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– Imagino que sí. Los recuerdos empezaron a fluir más claros después de eso… -Eve cerró los ojos-. Hace unos meses me llamaron por un problema doméstico. Llegué demasiado tarde. El padre iba de Zeus. Había acuchillado a la muchacha antes de mi llegada. Yo acabé con él.

– Sí, lo recuerdo. La niña podría haber sido usted. Pero usted sobrevivió.

– Mi padre no.

– ¿Y qué le hace sentir eso?

– Alegría. E inquietud, sabiendo que puedo engen?drar tanto odio.

– Él le pegó. La violó. Era su padre, y usted debería haberse sentido a salvo con él. ¿Cómo cree que debe?ría enjuiciar todo eso?

– Fue hace muchos años.

– No; fue ayer -le corrigió Mira-. Hace una hora.

– Sí. -Eve miró su brandy y contuvo las lágrimas.

– ¿Estuvo mal defenderse?

– No, defenderse no. Pero yo le maté. Incluso cuan?do ya estaba muerto, seguí matándolo. El odio me cega?ba, la ira era incontrolable. Fui como un animal.

– Él la había tratado como un animal. La convirtió en animal. Sí -dijo al ver que ella se estremecía-, aparte de robarle la niñez y la inocencia, la despojó de su humani?dad. Existen palabras técnicas para designar una perso?nalidad capaz de hacer lo que él hizo, pero en lenguaje llano -añadió con su frialdad habitual- su padre era un monstruo.

Mira vio cómo Eve miraba a Roarke y luego bajaba la vista.

– Le privó de su libertad -continuó-, la marcó, la deshonró. Para él usted no era humana, y si la situación no hubiese cambiado, usted tal vez no habría sido más que un animal si es que sobrevivía. Y pese a todo, des?pués de la huida, usted se abrió camino. ¿Qué es ahora, Eve?

– Un policía.

Mira sonrió. Había esperado justamente esa res?puesta.

– ¿Y qué más?

– Una persona.

– ¿Una persona responsable?

– Claro.

– Capaz de amistad, lealtad, compasión, humor. ¿Amor?

Eve miró otra vez a Roarke.

– Sí, pero…

– ¿Esa niña era capaz?

– No, ella… yo tenía demasiado miedo. De acuerdo, he cambiado. -Eve se apretó la sien, sorprendida y aliviada de que el dolor de cabeza estuviera remitiendo-. Me convertí en algo decente, pero eso no quita que ma?tara. Es preciso que haya una investigación.

Mira arqueó una ceja.

– Nadie le pondrá reparos si el hecho de descubrir la identidad de su padre es importante para usted. ¿Lo es?

– No. Eso me importa un comino. Pero…

– Disculpe. -Mira levantó una mano-. ¿Quiere pro?mover una investigación por la muerte de este hombre a manos de la niña de ocho años que era usted entonces?

– Es el procedimiento habitual -dijo Eve, testaruda-. Y eso exige mi inmediata suspensión hasta que el equipo investigador se dé por satisfecho. También será conve?niente que mis planes personales queden aplazados has?ta que todo se aclare.

Percibiendo la ira de Roarke, Mira le lanzó una mi?rada de advertencia y vio que él lograba dominarse.

– Se aclare, ¿cómo? -preguntó razonablemente-. No pretendo decirle cuál es su trabajo, teniente, pero esta?mos hablando de algo que sucedió hace unos veintidós años.

– Fue ayer. -Eve encontró cierto gusto en devolverle sus palabras a Mira-. Fue hace una hora.

– Emocionalmente sí -concedió Mira impertérrita-. Pero en la práctica, y en términos legales, fue hace más de dos décadas. No habrá cadáver ni pruebas físicas que examinar. Están, eso sí, las fichas donde consta el estado en que la encontraron, los abusos, la malnutrición, el trauma. Lo que hay ahora es su memoria: ¿cree que su historia cambiaría a lo largo de un interrogatorio?

– No, claro que no, pero… Es el procedimiento.

– Es usted una excelente policía -dijo Mira-. Si este asunto cayera sobre su mesa, tal como está, ¿cuál sería su opinión profesional y objetiva? Antes de que me respon?da, sea honesta. No tiene por qué castigarse a sí misma ni a esa niña inocente. ¿Qué haría usted como policía?

– Yo… -Vencida, dejó la copita sobre la mesa y cerró los ojos-. Yo lo cerraría.

– Pues hágalo.

– No depende de mí.

– Será un placer llevar este asunto ante su comandan?te, en privado, exponerle los hechos y mi recomenda?ción personal. Creo que usted ya sabe cuál será su deci?sión. Necesitamos gente como usted para que nos protejan, Eve. Y aquí hay un hombre que necesita que confíe en él.

– Confío en él. -Eve cobró arrestos para mirar a Roarke-. Pero tengo miedo de estar utilizándolo. No impor?ta lo que otras personas piensen del dinero, del poder. No quiero darle el menor motivo para pensar que alguna vez podría abusar de él.

– ¿Acaso él lo piensa?

Eve cerró la mano en torno al diamante que colgaba entre sus pechos.

– Está demasiado enamorado de mí para pensar.

– Vaya, yo diría que eso es estupendo. Y creo que no tardará usted en ver la diferencia entre depender de al?guien a quien ama y explotar sus recursos. -Mira se puso en pie-. Le recomendaría que se tome un sedante y el día libre, pero sé que no hará lo uno ni lo otro.

– Así es. Siento haberla sacado de casa en plena no?che, doctora.

– Policías y médicos: estamos acostumbrados. ¿Vol?veremos a hablar?

Eve quiso negarse, tal como se había negado durante años y años. Pero ahora era distinto, eso lo veía claro.

– Sí, está bien.

Impulsivamente, Mira le acarició la mejilla y la besó.

– Saldrá adelante, Eve. -Luego miró a Roarke y le tendió la mano-. Me alegro de que me llamara. Tengo un interés personal en la teniente.

– Yo también. Gracias.

– Espero que me inviten a la boda. No me acompa?ñen. Conozco el camino.

Roarke fue a sentarse al lado de Eve.

– ¿No sería mejor para ti que me desprendiera del di?nero, de las propiedades, que pasara de mis empresas y empezara de cero?

Si ella esperaba algo, no fue esto. Le miró boquia?bierta.

– ¿Serías capaz?

Él se inclinó y le dio un beso somero.

– No.

Ella se sorprendió a sí misma riendo.

– Me siento como una tonta.

– Haces bien. -Entrelazó sus dedos con los de ella-. Deja que te ayude a olvidar el dolor.

– Has estado haciéndolo desde que entraste por la puerta. -Suspiró-. Trata de aguantarme, Roarke. Soy un buen policía. Sé lo que me hago cuando llevo la pla?ca. Es cuando me la quito que no estoy segura de mí misma.

– Soy tolerante. Puedo aceptar tus puntos flacos como tú aceptas los míos. Ven, vamos a la cama. Tienes que dormir. -La ayudó a ponerse en pie-. Y si tienes pe?sadillas, no me las escondas.

– Nunca más. ¿Qué pasa?

Roarke le pasó los dedos por el pelo.

– Te lo has cambiado. De forma sutil pero encanta?dora. Y hay algo más… -Le frotó la mandíbula con el pulgar.

Ella meneó las cejas esperando que él notara su nue?va forma, pero Roarke continuó mirándola.

– ¿Qué?

– Estás muy guapa. De verdad, mucho.

– Estás cansado.

– No es verdad. -Se inclinó y le dio un beso largo y pausado en la boca-. En absoluto.

Peabody la miraba, pero Eve hizo como que no se daba cuenta. Estaba tomando café y, anticipándose a la llega?da de Feeney, había subido incluso un paquete de muffins. Las persianas abiertas le permitían saborear una es?pléndida vista de Nueva York con su dentada línea del cielo tras el exuberante verde del parque.

Decidió que no podía culpar a Peabody por quedar?se boquiabierta.

– Le agradezco mucho que haya venido aquí en vez de a la Central -empezó Eve. Sabía que aún no estaba en plena forma, como sabía que Mavis no podía permitirse el lujo de que ella le fallara-. Quiero solucionar unas cuantas cosas antes de fichar. En cuanto lo haya hecho, imagino que Whitney me llamará. Necesito municiones.

– Descuide. -Peabody sabía que algunas personas vi?vían así. Lo sabía de oídas, de leerlo o de verlo en la pan?talla. Y los aposentos de la teniente no tenían nada de fa?buloso. Eran bonitos, eso sí, llenos de espacio, buen mobiliario, excelente equipamiento.