– ¿Qué vas a hacer con él? -preguntó Charles mientras esperaban a que el Espagne zarpara.
– Le llevaré a Croton conmigo.
– ¿Es allí a donde irás?
– Supongo que sí.
Charles había reservado dos camarotes individuales, uno a su nombre y otro al de la señorita Olivia Henderson, y apenas la vio durante el viaje.
Pasó la mayor parte de la travesía solo. Necesitaba tiempo para lamerse las heridas y reflexionar. No entendía cómo Olivia se había atrevido a suplantar a su hermana durante un año entero. Pensó que tal vez Victoria estaba en lo cierto al decir que él lo sabía desde el principio, pero que había preferido no admitirlo. Recordó las veces en que albergó alguna sospecha que optó por no tomar en serio. Comprendió que Victoria debía de haber prometido a su hermana una relación sin amor y sin contacto físico, pero todo había cambiado de repente por obra de la dulzura y bondad de Olivia… a la que él había deseado con toda su alma. A pesar de no estar casados, había compartido con ella algo que jamás había tenido con ninguna otra mujer. Recordó la noche en que Olivia dio a luz a las gemelas, curiosamente habían nacido con pocas horas de diferencia respecto al hijo de Victoria. Todo era tan extraño e increí- ble. Resultaba difícil distinguir dónde empezaba una y terminaba la otra, dónde estaba la mentira y dónde la verdad. También costaba distinguir entre amor y deseo. Victoria tenía razón, Charles había tenido miedo de amar y dejarse amar, pero con Olivia todo había sido diferente. Había pasado un año de su vida con cada una y, por sorprendente que pareciera, tenía claro quién era su esposa de verdad, la mujer a la que amaba.
El tercer día Charles no aguantó más y llamó a la puerta de Oliva. Su camarote era más pequeño, pues ella había insistido en que fuera así y en reembolsarle el dinero del pasaje cuando llegaran a Nueva York. Para Charles había sido como un insulto.
La mujer abrió la puerta unos centímetros. Estaba muy pálida, parecía cansada y era evidente que había llorado.
– ¿ Puedo entrar? -preguntó Charles cortésmente.
Olivia titubeó antes de abrir la puerta un poco más.
– El niño duerme -informó para desanimarle.
Charles sonrió.
– No levantaré la voz. Hace días que deseo hablar contigo, desde antes de que muriera Victoria, pero me ha sido imposible acercarme a ti. Conversé con tu hermana la mañana antes de que falleciera.
– Lo sé. Me dijo que ya no estabas enfadado.
– Es cierto, y creo que tenía razón en muchas de las cosas que dijo, pero fui demasiado tonto para darme cuenta. Yo me hubiera quedado en el barco hasta que se hundiera, pero Victoria era más lista y fuerte y escapó antes. Yo de- bería haber hecho lo mismo.
– No siempre es fácil-concedió Olivia, que a continuación agregó-: Quería disculparme. Tú también tienes razón en algunas cosas. No teníamos derecho a hacer lo que hicimos contigo, no era correcto…No sé en qué pensaba. Supongo que era mi única oportunidad de estar contigo. Fue un disparate.
– En realidad no -repuso Charles-. Era la única manera de estar juntos. Lo cierto es que hacemos buena pareja.
– ¿ Ah, sí?
– Sí, Olivia. Sería un error que renunciáramos a todo lo que tenemos. Victoria no lo hubiera querido.
– ¿ Y qué quieres tú? -preguntó ella al recordar su mirada de odio y los reproches que le había lanzado.
– Te quiero a ti. Quiero recuperar lo que hemos construido juntos. Desde un principio supe que podría enamorarme de ti, pero tenía tanto miedo de amarte que me arrojé en los brazos de tu hermana. Sabía que nunca sentiría nada por ella.
– Hay que ser estúpido para casarse por una razón así.
– Quizás estamos hechos el uno para el otro. -Charles sonrió.
A continuación Olivia intentó explicarle algo que le provocó una sonrisa aún más amplia.
– Deseo que sepas que nunca tuve la intención de…Victoria me dijo que…-La joven se interrumpió, ruborizada.
Charles sabía muy bien a qué se refería.
– No te creo, estoy convencido de que pretendías seducirme -dijo en broma mientras la tomaba en sus brazos. De pronto se le ocurrió una pregunta-: ¿Sabía Geoff lo que te traías entre manos?
– Conseguí engañarle durante un tiempo. Creo que albergó ciertas sospechas, pero me esforcé por mostrarme desagradable con vosotros de vez en cuando para hacerle dudar. Sin embargo cuando me corté la mano en Croton vio la peca y me reconoció.
– ¿ Y lo ha sabido todo este tiempo?
Olivia asintió.
– Increíble -añadió Charles, que tomó su mano derecha y contempló la pequeña mancha.
A Olivia se le saltaron las lágrimas. Ahora la peca ya no importaba, Victoria se había ido para siempre.
– La echo tanto de menos -susurró.
– Yo también. Lamento que ya no esté aquí para hacerte feliz. Además me arrepiento de las cosas tan terribles que te dije.
Olivia asintió y permaneció largo rato llorando en sus brazos.
– Perdóname, Charles. Yo te quería.
– ¿ Y ahora? ¿Todavía me quieres?
– Claro que sí. Nada puede cambiar eso.
– Entonces ¿aceptas casarte conmigo? -preguntó con tono solemne.
– ¿No te resulta embarazoso tomar esa decisión después de lo que ha ocurrido?
– No. Creo que es más embarazoso estar rodeado de una pandilla de niños ilegítimos. Quizás el capitán pueda casarnos. -Se arrodilló y le preguntó-: ¿ Me aceptas como esposo?
– Sí.
– Gracias. Hablaré con el capitán -dijo antes de darle un beso.
En ese instante el niño comenzó a llorar, y Olivia miró a su futuro marido.
– Con Olivier en casa será como tener trillizos.
– Tal vez ayude a nuestras hijas a ser más equilibradas.
Al día siguiente contrajeron matrimonio en el camarote del capitán. Olivia lucía el único vestido decente que tenía, de color verde, y llevaba las únicas flores que había en la floristería del barco: claveles blancos. Estaban en tiempos de guerra. El capitán les declaró marido y mujer, y Charles besó a la novia.
Cuando se aproximaban a su destino enviaron un cable a Geoff y Bertie para comunicarle que llegarían el viernes y lo firmaron «Papá y Ollie». Cuando el barco ancló en el puerto de Nueva York, Bertie les esperaba con las gemelas y Geoff, quien quedó sorprendido al ver que llevaban a un bebé en brazos y luego se fijó en Olivia para adivinar si era ella o su hermana. Al final la reconoció e hizo una seña al ama de llaves. Su querida Ollie no le había abandonado. Esta vez era ella quien había perdido al ser más querido: su hermana y amiga, su cómplice y confidente. La vida sería diferente sin Victoria. La echaría de menos, pero siempre estaría en su corazón. Su gemela era la persona a la que más había querido hasta que aparecieron Charles y sus hi- jos. Representaba la otra cara de su vida, de su corazón…, la otra cara del espejo.
Danielle Steel