– Me duele la tripa.
– Pobre. Te la curaré a besos. -Le sonreía mientras se acercaba. Pero entonces se puso serio-. Has estado co?miendo otra vez sin pedir permiso, ¿verdad?
– No, yo… -Pero la mentira, y la esperanza de salvarse, murieron cuando su mano la abofeteó con fuerza. El labio se abrió, los ojos se poblaron de lágrimas, pero ella apenas gimió-. Iba a preparar un poco de queso para cuando tú…
Él le pegó otra vez, haciendo explotar estrellas en su cabeza. Esta vez cayó al suelo y antes de que pudiera po?nerse en pie, él se le echó encima.
Ella gritó, porque sus puños eran implacables. Un dolor la cegó y entumeció, pero no era nada al lado del miedo. Por más horribles que fueran los golpes, había cosas mucho peores.
– Papá, por favor. Por favor…
– Tendré que castigarte. Nunca haces caso, joder. Después te daré gusto, ya verás, y serás una buena chica.
Notó el aliento cálido en su cara, aliento que olía a caramelo. Las manos le desgarraron el ya harapiento vestido, pellizcando, apretando, sobando. Su respira?ción cambió, algo que ella conocía y temía. Se volvió más honda, más codiciosa.
– ¡No, no; me haces daño!
Su cuerpo joven se resistía. Forcejeaba sin dejar de gritar, e incluso se atrevió a clavarle las uñas. El grito de él fue un bramido de ira. Luego la inmovilizó. Ella pudo oír el seco y espantoso ruido del brazo al partirse detrás de la espalda.
– Teniente, teniente Dallas.
El grito salió del fondo su garganta y Eve volvió en sí. Se incorporó presa del pánico y sus piernas, hechas un lío, la dejaron como un guiñapo en el suelo.
– Teniente…
Se apartó de la mano que le tocaba el hombro y se acurrucó de nuevo mientras los sollozos se le atascaban en la garganta.
– Estaba soñando. -Summerset habló con tiento, inexpresiva la cara-. Estaba soñando -repitió, acercán?dose a ella como quien se acerca a un lobo atrapado-. Ha tenido una pesadilla.
– No se me acerque. ¡Largo! ¡Váyase de aquí!
– Teniente, ¿sabe dónde está usted?
– Lo sé. -Consiguió extraer las palabras entre jadeos. No podía parar los temblores-. Váyase. -Logró ponerse de rodillas, se cubrió la boca y se meció de un lado al otro-. Que se vaya de aquí, joder.
– Deje que la ayude a sentarse. -Sus manos fueron solícitas pero lo bastante firmes para no soltarla cuando ella trató de apartarlo.
– No necesito ayuda.
– La ayudaré a sentarse en la silla. -A su modo de ver, Eve era como una niña que necesitaba ayuda. Como lo ha?bía sido su Marlene. Intentó no especular sobre si su hija habría implorado como Eve. Después de dejarla en la silla, se acercó a una cómoda y sacó una manta. A ella le castañe?teaban los dientes, tenía los ojos desorbitados de miedo.
– Estése quieta. -La orden fue tajante mientras ella empezaba a forcejear-. Quédese donde está y no se mueva.
Summerset dio media vuelta para ir a la cocina y al AutoChef. Se secó la frente sudorosa con un pañuelo mientras pedía un sedante. La mano le temblaba. Eso no le sorprendió. Los gritos de ella le habían dejado helado mientras corría hacia su suite.
Eran los gritos de una niña.
Procurando calmarse, le llevó el vaso a Eve.
– Tome esto.
– No quiero…
– Tómeselo o se lo hago beber a la fuerza. Será un placer.
Ella pensó en tirar el vaso, pero al final se acurrucó y empezó a lloriquear. Summerset se rindió y dejó el vaso, la arropó mejor en la manta y salió a fin de ponerse en contacto con el médico personal de Roarke.
Pero fue a Roarke en persona a quien vio en el re?llano.
– ¿Es que nunca duerme, Summerset?
– Es la teniente Dallas…
Roarke dejó su maletín y agarró a Summerset de las solapas.
– ¿Qué le pasa? ¿Dónde está?
– Una pesadilla. Estaba gritando. -Summerset per?dió su compostura habitual y se mesó el pelo-. No quie?re cooperar. Ahora iba a llamar al médico. La he dejado en su suite privada.
Cuando Roarke le hizo a un lado, Summerset le aga?rró del brazo.
– Roarke, debería haberme dicho lo que le hicieron de pequeña.
Él meneó la cabeza y siguió adelante.
– Yo me ocuparé de ella.
La encontró encogida y temblando. Roarke sintió rabia, alivio, pena y culpa a la vez. Desechó sus emocio?nes y la levantó suavemente.
– Bueno, bueno, ya está, Eve.
– Roarke… -Se estremeció una vez y luego se abrazó a él y se sentó en su regazo-. Los sueños.
– Ya lo sé. -Le dio un beso en la sien-. Lo siento.
– Ahora los tengo constantemente. Nada puede pa?rarlos.
– ¿Por qué no me lo dijiste? -Le inclinó la cara para mirarla a los ojos-. No tienes por qué sufrir tú sola.
– Es imposible pararlos -repitió ella-. No podía de?jar de recordar por más tiempo. Y ahora lo recuerdo todo. -Se frotó la cara-. Yo le maté, Roarke. Yo maté a mi padre.
Capitulo Trece
Mientras la miraba, Roarke notó los temblores que la seguían sacudiendo.
– Has tenido una pesadilla, cariño.
– Ha sido como revivir el pasado.
Tenía que calmarse, de lo contrario no podría sa?carlo todo. Tenía que pensar con lógica, como un po?licía, no como una mujer. No como una niña aterro?rizada.
– Todo era tan claro, Roarke, que aún lo estoy sin?tiendo. Le noto a él encima de mí. La habitación donde me tenía encerrada, en Dallas. Siempre.me encerraba para poseerme. Una vez intenté huir, escaparme, y él me pilló. Después de eso, siempre buscaba habitaciones al?tas y cerraba la puerta por fuera. Para que yo no pudiera salir. No creo que nadie supiera que yo estaba dentro. -Trató de aclararse la garganta en carne viva-. Necesito un poco de agua.
– Toma. Bebe esto. -Roarke cogió el vaso que Summerset había dejado junto a la silla.
– No; es un tranquilizante. No quiero tomar eso. -Hizo un esfuerzo por respirar-. No quiero tranquili?zantes.
– Está bien. Iré por agua. -Se levantó y vio que ella le miraba con recelo-. Sólo agua. Te lo prometo.
Aceptando su palabra, ella cogió el vaso que le trajo y bebió agradecida. Cuando él se sentó en el brazo de la butaca, ella miró al frente y continuó.
– Recuerdo la habitación. He tenido partes de este sueño durante las últimas dos semanas. Los detalles em?pezaban a encajar. Incluso fui a ver a la doctora Mira. Sí, ya sé que no te lo dije. No podía.
– Está bien. Pero me lo vas a contar ahora.
– He de hacerlo, Roarke. -Respiró hondo y trató de recordar como si fuera la escena de un crimen-. Yo estaba despierta, deseando que él regresara demasiado bo?rracho para tocarme. Era tarde.
No tuvo que cerrar los ojos para verlo: la sucia habi?tación, el parpadeo de la luz roja entrando por la mu?grienta ventana.
– Frío -murmuró-. Mi padre había roto el control térmico y nacía mucho frío. Podía verme el aliento. -Tiri?tó al recordarlo-. Pero además estaba hambrienta. Bus?qué algo que comer. Él nunca dejaba gran cosa en el cuar?to. Siempre tenía hambre. Estaba quitando el moho a un pedazo de queso cuando él entró.
La puerta al abrirse, el miedo, el ruido del cuchillo al caer. Quería levantarse, calmar sus nervios, pero no es?taba segura de que las piernas pudieran aguantarla.
– Enseguida vi que no estaba lo bastante ebrio. Re?cuerdo su aspecto. Su pelo era castaño oscuro y su cara se había ablandado por la bebida. Quizá había sido gua?po en tiempos, pero ya no. Tenía capilares rotos en la cara y en los ojos. Sus manos eran grandes. Quizá es que yo era pequeña, pero me parecían espantosamente grandes.
Roarke empezó a masajearle los hombros para cal?mar la tensión.
– Ya no pueden hacerte daño. Ahora no pueden to?carte.
– No. -Salvo en sueños, pensó ella. Los sueños eran dolorosos-. Se puso como una fiera porque había comi?do. Yo no podía tocar nada sin pedirle permiso.