El ropero estaba medio vacío y a juzgar por la de?rrengada maleta que había en el estante superior, Eve dedujo que Hetta no tenía nada más. Examinó el enlace, hizo un duplicado de todas las llamadas registradas en el disco y copió el número de la licencia.
Si había salido de viaje, sólo se había llevado unos pocos créditos, la ropa puesta y su permiso de acompa?ñante para trabajar en clubes.
Eve no lo veía claro.
Llamó al depósito desde su coche.
«Listado de muertas anónimas -ordenó-. Rubia, blanca, veintiocho años, unos cincuenta y ocho kilos, metro sesenta. Transmitiendo holograma del permiso de conducir.»
Estaba a unas tres manzanas de la Central de Policía cuando le llegó la respuesta.
– Teniente, tenemos algo. Pero necesitamos prueba dental, adn o huellas para la verificación. La candidata no puede ser identificada vía holograma.
– ¿Por qué? -preguntó Eve, aunque ya lo sabía.
– No le queda cara suficiente.
Las huellas encajaban. El investigador asignado al caso le entregó a Hetta sin pensárselo dos veces. Ya en su des?pacho, Eve examinó las tres carpetas.
– Qué desastre -murmuró-. Las huellas de Moppett estaban archivadas desde que sacó su licencia de acom?pañante. Carmichael podría haberla identificado hace semanas.
– Yo creo que a Carmichael no le interesaba dema?siado una muerta anónima -comentó Peabody.
Eve refrenó su ira, lanzó una mirada a Peabody y dijo:
– Entonces Carmichael se ha equivocado de profe?sión, ¿no? Aquí están los enlaces. De Hetta a Boomer. De Boomer a Pandora. ¿Qué porcentaje de probabili?dad obtuvo cuando preguntó si fueron asesinados por la misma persona?
– Un noventa y seis coma uno.
– Bien. -Eve suspiró de alivio-. Voy a llevar todo esto a la oficina del fiscal. Puede ser que les convenza para que retiren los cargos contra Mavis. Al menos has?ta que reunamos más pruebas. Y si no acceden… -Miró a Peabody-. Entonces lo filtraré para que Nadine Furst lo emita. Es una violación del código, y se lo digo por?que mientras esté asignada a mí en este caso, la res?ponsabilidad recae también en usted. Se expone a una posible reprimenda si se queda conmigo. Puedo ha?cer que le asignen a otra sección antes de que esto se sepa.
– Lo consideraría una reprimenda, teniente. E inme?recida.
Eve guardó silencio por un momento.
– Gracias, DeeDee.
Peabody dio un respingo.
– No me llame DeeDee, por favor.
– Bien. Lleve todo lo que tenemos al departamento electrónico, entrégueselo personalmente y a mano al ca?pitán Feehey. No quiero que estos datos sean transmiti?dos por los canales habituales, al menos mientras yo no hable con el fiscal e intente una pequeña investigación en solitario.
Vio que la luz se encendía en los ojos de Peabody y sonrió. Sabía qué significaba ser nueva y tener la prime?ra oportunidad.
– Vaya al Down amp; Dirty, donde trabajaba Hetta, y cuénteselo a Crack, es el grandullón. No puede equivo?carse. Dígale que trabaja para mí, que Hetta ya es un ca?dáver. Vea qué le puede sacar, a él o a quien sea. Con quién salía, qué pudo haber dicho acerca de Boomer esa noche, qué otras compañías tuvo. Ya sabe.
– Sí, señor.
– Ah, Peabody -Eve metió las carpetas en su bolso y se levantó-, procure no ir de uniforme. Asustaría a los nativos.
El abogado acusador echó por tierra sus esperanzas en sólo diez minutos. Ella siguió discutiendo durante otros veinte, pero fue en vano. Jonathan Heartley le concedió que había una posible conexión entre los tres homici?dios. Era un hombre agradable. Admiraba el trabajo de Eve, su poder de deducción y la ordenada presentación de sus conclusiones. Admiraba a cualquier policía que hiciera su trabajo de un modo ejemplar y le ayudara a mantener alto el índice de condenas.
Pero ni él ni la oficina del fiscal estaban dispuestos a retirar los cargos contra Mavis Freestone. Las pruebas físicas eran demasiado consistentes y el caso, en el punto en que se encontraba, demasiado sólido como para vol?verse atrás.
Sin embargo, Heartley dejaba la puerta abierta. Cuando Eve tuviera otro sospechoso, si eso llegaba a ocurrir, él estaría más que dispuesto a escucharla.
– Calzonazos -murmuró ella al entrar en el Blue Squirrel. Inmediatamente vio a Nadine, que ya estaba sentada estudiando el menú.
– ¿Por qué diablos tiene que ser siempre aquí, Da?llas? -inquirió Nadine.
– Soy persona de hábitos. -Pero el club ya no era el mismo, pensó, no estando Mavis en el escenario largando sus embrolladas letras ataviada con su último y des?pampanante vestido-. Café, solo -pidió Eve.
– Para mí lo mismo. ¿Es malo?
– Espere y verá. ¿Todavía fuma?
Nadine miró alrededor, intranquila.
– En esta mesa no se puede fumar.
– Como si en un tugurio así nos fueran a decir algo. Déme uno, ¿quiere?
– Usted no fuma.
– Me apetece desarrollar hábitos nocivos.
Sin dejar de vigilar, por si había alguien conocido en el local, Nadine sacó dos cigarrillos.
– Quizá le vendría bien algo más fuerte.
– Esto vale. -Se inclinó para que Nadine Furst lo en?cendiese y diese una calada. Tosió-. Caray. Deje que lo pruebe otra vez. Tragó humo, notó que se mareaba, que los pulmones empezaban a quejarse. Enfadada, aplastó el cigarrillo-. Es repugnante. ¿Por qué fuma?
– Una se acostumbra a todo.
– A comer mierda también. Y hablando de mierda. -Eve cogió su café por la abertura de servicio y sorbió con valentía-. Bueno, ¿cómo le ha ido?
– Francamente bien. He estado haciendo cosas para las que no creía tener tiempo. Es curioso cómo una muerte próxima le hace a una darse cuenta de que no lle?gar a tiempo es perder el tiempo. He sabido que Morse será sometido a juicio.
– No está loco. Sólo es un asesino.
– Sólo un asesino. -Nadine se pasó el dedo por la garganta allí donde un cuchillo había hecho manar la sangre-. Usted no cree que ser lo uno le impida ser lo otro.
– No; hay gente a la que le gusta matar. No le dé más vueltas, Nadine, eso no ayuda.
– He procurado no hacerlo. Me tomé unas semanas libres, estuve con mi familia. Eso me fue bien. Y me sir vio para recordar que me gusta mi trabajo. Y soy buena, a pesar de todo…
– Usted no hizo nada malo -la interrumpió Eve im?paciente-; la drogaron, le pusieron un cuchillo en la gar?ganta y se asustó. Olvídese de todo.
– Ya. Está bien. -Nadine exhaló el humo-. ¿Alguna novedad de su amiga? No tuve ocasión de decirle lo mu?cho que siento que tenga problemas.
– Saldrá de ésta.
– Me inclino a pensar que usted se ocupará de ello.
– Exacto, Nadine, y usted me va a ayudar. Traigo unos datos de una fuente policial no identificada. No, nada de grabadoras, anótelo -ordenó al ver que ella abría el bolso.
– Lo que usted diga. -Buscó en el fondo, sacó un bo?lígrafo y una libreta-. Dispare.
– Tenemos tres homicidios, y las pruebas apuntan a un solo asesino para los tres. Primero, Hetta Moppett, bailarina a tiempo parcial y acompañante con licencia para trabajar en clubes, muerta a golpes el 28 de mayo, aproximadamente a las dos de la mañana. La mayoría de los golpes en la cara y la cabeza, de tal forma que sus facciones quedaron desdibujadas.
– Ah -dijo Nadine sin añadir más.
– Su cuerpo fue descubierto, sin identificación, a las seis de la mañana siguiente y archivado como muerta anónima. En el momento del crimen, Mavis Freestone estaba en ese escenario que tiene usted detrás, vomitando como una loca delante de unos ciento cincuenta testigos.
Las cejas de Nadine se enarcaron.
– Caramba, caramba. Siga, teniente.
Y eso hizo Eve.
De momento no podía hacer nada mejor. Cuando la no?ticia viera la luz, era dudoso que alguien del departa mentó pudiese adivinar quién había sido la fuente. Pero en cualquier caso, nadie podría probarlo. Y Eve, tanto por Mavis como por sí misma, mentiría sin inmutarse cuando le preguntaran al respecto.