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– Pues me alegro de que no te arrestasen -repuso Olivia con firmeza.

– ¿Por qué le llamaste? -preguntó su hermana buscando la respuesta en sus ojos.

Eran miles las cosas que no se decían pero que sabían.

– No se me ocurrió a quién llamar. No quería que me acompañaran Donovan o Petrie, pero tenía miedo de ir sola. El sargento me aconsejó que no lo hiciera.

– Podrías haber ido sola de todos modos, no le necesitabas. Además, es un ser insignificante. -Victoria no entendía qué veía su hermana en él.

– No lo es -le defendió Olivia. No cabía duda de que Charles era un poco apocado, pero el destino le había deparado un cruel revés. Sentía lástima por él, pero también atracción. En su interior vislumbraba al hombre que había sido antes y quizá, con un poco de bondad y la mujer adecuada a su lado, podía volver a ser. -Ha sufrido mucho.

– Ahórrame los detalles. -Victoria se mostraba en ocasiones muy cruel con los más débiles.

– Eres injusta. Acudió enseguida para ayudarte. -Nuestro padre es uno de sus mejores clientes.

– No lo hizo por eso. Podría haberse excusado diciendo que estaba ocupado.

– Quizá le gustas -observó Victoria en broma.

– Tal vez le gustas tú -replicó Olivia.

– Lo más probable es que no sepa diferenciarnos.

– Eso no significa que sea mala persona. Tampoco nos distingue muchas veces nuestro padre. Bertie es la única que nunca nos confunde.

– Quizás es la única que se ha preocupado lo suficiente.

– ¿Por qué eres tan despiadada?

Detestaba que su hermana dijera cosas así, era como si no tuviera sentimientos.

– Quizá lo soy. También soy dura conmigo misma. Espero mucho de las personas, Olivia, y también espero hacer algo más en la vida que asistir a fiestas, a bailes y al teatro.

A su hermana le sorprendieron sus palabras.

– Pensaba que te gustaba estar en Nueva York. Siempre te has quejado de lo aburrido que es Croton-on-Hudson.

– Es cierto, me encanta estar aquí, pero no sólo por la vida social; quiero que alguna vez me ocurra algo importante, hacer algo por el mundo, llegar a ser alguien por méritos propios, no por ser la hija de Edward Henderson.

– Parece un propósito muy noble -comentó Olivia con una sonrisa.

Victoria acariciaba grandes ambiciones, pero aún era una chiquilla, una niña mimada. Lo quería todo: la gente y las fiestas de Nueva York, pero también luchar en todas las batallas, enmendar todas las injusticias y hacer algo por el mundo. En realidad no sabía lo que buscaba, pero a veces Olivia presentía que haría mucho más en esta vida que quedarse en Croton.

– ¿Qué tal si fueras la esposa de alguien?.

– No lo deseo en absoluto. No quiero pertenecer a nadie.

Cuando dicen «ésta es mi mujer», es como si dijeran éste es mi sombrero, mi abrigo o mi perro; me niego a ser como un objeto. No quiero ser de nadie.

– Pasas demasiado tiempo con esas estúpidas sufragistas -gruñó Olivia.

Con excepción del voto para la mujer, no estaba de acuerdo con nada de lo que reivindicaban. Sus ideas sobre la libertad y la independencia iban en contra de los valores que siempre había considerado más importantes, como la familia y los hijos, o el respeto al padre y al marido, y dudaba de que Victoria creyera en ello a pie juntillas. A su hermana le gustaba fumar, robar el coche de la familia, ir sola a todas partes e incluso que la arrestaran por defender un ideal, pero quería a su padre con locura, y Olivia estaba segura de que si algún día encontraba a su príncipe azul, se enamoraría como cualquier otra mujer, incluso más. ¿Cómo podía decir que no quería «pertenecer» a nadie, ser la esposa de un hombre?

– Hablo en serio. Hace mucho tiempo que tomé la decisión de no casarme.

Olivia sonrió, convencida de que mentía.

– ¿ Qué quieres decir con «hace mucho tiempo»? ¿Significa eso que te quedarás en casa para cuidar de nuestro padre?

Era ridículo. Cabía la posibilidad de que Olivia se quedara en casa para ocuparse de él, pero Victoria no; ambas sabían que no era su estilo, o al menos ella lo sabía, y se preguntó si su hermana había pensado en ello alguna vez. ¿Creía de verdad que sería feliz con él en Croton? No parecía muy probable.

– Yo no he dicho eso. Dentro de unos años tal vez me vaya a vivir a Europa. Creo que me gustaría instalarme en Inglaterra, por ejemplo.

Inglaterra era el país en el que el movimiento de liberación de las mujeres estaba más desarrollado, aunque su acogida no había sido mejor que en Nueva York u otras ciudades de Estados Unidos. En los últimos meses habían arrestado y encarcelado a media docena de sufragistas por lo menos.

A Olivia le sorprendían sus palabras, sobre todo su idea de vivir en Europa y no casarse nunca. Una vez más pensó en cuán distintas eran. A pesar de lo mucho que tenían en común y de su parecido físico, existían enormes diferencias entre ambas.

– Quizá deberías casarte con Charles Dawson -comentó Victoria en broma mientras se vestían-. Ya que lo encuentras tan dulce, quizá te gustaría unirte a él -añadió mientras subía la cremallera del vestido de Olivia y luego se giraba para que ésta hiciera lo mismo con el suyo.

La cremallera era un nuevo invento que se había puesto de moda ese año; era muy fácil de cerrar y más práctica que las hileras de diminutos botones.

– No seas tonta. Sólo lo he visto dos veces -protestó Olivia.

– Pero te gusta, no mientas, lo noto.

– De acuerdo, me gusta. ¿ y qué? Es inteligente, buen conversador y muy útil cuando mi hermana acaba con sus huesos en la cárcel. Si te empeñas en estar entre rejas, al final tendré que casarme con él o bien estudiar la carrera de derecho.

– Eso estaría mejor -repuso Victoria.

Aunque ya habían hecho las paces y Olivia casi había olvidado el incidente de esa tarde, obligó a su hermana a jurar que no se acercaría a una manifestación durante el resto de su estancia en Nueva York. N o quería pasar todo el tiempo sacándola de líos. Victoria se lo prometió a regañadientes mientras encendía un cigarrillo en el cuarto de baño, a pesar de las protestas de su gemela, que afirmaba que era un hábito impropio de una mujer.

– ¡Si Bertie supiera que fumas, te mataría! -exclamó Olivia al tiempo que la apuntaba con el cepillo.

Una vez vestidas, salieron de la habitación para dirigirse al comedor.

– Por cierto, me gustan mucho los trajes que escoges. Quizá viva siempre contigo y me olvide de Europa -comentó Victoria mientras bajaban por la escalera.

– La verdad es que no me importaría.-Olivia experimentó una tristeza repentina ante la posibilidad de que se separaran algún día. Nunca pensaba en el matrimonio porque no concebía la idea de abandonar a su padre ya su hermana-. Me resulta imposible imaginar que nos separemos alguna vez.

– Eso no ocurrirá nunca, Ollie, todo es palabrería. No podría estar lejos de ti. -Notaba que la había disgustado con sus comentarios sobre Europa-. Me quedaré en casa contigo y dejaré que me arresten cuando necesite un respiro.

– ¡Atrévete!

Entraron en el comedor, donde Bertie las esperaba vestida con un traje de seda negro que le favorecía mucho y que Olivia había copiado de una revista de París. Se lo ponía siempre que tenía el honor de cenar con la familia.

– ¿Dónde has estado toda la tarde, Victoria? -preguntó mientras se sentaban. Las chicas desviaron la mirada.

– En el museo. Hay una exposición maravillosa de Turner cedida por la National Gallery de Londres.

– ¿Ah, sí? -Bertie aparentó sorpresa y fingió creerla-. Pues tendré que ir.

– Te encantará -aseguró Victoria sonriente.

Olivia estaba distraída, preguntándose cómo sería la casa cuando sus padres vivían allí y quién se parecía más a su madre, ella o su hermana. Era una cuestión que se planteaba a menudo, pero no podía consultar a su padre, pues le resultaba muy doloroso hablar de ella a pesar de los muchos años transcurridos.