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– Vamos, Dallas, únete a la fiesta.

– Tengo mucho trabajo, en serio. -Pero Eve ya esta?ba casi en el salón, arrastrada por Mavis.

– ¿Le sirvo una copa, Dallas? -ofreció Leonardo con una sonrisa de perro apaleado. Eve se desmoronó.

– Claro. Estupendo. Un poco de vino.

– Un vino absolutamente extraordinario. Me llamo Biff. -El hombre del mapa tatuado en la cabeza le ofre?ció una mano enjuta y delicada-. Es un honor conocer a la defensora de Mavis, teniente Dallas. Tenías toda la razón, Leonardo -añadió con mirada intensa tras las gafas rosadas-. La seda color bronce le va perfecta.

– Biff es un experto en telas -explicó Mavis con voz que seguía espumeando-. Trabaja con Leonardo de toda la vida. Han estado preparando juntos tu ajuar.

– Mi…

– Y ésta es Trina. Se encargará del peinado.

– No me digas. -Eve sintió que la sangre se le iba a los pies-. Vaya, yo no… -Hasta la mujer menos vanido?sa puede sentir pánico cuando se enfrenta a una estilista con un arco iris de tirabuzones-. No creo que…

– Gratis -anunció Trina con el equivalente vocal del hierro oxidado-. Si demuestras la inocencia de Mavis, tienes la puerta abierta de mi salón para el resto de tu vida. -Cogió un mechón de pelo de Eve y apretó-. Bue?na textura, buen peso, mal corte.

– El vino, Dallas.

– Gracias. -Lo necesitaba-. Me alegro de conocerles, pero tengo un trabajo pendiente que no puede esperar.

– Oh, no seas mala. -Mavis se colgó de su brazo como una sanguijuela-. Han venido para hacer lo tuyo.

Ahora la sangre se le escapó a Eve por los dedos de los pies:

– ¿Lo mío?

– Lo tenemos todo organizado arriba. El taller de Leonardo, el de Biff, el de Trina. El resto de abejas tra?bajadoras empezará a zumbar mañana por la mañana.

– ¿Abejas? -balbuceó Eve-. ¿Zumbar…?

– Para el show. -Totalmente sobrio y menos dis?puesto a creer que era bienvenido, Leonardo tocó a Ma?vis en el brazo para contener su entusiasmo-. Palomita, es posible que Dallas no quiera que se le llene la casa de gente. Quiero decir… -Escurrió el bulto-. Estando tan cerca la boda.

– Es la única forma de trabajar juntos y terminar los diseños para el desfile. -Con mirada suplicante, Mavis se volvió a Eve-. A ti no te importa, ¿verdad? No estorba?remos nada. Leonardo tiene mucho que hacer. Habrá que modificar algunos modelos porque… porque Jerry Fitzgerald será cabeza de cartel.

– Otro tono -terció Biff-. Otro tipo de piel. Diferen?te del de Pandora -terminó, pronunciando el nombre que todos habían eludido.

– Sí. -Mavis tenía la sonrisa a punto-. Total, que hay un montón de trabajo extra. Roarke dijo que no había problema. Como la casa es tan grande… Ni siquiera te enterarás de que están aquí.

Gente entrando y saliendo, pensó Eve. Una pesadi?lla para el sistema de seguridad.

– No te preocupes -dijo. Ya se preocuparía ella.

– Te dije que todo iría bien -Mavis besó a Leonardo en la barbilla-. Dallas, le prometí a Roarke que esta no?che no dejaría que te encerraras en tu cuarto. Tendrás que dejar que te mime. Tenemos pizza.

– Qué bien. Oye, Mavis…

– Todo va sobre ruedas -prosiguió ella, apretando con dedos desesperados el brazo de Eve-. En Canal 75 han hablado de esa nueva pista, de los otros asesinatos, de una conexión con las drogas. Yo ni siquiera conocía a los otros muertos, Dallas, de modo que nadie dudará de que lo hizo otro. Y terminará la pesadilla.

– Creo que aún falta un poco para eso. -Eve calló, sintiéndose mal al ver un atisbo de pánico en sus ojos. Sonrió forzadamente-. Sí, pronto terminará todo. Con?que pizza, ¿eh? Tomaré un poco.

– Magnífico. Bien. Voy a buscar a Summerset y de?cirle que estamos listos. Llévala arriba y enséñaselo, ¿vale? -Salió disparada.

– Le ha venido muy bien -dijo Leonardo en voz baja- ese telediario. Mavis necesitaba ánimos. El Blue Squirrel la ha despedido.

– ¿Cómo?

– Cabrones -masculló Trina con la boca llena.

– La dirección decidió que no le convenía tener una acusada de asesinato como cabeza de cartel. Le ha senta?do fatal. La idea de todo esto fue mía, para distraerla. Debería haberlo consultado antes con usted, lo siento.

– No pasa nada. -Eve bebió un poco más de vino y se decidió-. Bueno, vamos por lo mío.

Capitulo Doce

No había para tanto, se dijo Eve. Al menos compa?rado con los disturbios de las Guerras Urbanas, las cá?maras de tortura de la santa Inquisición o un viaje de prueba en el reactor lunar XR-85. Y ella era una policía veterana, diez años ya en el cuerpo, y sabía lo que era el peligro.

Estaba segura de que los ojos le rodaron como los de un caballo asustado cuando Trina probó sus tijeras de cortar.

– Oye, tal vez podríamos…

– Confía en los expertos -dijo Trina. Eve casi gimió de alivio cuando ella dejó las tijeras otra vez-. Vamos a ver.

Se acercó a Eve, pero ésta no bajó la guardia.

– Tengo un programa de peluquería. -Leonardo le?vantó la vista desde la larga mesa cubierta de telas donde él y Biff refunfuñaban al unísono-. Capacidad morfoló?gica total.

– Yo no necesito programas. -Para demostrarlo, Tri?na cogió la cara de Eve entre sus firmes y anchas manos. Achicando los ojos, empezó a palparle la cabeza, la mandíbula, los pómulos-. Buena estructura ósea -con?cluyó-. Me gusta tu poli, Mavis.

– Es la mejor -dijo ésta, subida a un taburete y estudiándose en el espejo triple-. Oye, por qué no me arre?glas a mí también. Los abogados sugirieron que buscara un look más sosegado. En plan morena o algo así.

– Ni pensarlo. -Trina levantó la mandíbula de Eve-. Tengo una cosa que hará saltar a cualquier juez de su toga, encanto. Rosa burdel con las puntas plateadas. Acaba de salir al mercado.

– Qué maravilla. -Mavis echó hacia atrás sus rizos color zafiro y trató de imaginárselo.

– Lo que yo podría hacer con un poco de reflejos.

Eve se quedó helada.

– Sólo el corte, ¿de acuerdo? -dijo-. Sólo cortaremos un poco.

– Vale, vale. -Trina le inclinó la cabeza hacia ade?lante-. Este color es regalo de Dios, ¿no? -Rió entre dientes, tiró otra vez de la cabeza hacia atrás y le apar?tó el pelo de la cara-. Los ojos no están mal. Las cejas se podrían trabajar un poco, pero eso ya lo arregla?remos.

– Dame un poco más de vino, Mavis. -Eve cerró los ojos y se dijo que, pasara lo que pasase, ya le volvería a crecer.

– Muy bien. A remojar. -Trina hizo girar la butaca y a su reacio ocupante hasta un lavabo portátil, inclinán?dolo hasta que el cuello de Eve quedó apoyado en el es?pacio acolchado-. Cierra los ojos y disfruta, encanto. Yo ofrezco el mejor champú y masaje capilar de toda la profesión.

En eso había algo de verdad. El vino o los inteligen?tes dedos de Trina consiguieron dulcificar el humor de Eve hasta proporcionarle un crepúsculo de relajación. Confusamente oía a Leonardo y a Biff discutiendo sobre sus preferencias en materia de pijamas: raso carmesí o seda escarlata. La música programada por Leonardo era algo clásico con lloriqueantes arpegios de piano. El aire estaba impregnado de aroma a flores prensadas.

¿Por qué le había hablado Paul Redford de la caja china y las ilegales? Si él mismo había ido a buscarlas después, si obraban en su poder, ¿por qué había querido informarle de su existencia?

¿Doble farol? ¿Estratagema? A lo mejor ni existía tal caja. O quizá él sabía que ya había desaparecido y…

Eve no se movió hasta que algo frío y pegajoso le abofeteó la cara.

– Qué demonios…

– Mascarilla Saturnia. -Trina la embadurnó todavía más-. Limpia los poros como una aspiradora. Es fatal descuidar la piel. Mavis, saca el Sheena, ¿quieres?