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Olivia no se atrevía a mirarla a los ojos.

– Victoria…por favor…no -balbuceó-. Regresaré a Croton cuando tú vuelvas… sólo te pido que me dejes visitarlas…

– ¡Cállate! -interrumpió Victoria entre risas a pesar del dolor-. Has sido una chica mala, ¿ eh? Lo encuentro muy divertido. Olivia, yo no le quiero, nunca le he querido. Es tuyo. Ésa es la razón por la que no regresé después del verano… no podía. ¿Cuándo cambiaron las cosas entre vosotros?

– Después de saber que habías sobrevivido al hundimiento del Lusitania. -Olivia pensó que su hermana no había cambiado.

– ¿Es ésa tu idea de una buena celebración?

– Eres incorregible -susurró Olivia.

– Tú sí eres incorregible. Te ofrezco una relación casta con un hombre que me odiaba y no quería acostarse conmigo, y tú le seduces. Tú eres la seductora de la familia y mereces estar casada con él…aunque no concibo peor destino que ése. De todos modos, se os ve muy felices. Charles es un hombre con suerte.

– Yo también -musitó Olivia.

Victoria miró a su hermana con cariño.

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó-. Tenemos que decírselo.

– Me odiará -afirmó Olivia.

– No lo creo. Es un hombre bueno. Al principio se enfadará, pero ¿qué hará? ¿Abandonar a la mujer que ama y a sus dos hijas? No seas tonta. Por cierto, tengo que confesarte algo.

– Dime, a ver si me superas -animó Olivia al tiempo que se santiguaba.

– Hace tres meses di a luz a un niño precioso que se llama Olivier -explicó con orgullo-. No sé si adivinarás en honor de quién le puse ese nombre.

Por alguna extraña razón a Olivia no le sorprendió la noticia.

– Conque ésa es la razón por la que no viniste a casa el verano pasado.

Victoria negó con la cabeza.

– No; no es ésa. Simplemente no me apetecía. Ni siquiera sabía entonces que estaba embarazada. Su padre era un hombre muy especial.

Victoria le habló de Édouard, lo que había significado para ella y los planes que habían trazado. Jamás había conocido a nadie como él. Le contó la forma en que había muerto. La vida nunca volvería a ser igual sin él. Al escuchar a su hermana Olivia comprendió que había encontrado al hombre perfecto en medio de una guerra.

– ¿Dónde se encuentra tu hijo ahora?

Victoria le explicó que lo había dejado al cuidado de la condesa, que hacía un par de días había huido a casa de su hermana porque había más francotiradores en la zona.

– Quiero que te ocupes de él. Le incluí en mi pasaporte, más bien en el tuyo, de modo que no tendrás problemas para viajar con él, siempre y cuando a Charles no le moleste.

– A Charles le molestarán muchas cosas después de que hablemos con él, pero tendrá que aprender a superarlas -repuso Olivia. No tenía por qué seguir viviendo con ella, pero no podía impedir que se llevara consigo al hijo de Victoria a Nueva York-. ¿Qué pasará contigo? ¿Cuándo volverás a casa?

No tenía ningún sentido que permaneciera allí, sobre todo tras la muerte de su amado.

– Quizá no vuelva, Ollie -respondió con tono apesadumbrado.

Desde el fallecimiento de Édouard le parecía que ya no tenía hogar. Olivia estaba con Charles, y no se imaginaba viviendo en la casa de Nueva York, y mucho menos en Henderson Manor. Sólo deseaba estar junto a Édouard.

– No digas eso -la reprendió Olivia.

Daba la impresión de que Victoria no quería vivir sin Édouard, ni siquiera por su hijo.

– Dejó a Olivier su castillo y la casa de París. Cuando nació se puso en contacto con su abogado y cambió su testamento. Quería asegurarse de que su mujer no se lo quedara todo. En cualquier caso, la ley francesa protege a Olivier, que además lleva el apellido de Édouard. Cuando vuelvas a casa deberías ocuparte de que tenga su propio pasaporte -explicó Victoria, que estaba preocupada por el futuro de su hijo.

– ¿ Por qué no vuelves a casa con nosotros?

– Ya veremos.

Charles se unió a ellas más tarde, cuando las hermanas ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. Victoria estaba cansada y necesitaba descansar. Charles la observó antes de acompañar a Olivia al exterior y pensó que tenía un aspecto terrible, pero no se lo comentó a su esposa. Tomaron un café en el comedor y, cuando regresaron a la tienda Victoria dormía.

A primera hora de la tarde la visitaron de nuevo. La enfermera les informó de que tenía fiebre y no debían quedarse mucho tiempo, pero no les explicó si había empeorado. Victoria había insistido en ver a Charles, pues quería ser ella quien le explicara la verdad. Cuando la pareja llegó estaba muy pálida, pero tenía una expresión tranquila en el rostro.

– Charles, tenemos algo que decirte -anunció con voz queda, y a Olivia comenzó a latirle deprisa el corazón-. Hace un año hicimos algo terrible, pero no es culpa de mi hermana. Quiero que sepas que yo la obligué, no tuve más remedio.

Charles sintió un escalofrío. Percibía algo muy familiar en esos ojos tan fríos.

– No quiero escucharte -dijo.

Quería huir, pero Victoria le mantuvo clavado con su mirada.

– Tienes que escucharme, no habrá otra ocasión -aseguró. Deseaba aclarar ese asunto de una vez por todas. Por el bien de todos-. No soy quien tú piensas, ni siquiera soy la persona que indica mi pasaporte, Charles.

Le miró de hito en hito, y él comprendió. Contempló a Olivia boquiabierto y después a su esposa, la verdadera, que yacía herida en la cama de un hospital.

– ¿Me estás diciendo… me estás diciendo que…? No se atrevía a pronunciar las palabras.

– Te estoy diciendo algo que ya sabes pero que quizá no quieres oír -afirmó Victoria. Conocía bien a Charles, a pesar del desprecio que había llegado a inspirarle. lntuía que la reconocía como la mujer con quien se había casado-. Tú y yo nos odiábamos, y tú lo sabes. Si me hubiera quedado a tu lado, habría acabado por destrozar nuestras vidas. No pudimos cumplir nuestro acuerdo, pero Olivia te ama y ha sido buena contigo, y tú también la amas.

Victoria tenía razón, y por eso le dolían tanto sus palabras. Si hubiera estado sana, la habría abofeteado. La miró con expresión horrorizada mientras se obligaba a asimilar una realidad en la que no deseaba pensar.

– ¿ Cómo te atreves a decirme ahora esto? ¿ Cómo os atrevéis las dos? -exclamó con tono indignado-. Ya no sois unas niñas para jugar a estas cosas. Tú eras mi esposa y me debes más que esto…Victoria.

La rabia le impedía hablar.

– Te debo más de lo que te di, pero sólo podía darte dolor. Además, tú no querías amarme. Tenías demasiado miedo…estabas demasiado dolido por lo que habías perdido, pero…quizá Olivia supo ofrecerte lo que necesitabas. No la temes como a mí, Charles. Si fueras sincero, reconocerías que la amas.

Por el bien de Olivia, era necesario que Charles comprendiera que tenía razón.

– Os odio a las dos y no permitiré que me digas lo que debería o no debería habér hecho. Tampoco tolero que me digas a quién amo. No me importa si estás enferma o herida, creo que las dos estáis enfermas por jugar con las per- sonas. No seré un juguete para vosotras, ¿me oís? -exclamó con furia mientras contenía las lágrimas y se marchó.

Olivia sollozaba en silencio, y Victoria le apretó la mano con las pocas fuerzas que le quedaban.

– Lo superará, Olivia…créeme. No te odia… En ese instante llegó la enfermera y pidió a Olivia que se fuera. Dio un beso a su hermana en la mejilla y prome- tió visitarla más tarde.

Al salir buscó a Charles pero no consiguió encontrarle. Cuando estaba a punto de desistir le divisó frente a los barracones de los hombres, caminando nervioso de un lado a otro.

– ¡No me hables! -exclamó con tono colérico cuando ella se acercó-. Ni siquiera te conozco. Ninguna persona honrada sería capaz de mantener un engaño durante un año. Es indignante, despreciable. Deberíais estar casadas la una con la otra -masculló temblando de rabia.