Выбрать главу

– Hace frío.

– Lo sé. -Roarke cogió un trozo de raso roto y la cu?brió-. Respira hondo, Mavis. Despacio, profundamente. -Miró a Eve-. Necesita cuidados médicos.

– No puedo llamar a una ambulancia sin saber antes cuál es la situación. Haz lo que puedas. -Demasiado consciente de lo que seguramente iba a encontrar, Eve pasó al otro lado de la cortina.

Había muerto violentamente. Fue el pelo lo que le confirmó quién había sido la mujer. Aquella gloriosa lla?marada de pelo rojo. Su cara, con su pasmosa y casi eté?rea perfección, había prácticamente desaparecido, aplas?tada y magullada a base de crueles y repetidos golpes.

El arma seguía allí, olvidada. Eve supuso que era una especie de bastón de fantasía, una extravagancia a la moda. Bajo la sangre y las vísceras había algo de plata re?luciente, como de dos centímetros de grosor, con una empuñadura ornamentada en forma de lobo sonriente.

Eve lo había visto metido en un rincón del taller de Leonardo, sólo dos días atrás.

No era necesario comprobar el pulso de Pandora, pero Eve lo hizo. Luego retrocedió con cautela para no contaminar más la escena del crimen.

– Cielo santo -exclamó Roarke detrás, apoyando sus manos en los hombros de Eve-. ¿Qué piensas hacer?

– Lo que sea preciso. Mavis no sería capaz de una cosa así.

Roarke la volvió hacia él.

– No hace falta que me lo digas. Te necesita, Eve. Necesita una amiga, y necesitará un buen policía.

– Lo sé.

– No será fácil para ti ser ambas cosas.

– Será mejor que me ponga en marcha. -Eve volvió junto a Mavis. Su cara parecía cera blanda, y las contu?siones y arañazos resaltaban contra el blanco roto de su piel. Tomó las frías manos de Mavis entre las suyas-. Necesito que me lo cuentes todo. Tómate el tiempo que quieras, pero cuéntamelo todo.

– No se movía. Había mucha sangre, y su cara mira?ba de esa forma extraña. Y… y ella no se movía.

– Mavis. -Imprimió a las manos un rápido apre?tón-. Mírame. Explícame lo que sucedió desde que lle?gaste.

– Yo venía a… yo quería. Pensé que debía hablar con Leonardo. -Se estremeció, tiró del jirón de tela que la cubría con manos ensangrentadas-. Se enfadó la última vez que fue al club a buscarme. Incluso amenazó al apagabroncas, y él no hace esas cosas. Yo no quería que arruinara su carrera, así que pensé hablar con él. Vine aquí, y alguien había roto el sistema de seguridad. En?tonces subí. La puerta no estaba cerrada. A veces se le olvida-murmuró finalmente.

– Mavis, ¿estaba aquí Leonardo?

– ¿Él? -Atontada por la conmoción, escrutó el cuarto con la mirada-. No, creo que no. Le llamé, porque vi todo el alboroto. Nadie me respondió. Y allí… allí había sangre. Mucha sangre. Me dio miedo, Dallas, miedo de que se hu?biera matado o hecho alguna locura, y entonces fui corriendo a la parte de atrás. La vi a ella. Creo… Me acerqué. Creo que lo hice porque me arrodillé a su lado e inten?té gritar. Pero no pude gritar. Y luego creo que algo me golpeó. Me parece… -Se tocó la nuca con los dedos-. Me duele aquí. Pero todo estaba igual cuando recobré el senti?do. Ella seguía allí, y la sangre también. Después te llamé a ti.

– Muy bien. ¿La tocaste, Mavis? ¿Tocaste alguna cosa?

– No lo recuerdo. Creo que no.

– ¿Quién te hizo eso en la cara?

– Pandora.

– Cariño, acabas de decirme que estaba muerta cuan?do llegaste.

– Eso fue antes. Fui a su casa.

– Fuiste esta noche a su casa. ¿A qué hora?

– No lo sé exactamente. Serían las once. Quería de?cirle que me alejaría de Leonardo y hacerle prometer que no estropearía sus planes para el show.

– ¿Os peleasteis?

– Ella estaba colocada. Había gente, una pequeña fiesta o algo así. Se portó muy mal, dijo cosas horribles. Y yo igual. Llegamos a las manos. Ella me abofeteó, me arañó. -Mavis se apartó el cabello para mostrar las heri?das que tenía en el cuello-. Dos personas que allí había nos separaron, y luego me fui.

– ¿Adonde?

– A un par de bares. -Sonrió débilmente-. A mu?chos, en realidad. Sentía lástima de mí misma. Anduve por ahí. Luego se me ocurrió hablar con Leonardo.

– ¿A qué hora llegaste aquí? ¿Lo sabes?

– Tarde, muy tarde. A las tres o las cuatro.

– ¿Sabes dónde está él?

– No. Leonardo no estaba. Yo quería verle, pero día… ¿Qué va a pasar ahora?

– Yo me encargo de todo. Tengo que informar de oto, Mavis. Si no lo hago pronto, la cosa se pondrá muy fea. Tendré que poner todo esto por escrito, y voy a te?ner que llevarte a Interrogatorios.

– Pero, pero… No pensarás que yo…

– Claro que no, Mavis. -Era importante mantener animado el tono, disimular sus propios miedos-. Pero lo vamos a aclarar tan pronto como podamos. Deja que me ocupe de todo. ¿De acuerdo?

– No me encuentro muy bien…

– Tú quédate aquí mientras yo me ocupo. Quiero que intentes recordar detalles. Con quién hablaste anoche, dónde estuviste, qué viste. Todo lo que puedas recordar. Lo repasaremos de arriba abajo dentro de un rato.

– Dallas. -Mavis se estremeció un poco-. Leonardo. Él no sería capaz de hacerle eso a nadie.

– Deja que yo me ocupe de eso -repitió Eve. Luego miró a Roarke, que, comprendiendo la señal, fue a sen?tarse con Mavis.

Eve sacó su comunicador y se alejó.

– Dallas. Tengo un homicidio.

La vida nunca había sido fácil para Eve. En su carrera como policía había visto y hecho demasiadas cosas espe?luznantes. Pero nada le había costado tanto como llevar a Mavis a Interrogatorios.

– ¿Te encuentras bien? No tienes por qué hacerlo ahora.

– No, en la ambulancia me han dado un sedante. -Mavis se tocó el chichón de la nuca-. Me lo ha dormido bastante. Estuvieron haciéndome algo más, de alguna forma han conseguido centrarme un poco.

Eve examinó los ojos de Mavis. Todo parecía nor?mal, pero eso no la tranquilizó.

– Escucha, no te vendría mal ingresar un par de días en el centro de salud.

– No le des más vueltas, Dallas. Prefiero acabar cuanto antes. -Tragó saliva-. ¿Han encontrado a Leo?nardo?

– Aún no. Mavis, si quieres puedes pedir que asista un abogado.

– No tengo nada que ocultar. Yo no la maté, Dallas.

Eve echó un vistazo a la grabadora. Podía esperar un minuto más:

– Mavis, tengo que hacer esto por narices. Ni más ni menos. Si no lo hago, me quitan del caso. Si no soy el primer investigador, no podré servirte de ninguna ayuda.

Mavis se lamió los labios.

– Va a ser duro, ¿no?

– Podría serlo, y mucho. Vas a tener que soportarlo.

Mavis probó a sonreír.

– Bueno, nada es peor que entrar y encontrase a Pan?dora.

Claro que hay cosas peores, pensó Eve, pero no lo dijo. Puso en marcha la grabadora, recitó su nombre e identificación y leyó sus derechos a Mavis. Luego, repa?só con ella lo que habían hablado en la escena del cri?men, procurando concretar las horas.

– Cuando fuiste a casa de la víctima para hablar con ella, había otras personas allí.

– Sí. Parecía una pequeña fiesta. Estaba Justin Young. Ya sabes, el actor. Y Jerry Fitzgerald, la mode?lo. Y otro tipo al que no reconocí. Ya sabes, un ejecu?tivo.

– ¿La víctima te atacó?

– Me dio un puñetazo -dijo Mavis tristemente, pal?pándose el morado en la mejilla-. Empezó poniéndose muy borde. Por el modo en que sus ojos giraban, imagi?no que se había metido algo.

– Te parece que usaba sustancias ilegales.

– Y de las buenas. Quiero decir, tenía los ojos como ruedas de cristal. Ya me había peleado con ella, tú lo viste. -Mavis prosiguió mientras Eve daba un respingo-. Antes no tenía tanta fuerza.

– ¿Devolviste el golpe?

– Creo que la alcancé al menos una vez. Ella me arañó con sus malditas uñas. Yo me lancé a su cabello. Creo que fueron Justin Young y el ejecutivo quienes nos separaron.