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– ¿Tienes tiempo para ofrecerme algo?

– Quizá. Por ti sí, culona. ¿Has seguido mi consejo y has devuelto la placa para menearte como sabes en el Down amp; Dirty?

– Ni lo sueñes.

Él rió, palmeándose la tripa.

– No sé por qué me caes tan bien. Vamos, entra, remójate el gaznate y cuéntale a Crack qué se cuece por ahí.

Eve había estado en peores pubs, y daba las gracias por haber estado en mejores. Los rancios olores noctur?nos impregnaban el aire: incienso, perfumes baratos, li?cor, humo de procedencia dudosa, cuerpos sin lavar y sexo casual.

Era demasiado temprano incluso para los más adic?tos. Las sillas estaban boca abajo sobre las mesas y pudo ver donde un androide había fregado descuidadamente el pegajoso suelo. Atrás quedaban sustancias que ella prefería no identificar. Con todo, las botellas relucían tras la barra a la luz de colores. En el escenario de la de?recha, una bailarina envuelta en unas mallas rosa practi?caba unos pases.

Con un gesto de cabeza, Crack despidió al androide y a la bailarina.

– ¿Qué te apetece, rostro pálido?

– Café solo.

Crack fue tras el mostrador, sonriendo.

– Vale. ¿Te añado un par de gotas de mi reserva espe?cial?

Eve levantó un hombro.

– Claro.

Crack programó el café y luego abrió un pequeño ar?mario de donde sacó una botella ideal para un genio. In?clinada sobre la empañada barra, sintiendo los olores, Eve se relajó un poco. Sabía por qué le gustaba Crack, un noctámbulo al que apenas conocía pero que comprendía bien. Formaba parte de un mundo que ella había fre?cuentado durante buena parte de su vida.

– Bueno, ¿qué haces tú en un tugurio como éste? ¿Asuntos de trabajo?

– Eso me temo. -Probó el café y contuvo el aliento-. Menuda reserva, Dios.

– Sólo para mis mejores amigos. Raya el límite de lo legal. -Guiñó un ojo-. Por muy poco. ¿Qué quieres de Crack?

– ¿Conocías a Boomer? Carter Johannsen. Un bus?cador de datos.

– Conocía a Boomer. La ha palmado.

– Sí, es verdad. Alguien se empleó a conciencia. ¿Al?guna vez hiciste negocios con él, Crack?

– Venía aquí de vez en cuando. -Él prefería su licor de reserva sin mezclar. Echó un trago y chasqueó los labios satisfecho-. A veces tenía pasta y a veces no. Le gustaba ver el espectáculo, hablar de cosas. Era bas?tante inofensivo. Supe que le habían desgraciado la cara.

– En efecto. ¿Quién pudo hacerle eso?

– Supongo que alguien se cabreó con él. Boomer te?nía las orejas grandes. Y si iba un poco ciego, también tenía la boca grande.

– ¿Cuándo le viste por última vez?

– Uf, no me acuerdo. Hará unas semanas, creo. Me parece que entró una noche con el bolsillo lleno de cré?ditos. Compró una botella, unas cuantas pastillas y un cuarto privado. Lucille entró con él. No, qué coño, no era Lucille. Fue Hetta. Todas las blancas parecéis iguales -dijo con un guiño.

– ¿Le contó a alguien cómo se había llenado los bol?sillos?

– Puede que a Hetta, iba ciego como para eso y más. Parece que Boomer no quería dejar de ser feliz. Hetta dijo que él pensaba convertirse en empresario o yo qué sé. Nosotros nos reímos y luego él salió del cuarto y se subió desnudo al escenario. La que se armó. El tipo tenía la polla más patética que hayas visto nunca.

– O sea que estaba celebrando un negocio.

– Eso diría yo. Tuvimos bastante trabajo. Me tocó partir unas cuantas cabezas y echar a un par de tipos. Recuerdo que cuando estaba fuera en la calle, él salió co?rriendo del local. Le sujeté, en plan de broma. Ya no pa?recía contento, sino más bien cagado de miedo.

– ¿Dijo algo?

– Sólo se zafó y echó a correr. Es la última vez que le vi, si mal no recuerdo.

– ¿Quién le asustó? ¿Con quién había hablado?

– Eso no lo sé, monada.

– ¿Viste a alguna de estas personas aquí esa noche? -Sacó unas fotos de su bolso: Pandora, Jerry, Justin, Redford y, pues era necesario hacerlo, Mavis y Leo?nardo.

– Eh, a esas dos las conozco. Son modelos. -Sus gruesos dedos acariciaron a Jerry y Pandora-. La peli?rroja venía de vez en cuando, a buscar pareja y mierda. Es posible que estuviera aquí esa noche, no te lo sé decir. Los otros no están en nuestra lista de invitados, por así decir. Al menos no los reconozco.

– ¿Alguna vez viste a la pelirroja con Boomer?

– Él no era su tipo. A ella le gustaban grandes, estúpi?dos y jóvenes. Boomer sólo era estúpido.

– ¿Qué sabes de una nueva mezcla que corre por ahí, Crack?

Su enorme cara se quedó de pronto sin expresión:

– No he oído nada.

Ella sabía que había algo más. Sacó unos créditos y los dejó sobre la barra:

– ¿Te mejora esto el oído?

Crack miró los créditos y luego la miró a ella. Vien?do que se prestaba a negociar, Eve añadió unos pocos más. Los créditos desaparecieron.

– Bueno, ha habido ciertos rumores sobre un nuevo producto. Muy potente, de efectos prolongados y caro. He oído que lo llaman Immortality. Por aquí, de mo?mento no lo hemos visto. Nuestros clientes no pueden pagar drogas de diseño. Tendrán que esperar a las reba?jas, y eso puede llevar meses.

– ¿Habló Boomer de esa sustancia?

– Conque, se trata de eso. -Crack estaba haciendo conjeturas-. A mí nunca me soltó nada. Como te he di?cho, solamente he oído algunos rumores de pasada. Se le está dando muchísimo bombo, pero no conozco a na?die que lo haya probado. El negocio es bueno -añadió con una sonrisa-. Consigues un producto nuevo, haces que la clientela se ponga nerviosa, que desee conocer?lo. Y cuando sale a la calle, la gente compra. Y paga lo que sea.

– Sí, muy buen negocio. -Eve se inclinó hacia la ba?rra-. Tú ni lo pruebes, Crack. Es letal. -Al ver que él desdeñaba el consejo, le puso una mano en su brazo de buey-. Lo digo en serio. Es puro veneno, veneno lento. Si alguien que te importe lo consume, avísale de que lo deje o muy pronto dejarás de verle.

Él la miró detenidamente.

– No me estás tomando el pelo, ¿eh, rostro pálido? No será una treta de poli…

– Ninguna de las dos cosas. En cinco años de consu?mo regular puedes cargarte el sistema nervioso y acabar con tu vida. No es coña, Crack. Y quien lo esté fabrican?do sabe muy bien que es así.

– Vaya manera de hacer dinero.

– Es lo que digo. Bien, ¿dónde puedo encontrar a Hetta?

Crack lanzó un bufido y meneó la cabeza.

– De todos modos, nadie se lo va a creer cuando lo cuente. Los que lo están esperando no, desde luego. -Volvió a mirar a Eve-. ¿Hetta? Jo, no lo sé. No la he visto desde hace semanas. Estas chicas vienen y van, tra?bajan en un local y luego en otro.

– ¿Su apellido?

– Moppett. Lo último que sé es que tenía un cuarto en la Novena, sobre el número ciento veinte. Si alguna vez quieres ocupar su puesto, ricura, no tienes más que decirlo.

Hetta Moppett no pagaba el alquiler desde hacía tres se?manas, ni había paseado por allí su magro trasero. Todo esto según él superintendente del edificio, quien tam?bién informó a Eve que la señorita Moppett disponía de cuarenta y ocho horas para ponerse al día en los atrasos o se le confiscarían sus pertenencias.

Eve escuchó sus airadas quejas mientras subía los tres miserables pisos sin ascensor. Llevaba en la mano el código maestro que el hombre le había dado, y no le cupo duda de que ya lo había utilizado cuando abrió el cuarto de Hetta Moppett.

Era una habitación individual de cama estrecha y sucio ventanuco, con tímidos intentos de ambiente ho?gareño a base de una cortina rosa con volantes y unos cojines baratos del mismo color. Eve hizo un registro rápido, descubrió una agenda de direcciones, un libro de crédito con más de tres mil en depósito, unas cuantas fotografías enmarcadas y un permiso de conducir cadu?cado donde constaba la última dirección de Hetta en Jersey.