la hermana de su esposa, y llegaron a la conclusión de que ésta sufría una depresión nerviosa, una reacción habitual en los gemelos que eran separados. Sin embargo, le sorprendía que no hubiera ocurrido antes, durante la luna de miel. El doctor recordó que en algunos casos uno de los gemelos tendía a adoptar la identidad o personalidad del otro, lo que explicaba el reciente cambio de actitud de su mujer, que ahora se comportaba como Ollie. A continuación recomendó que la joven descansara y no tuviera ningún disgusto. Charles le narró entonces cómo había reaccionado al leer la noticia del naufragio del Lusitania.
– ¿ Es terrible, verdad? Malditos boches.
De pronto recordó que Charles había perdido a su primera esposa en el Titanic, de modo que cambió el tema. Sugirió que era mejor que Geoffrey se quedara en casa de su amigo un par de días más e inquirió si era posible que su mujer estuviera embarazada.
Charles quedó sorprendido y se preguntó si era posible.
– Hablaré con ella, podría ser.
Antes de marcharse el médico prometió que volvería el lunes y le dio un calmante para que la joven pudiera dormir. Cuando Charles se lo tendió, Olivia se negó a tomarlo.