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– ¿Algún problema psicológico o tratamiento?

– Ninguno.

– Es interesante. Me encantaría ver el patrón de las ondas cerebrales. ¿Está disponible?

– Es material confidencial en estos momentos.

– Hummm. -Reeanna bebió un sorbo de su café con leche pensativa-. Sin ninguna anomalía física o psiquiátrica conocida, ni adicción o consumo de sustancias, me inclinaría hacia un problema cerebral. Tal vez un tumor. Pero supongo que no ha aparecido nada en la autopsia.

Eve pensó en el pequeño orificio, pero negó con la cabeza.

– Un tumor no.

– Hay clases de predisposición que escapan al escáner y la evaluación genética. El cerebro es un órgano complicado y sigue despistando a la más elaborada tecnología. Si pudiera ver su historial familiar… Bueno, lo primero que me viene a la cabeza es que el individuo en cuestión tenía una bomba de relojería genética que no se detectó en los análisis normales. Había llegado a un momento de su vida en que se agotan los fusibles.

Eve arqueó una ceja.

– ¿Y estalló?

– Por así decirlo. -Reeanna se inclinó hacia ella-. Todos somos programados en el seno materno, Eve. Cómo y quiénes somos. No sólo el color de los ojos, la estatura y la pigmentación de la piel, sino también la personalidad, gustos, intelecto o escala emocional. El código genético en el momento de la concepción. Puede modificarse hasta cierto punto, pero lo esencial permanece inalterable. Nada puede cambiarlo.

– ¿Somos tal como éramos al nacer? -Eve pensó en una mugrienta habitación, una luz roja parpadeante y una niña acurrucada en una esquina con un cuchillo sangriento.

– Exacto. -Reeanna sonrió radiante.

– Se olvida del entorno, del libre albedrío, del instinto básico del hombre de mejorar -objetó Mira-. Al considerarnos criaturas meramente físicas sin corazón ni alma ni una serie de decisiones que tomar a lo largo de nuestra vida, nos rebaja a la condición de animales.

– Eso somos -repuso Reeanna agitando el tenedor en el aire-. Comprendo su enfoque como terapeuta, doctora, pero el mío como fisióloga va por otros derroteros, como quien dice. Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida, lo que hacemos, cómo vivimos y en qué nos convertimos fue grabado en nuestros cerebros mientras nadábamos en el útero. El sujeto en cuestión, Eve, estaba destinado a quitarse la vida en ese momento, en ese lugar y de esa forma. Las circunstancias podrían haberlo cambiado, pero el resultado habría sido a la larga el mismo. Era su destino.

¿Destino?, pensó Eve. ¿Había sido su destino ser violada y maltratada por su padre? ¿Convertirse en menos que un ser humano, y luchar para escapar de ese abismo?

Mira meneó la cabeza.

– No estoy de acuerdo. Un niño que nace en la miseria en Budapest, que es separado de su madre al nacer y criado en un ambiente privilegiado en París, rodeado de amor y atenciones, reflejaría esos cuidados, esa educación. El entorno afectivo y el instinto humano básico de mejorar no pueden dejarse de lado.

– De acuerdo hasta cierto punto -repuso Reeanna-. Pero la impronta del código genético, lo que nos predispone al éxito o al fracaso, al bien o al mal, anula todo lo demás. Aun en los hogares donde hay más amor y mejores atenciones crecen monstruos; y en los rincones más sórdidos del universo, la bondad, incluso la grandeza, sobrevive. Somos lo que somos, y lo demás son apariencias.

– Si suscribo tu teoría -dijo Eve despacio-, el sujeto en cuestión estaba destinado a quitarse la vida. Ninguna circunstancia ni cambio en el entorno podría haberlo impedido.

– Exacto. La predisposición estaba allí, oculta. Seguramente lo desencadenó un hecho en concreto, pero podría tratarse de una nimiedad, algo que pasaría fácilmente por alto en otro patrón de ondas cerebrales. La investigación que está llevando a cabo el Instituto Bowers ha aportado pruebas consistentes del patrón genético del cerebro y su indiscutible influencia en la conducta. Puedo conseguirle discos sobre el tema, si lo desea.

– Os dejo con vuestros estudios sobre el cerebro -dijo Eve-. Tengo que volver a comisaría. Te agradezco tu tiempo, Mira. -Se puso en pie-. Y tus teorías, Reeanna.

– Me encantaría discutirlas con más tiempo. En otra ocasión. -Reeanna le estrechó la mano-. Dale recuerdos a Roarke.

– Lo haré. -Eve se volvió ligeramente cuando Mira se levantó para besarla en la mejilla-. Ya te llamaré.

– Eso espero, y no sólo cuando tengas un caso que discutir. Saluda a Mavis de mi parte.

– Claro.

Se echó el bolso al hombro y se encaminó a la salida, deteniéndose brevemente para sonreír con desdén al maitre.

– Una mujer fascinante -comentó Reeanna lamiendo despacio la parte posterior de la cuchara-. Con un gran autodominio, algo irritable, y poco acostumbrada y algo reacia a las demostraciones espontáneas de afecto. -Rió al ver a Mira arquear una ceja-. Lo siento, son gajes del oficio. Saca de quicio a William. No era mi intención ser desagradable.

– Estoy segura. -Mira sonrió y la miró con afecto y comprensión-. A menudo me sorprendo haciendo lo mismo. Y tiene razón, Eve es una mujer fascinante. Se ha hecho a sí misma, lo que me temo que puede hacer tambalear su teoría de la impronta genética.

– ¿De veras? -Intrigada, Reeana se inclinó hacia ella-. ¿La conoce bien?

– Tanto como es posible. Eve es muy reservada.

– Veo que le tiene mucho afecto -observó Reeanna asintiendo con la cabeza-. Espero que no me interprete mal si le digo que no era lo que me esperaba cuando me enteré que Roarke se iba a casar. Que se casara me pilló por sorpresa, pero imaginé que su esposa sería el colmo del refinamiento y la sofisticación. Una policía que lleva un arma como cualquier otra mujer lleva un collar de familia no era la idea que tenía del gusto de Roarke. Sin embargo armonizan. -Y añadió con una sonrisa-: Podría decirse que estaban hechos el uno para el otro.

– En eso estoy de acuerdo.

– Y dígame, doctora Mira, ¿qué opina de los cultivos de ADN?

– Oh, verá… -Mira se acomodó para entregarse a una animada discusión.

Sentada ante el ordenador de su escritorio, Eve reorganizaba los datos reunidos sobre Fitzhugh, Mathias y Pearly. No lograba encontrar un nexo, un terreno común. La única correlación real entre los tres era el hecho de que ninguno había presentado tendencias suicidas con anterioridad.

– Probabilidades de que los casos estén relacionados -pidió Eve.

TRABAJANDO. PROBABILIDAD DEL 5,2 POR CIENTO.

– En otras palabras, nada. -Eve resopló y frunció el entrecejo cuando un aerobús pasó con gran estruendo, haciendo vibrar la pequeña ventana-. Probabilidades de homicidio en el caso de Fitzhugh partiendo de los datos conocidos hasta el momento. SEGÚN LOS DATOS CONOCIDOS HASTA EL MOMENTO, LA PROBABILIDAD DE HOMICIDIO ES DE 8,3 POR CIENTO.

– Ríndete, Dallas -se dijo en un murmullo-. Déjalo estar.

Se volvió con parsimonia en su silla y observó el denso tráfico aéreo al otro lado de la ventana. Predestinación. Destino. Impronta genética. Si creyera en algo de todo eso, ¿qué sentido tendría su trabajo… o su vida? Si no había alternativa ni posibilidad de cambiar las cosas, ¿para qué luchar por salvar vidas o hacer justicia a los muertos cuando la lucha fracasaba?

Si todo estaba fisiológicamente codificado, ¿se había limitado a seguir siempre unas pautas al venir a Nueva York, al luchar por salir de la oscuridad y convertirse en alguien? Y si en ese código había habido realmente una mancha que había borrado esos primeros años de su vida, ¿seguía incluso ahora borrando pequeños trozos?

¿Y podía ese código reaparecer en cualquier momento y convertirla en un reflejo del monstruo que había sido su padre?

No sabía nada de su familia. Su madre era un espacio en blanco. Si tenía parientes, tíos o abuelos, todos estaban perdidos en el oscuro vacío de su memoria. No tenía a nadie en quien basar su código genético, salvo el hombre que la había maltratado y violado siendo niña hasta que, deshecha de terror y dolor, le había plantado cara.