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– ¿Qué es el Sheena…? Da igual. -Con un escalofrío, Eve cerró los ojos otra vez y se rindió-. No lo quiero ni saber.

– Podríamos hacerle el tratamiento completo.-Trina aplicó más arcilla bajo la mandíbula de Eve, sin dejar de trabajar con los dedos-. Estás tensa, cielo. ¿Quieres que ponga un bonito programa de vídeo?

– No, no. Con esto ya he llegado al tope de lo fantás?tico, muchas gracias.

– Vale. ¿Por qué no hablas de tu hombre? -Rápida?mente, Trina abrió de un tirón la túnica que le había he?cho poner a Eve y plantó sus manos cubiertas de arcilla en sus pechos. Cuando ésta abrió los ojos, furiosa, Trina rió-. Tranquila, no me van las tías. A tu hombre le en?cantarán tus tetas cuando acabe con ellas.

– Ya le gustan como son ahora.

– Sí, pero el suavizante Saturnia para senos es de lo me?jor. Parecerán pétalos de rosa, ya lo verás. ¿Le gusta mor?der o chupar?

Eve volvió a cerrar los ojos, resignada.

– Yo, como si no estuviera.

– Allá vamos.

Eve oyó correr agua y luego Trina volvió y le frotó algo en el pelo que olía mucho a vainilla. Y la gente pagaba por esto, recordó Eve. Grandes sumas que abrían enormes boquetes en la cuenta de crédito.

La gente estaba loca, sin duda alguna. Mantuvo los ojos tozudamente cerrados mientras una cosa tibia y mojada le era colocada sobre los pechos y la cara, man?chados ya de lodo. Oía conversaciones animadas alrede?dor. Mavis y Trina hablaban de productos de belleza, Leonardo y Biff consultaban líneas y colores.

Muy loca, pensó Eve, y luego soltó un gemido al no?tar que le masajeaban los pies. Se los sumergían en algo caliente y extrañamente agradable. Oyó un chisporro?teo, sintió que le levantaban los pies, se los cubrían. Las manos recibieron idéntico tratamiento.

Toleró esto e incluso el zumbido de algo en torno a sus cejas. Y se sintió una heroína cuando oyó reír a Ma?vis coqueteando con Leonardo.

Tenía que procurar que Mavis estuviera animada. Era tan vital como cada paso que daba en su investiga?ción. No bastaba con hacerse la muerta.

Apretó los ojos aún más cuando oyó el ruido de las tijeras, notó los ligeros tirones, el peine. Se dijo que el pelo sólo era pelo. Que las apariencias no impor?taban.

Dios mío, no dejes que me pele al cero.

Hizo un esfuerzo por concentrarse en su trabajo, re?pasó mentalmente las preguntas que pensaba hacer a Redford, consideró las posibles respuestas. Era proba?ble que el comandante Whitney la llamara para hablar de la filtración a la prensa. Eso podía manejarlo.

Tendría que reunirse con Peabody y Feeney. Había que ver si algún dato de los que habían conseguido en?tre los tres encajaba de alguna manera. Volvería al club y haría que Crack le presentara a alguno de los habitua?les. Alguien podía haber visto a quien habló con Boomer aquella noche. Y si esa persona había hablado con Hetta…

Dio un respingo cuando Trina ajustó la butaca en postura reclinada y empezó a quitarle el lodo.

– La tendrás lista en cinco minutos -le dijo a un im?paciente Leonardo-. Un genio no puede ir con prisas. -Sonrió a Eve-. Tienes una piel bastante decente. Te de?jaré unas muestras para que la mantengas así.

Mavis echó un vistazo y Eve empezó a sentirse como un paciente en la mesa de operaciones.

– Has hecho un magnífico trabajo en las cejas, Trina. Se ven muy naturales. Lo único que ha de hacer es teñirse las pestañas. No hará falta que se las alargue. ¿No crees que ese hoyuelo le queda de fábula?

– Mavis -dijo Eve-. No me obligues a pegarte.

Mavis se limitó a sonreír.

– Aquí está la pizza. Toma un poco. -Le metió un trozo en la boca-. Espera a verte la piel, Dallas. Es in?creíble.

Eve gruñó. El queso caliente le había escaldado el velo del paladar. Se arriesgó a toser y cogió el resto de la tajada mientras Trina le recogía el pelo en un turbante plateado.

– Es un producto termal -le dijo Trina mientras en?derezaba la butaca-. Le he puesto un revitalizador de raíces.

Su piel tenía un tacto finísimo y al palparse cautelo?samente con los dedos le pareció realmente tersa. Pero no pudo ver ni un mechón de pelo.

– Aquí debajo hay cabellos, ¿no?

– Oh, pues claro. Bueno, Leonardo. Te la dejo veinte minutos.

– Por fin -exclamó él-. Quítese la ropa.

– Eh, oiga…

– Somos profesionales, Dallas. Tiene que probarse la combinación para el traje de boda. Habrá que hacer unos cuantos ajustes.

Ya la había manoseado una estilista, pensó. ¿Por qué no la desnudaban en un cuarto lleno de gente? Se despo?jó de la túnica.

Leonardo se le acercó con una cosa blanca y muy elegante. Antes de que pudiera gritar siquiera, él le en?volvió el torso y anudó la prenda a la espalda. Sus gran?des manos buscaron bajo el material, le ajustaron los pechos. Inclinándose, procedió a meterle entre las pier?nas un trozo de tela, lo ajustó y luego retrocedió unos pasos.

– Ah.

– Por Dios, Dallas. Roarke se pondrá a babear cuan?do te vea.

– ¿Qué diablos es?

– Una variante de la vieja Viuda Alegre. -Con rápi?dos ademanes, Leonardo completó el equipo-. Lo llamo Curvilíneo. He añadido un poco de relleno bajo los pe?chos. Los tiene bastante bonitos, pero eso le añade más contorno. Bastará un toque de encaje, unas cuantas per?las. No muchos adornos. -Le dio la vuelta para que se mirara al espejo.

Tenía un aspecto sexy. En su punto, pensó Eve no sin sorpresa. El material tenía un cierto brillo, como si estuviera húmedo. Le pellizcaba el talle, moldeaba sus caderas y, hubo de admitirlo, elevaba sus senos a nuevas y fascinantes alturas.

– Bueno… supongo que… sí, para la noche de bodas.

– Para cualquier noche -dijo Mavis extasiada-. Oh, Leonardo. ¿Me harás uno para mí?

– Ya lo he hecho, en raso de color rojo. Bien, Dallas, ¿le aprieta en algún sitio?

– No. -No sabía cómo acabar. Habría sido una tor?tura, pero se sentía tan cómoda como en un vestido de primavera. Se inclinó a modo de ensayo-. Creo que está bien así.

– Excelente. Biff encontró el material en una peque?ña tienda de Richer Five. Y ahora el vestido. Sólo está hilvanado, así que vayamos con ojo. Levante los brazos, por favor.

Se lo puso por la cabeza y lo dejó caer. El material era sorprendente. Eve se daba cuenta, aun cuando tuvie?ra las marcas del modisto. Parecía perfecto para ella; la elegante columna, las mangas ceñidas, la línea sencilla. Pero Leonardo arrugó la frente y dio unos tirones aquí, unos apretones allá.

– El escote funciona, sí. ¿Dónde está el collar?

– ¿Qué?

– El collar de cobre y piedra. ¿No le dije que lo pi?diera?

– No puedo decirle a Roarke que quiero uno, así como así.

Leonardo hizo girar a Eve con un suspiro e inter?cambió miradas con Mavis. Asintió con la cabeza y comprobó la línea de las caderas.

– Se ha adelgazado -acusó.

– No.

– Sí, más o menos un kilo. -Leonardo chasqueó la lengua-. Bien, esperaré a que lo recupere antes de hacer nada más.

Biff se acercó con un rollo de material que sostuvo a la altura de la cara de Eve. Luego, aparentemente satisfe?cho, se alejó otra vez murmurando unas palabras a su grabadora.

– Biff, ¿quieres enseñarle los otros diseños mientras yo anoto los ajustes que hay que hacer al vestido?

Con un floreo, Biff conectó una pantalla mural.

– Como puede ver, Leonardo ha tenido en cuenta tanto su estilo de vida como la línea de su cuerpo para los diseños. Este sencillo traje de día es perfecto para un almuerzo de empresa, una rueda de prensa, libre pero très, très, chic. El material empleado es básicamente lino con un leve toque de seda. El color es amarillo verdoso con adornos granate.

– Aja. -A Eve le pareció un traje bonito y sencillo, pero fue una sorpresa ver cómo la imagen de sí misma generada por ordenador lo iba modelando-. ¿Biff?