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– Sí, sé cómo hablaba. -Era el momento de soltar una de las cartas-. También sé que encontré una sus?tancia sin identificar oculta en su apartamento. La están analizando en el laboratorio. Hasta ahora sólo han po?dido decirme que es una mezcla nueva y más potente que cualquiera de las que pueden encontrarse en la calle.

– Una mezcla nueva. -La frente de Casto se frunció-. ¿Por qué diablos no me lo dijo a mí? Si es que trataba de jugar a dos bandas… -Casto silbó entre dientes-. ¿Cree usted que se lo cargaron por esto?

– No tengo otra teoría mejor.

– Ya. Vaya mierda. Seguramente intentó extorsionar al fabricante o al distribuidor. Oiga, hablaré con los del laboratorio y veré si en la calle hay rumores sobre sus?tancias nuevas.

– Se lo agradezco.

– Será un placer trabajar con usted. -Cambió de pos?tura, dejó que su mirada recorriese la boca de ella duran?te un segundo, con una suerte de talento que acertó en la diana del halago-. A lo mejor le gustaría hacer una pausa para comer y hablar de la estrategia. O de lo que se tercie.

– No, gracias.

– ¿Porque no tiene apetito o porque está a punto de casarse?

– Las dos cosas.

– De acuerdo. -Se puso en pie y ella, siendo humana, no pudo por menos de apreciar el modo en que el panta?lón se ceñía en torno a sus larguiruchas piernas-. Si cambia de opinión ya sabe dónde encontrarme. Seguiremos en contacto. -Se contoneó hacia la puerta y se dio la vuelta-. Sabe una cosa, Eve, tiene los ojos como el buen whisky añejo. Eso provoca en un hombre una sed considerable.

Ella miró ceñuda la puerta que él había cerrado al sa?lir, enfadada por el hecho de que su pulso se hubiese ace?lerado. Hundió ambas manos en el cabello y volvió a su informe en la pantalla.

No había necesitado que le dijeran cómo había muerto Pandora, pero era interesante ver que según el forense los tres primeros golpes en la cabeza habían sido fatales. Toda agresión posterior por parte del asesino había sido gratuita.

Ella había opuesto resistencia antes de los golpes en la cabeza, advirtió Eve. Laceraciones y abrasiones varia?das en otras partes del cuerpo daban fe de un forcejeo.

La hora de la muerte había sido fijada en las 2.50, y el contenido del estómago indicaba que la víctima había disfrutado de una última y elegante cena hacia las ocho de la noche: langosta, escarola, crema bávara y champán. En su sangre había rastros de sustancias químicas, pen?dientes de analizar.

Así que Mavis probablemente tenía razón. Parecía como si Pandora hubiera ingerido algo, posiblemente ilegal. A grandes rasgos, eso podía significar algo. Pero los rastros de piel en las uñas de la víctima sí tenían un significado claro. Eve estaba segura de que cuando el la?boratorio terminara sus análisis quedaría demostrado que era piel de Mavis. Y que las hebras de cabello que los del gabinete habían recogido cerca del cuerpo iban a ser pelo de Mavis. Pero lo peor, se temía, era que las huellas del arma homicida pudieran ser de Mavis.

Como plan, pensó Eve cerrando los ojos, era perfec?to. Entra Mavis en el momento y el lugar inadecuados, y el asesino ve un chivo expiatorio hecho a la medida.

¿Conocía el asesino la historia entre Mavis y Pando?ra, o había sido otro golpe de suerte?

En cualquier caso, neutraliza a Mavis, deja algunas pruebas falsas y añade el golpe maestro consistente en arañar con las uñas de la víctima el rostro de Mavis. Lo más fácil era cerrar la mano de Mavis sobre el arma ho?micida y luego escabullirse con la satisfacción de un tra?bajo bien hecho.

Para eso no hacía falta ser un genio, pensó. Pero sí se requería una mente fría y práctica. Pero ¿cómo concorda?ba eso con la rabia que empleó para agredir a Pandora?

Tendría que hacer encajar una cosa con la otra, se dijo Eve. Y tendría que hallar el modo de demostrar la inocencia de Mavis y encontrar al tipo de asesino capaz de desfigurar a una mujer y después dejarlo todo en or?den.

Mientras se ponía en pie, la puerta del despacho se abrió de golpe y Leonardo irrumpió con ojos desorbita?dos.

– Yo la maté. Yo maté a Pandora. Que Dios me ayude.

Dicho esto, sus ojos se quedaron en blanco y todo el peso de su corpachón se desplomó en el suelo, sin sentido.

– Santo Dios.

Era como ver caerse un enorme secoya. Ahora esta?ba tendido en el suelo con los pies en el umbral y la cabe?za rozando casi la pared opuesta. Eve se acuclilló, apoyó la espalda contra la pared y trató de darle la vuelta. Pro?bó a darle un par de bofetones secos y luego esperó. Mascullando para sus adentros, empleó toda su fuerza y luego le golpeó las mejillas con vigor.

Leonardo gimió y sus ojos inyectados en sangre se abrieron.

– Qué… dónde…

– Silencio -le espetó Eve al tiempo. Se levantó, fue hacia la puerta y metió sus pies dentro del despacho. Luego lo miró-. Voy a leerle sus derechos.

– ¿Mis derechos? -Parecía aturdido, pero consiguió levantar el torso hasta quedar sentado en el suelo.

– Escúcheme bien. -Le leyó los derechos y luego alzó una mano antes de que él pudiera hablar-.- ¿Ha comprendido cuáles son sus opciones?

– Sí. -Leonardo se frotó la cara con las manos-. Sé lo que pasa.

– ¿Desea hacer una declaración?

– Ya le he dicho que…

Eve alzó de nuevo la mano.

– Sí o no. Sólo diga sí o no.

– Sí, sí. Quiero hacer una declaración.

– Levántese. Esto lo voy a grabar. -Volvió a su mesa. Podía llevarlo abajo, a Interrogatorios. Seguramente lo haría, pero eso podía esperar-. ¿Entiende que lo que diga ahora va a quedar registrado?

– Sí. -Él se puso en pie y se dejó caer en una silla que puño bajo su peso-. Dallas…

Ella le interrumpió con un gesto. Tras conectar la grabadora, Eve anotó la información necesaria y volvió a leerle sus derechos para que quedara constancia.

– Leonardo, ¿entiende usted estas opciones, renun?cia en este momento a un abogado y está dispuesto a ha?cer una declaración?

– Sólo quiero acabar con esto cuanto antes.

– ¿Sí o no?

– Sí, maldita sea.

– ¿Conocía usted a Pandora?

– Pues claro que sí.

– ¿Tenía usted alguna relación con ella?

– Sí. -Se cubrió la cara otra vez, pero aún veía la ima?gen de Pandora que había aparecido en la pantalla cuando decidió poner las noticias. La larga bolsa negra siendo sacada de su propio apartamento-. Me parece in?creíble lo que ha pasado.

– ¿Qué clase de relación mantenía con la víctima?

Qué forma más fría de decirlo, pensó él. Dejó las manos sobre el regazo y miró a Eve.

– Ya sabe que éramos amantes. Y sabe que yo inten?taba cortar con ella debido a…

– Pero en el momento de su muerte -le interrumpió Eve- ya no intimaban.

– Cierto, hacía semanas que no estábamos juntos. Pandora había estado fuera del planeta. Las cosas se ha?bían enfriado antes incluso de que ella se fuera. Y enton?ces conocí a Mavis y todo cambió para mí. Dallas, ¿dón?de está Mavis?

– No estoy autorizada para informar del paradero de la señorita Freestone.

– Pues dígame que se encuentra bien. -Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Dígame al menos que está bien,

– Está en lugar seguro -fue todo lo que dijo ella. Lo que podía decir-. Leonardo, ¿es cierto que Pandora amenazaba con arruinar su carrera profesional? ¿Que le exigió que continuaran su relación y que, si usted se ne?gaba, ella se retiraría de la presentación de sus diseños de moda? Un desfile en el que usted había invertido gran?des cantidades de tiempo y de dinero.

– Usted estaba allí, se lo oyó decir. Yo no le importa?ba un comino, pero ella no podía tolerar que la dejara plantada. Si no dejaba de ver a Mavis, si no volvía a ser su perro faldero, ella se ocuparía de que el show fuese un fracaso, si es que llegaba a celebrarse.