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Pero la casa, Dios, qué casa. Eso ya no era una man?sión sino una fortaleza, quizá un castillo. El césped ver?de y extenso, los árboles floridos, las fuentes. Todas aquellas torres, el centelleo de la piedra. Eso era antes de que un conserje te hiciera entrar y te quedaras pasmado al ver todo el mármol, el cristal y la madera. Y el espacio. Inmenso.

– Peabody.

– ¿Qué? Perdón.

– Tranquila. Este sitio intimida a cualquiera.

– Es increíble. -Volvió a mirarla-. Usted se ve distin?ta aquí -decidió achicando los ojos-. Yo la veo distinta, al menos. Ah, se ha cortado el pelo. Y las cejas. -Intriga?da, se acercó un poco-. Tratamiento epidérmico.

– Sólo facial. -Eve se contuvo a tiempo-. ¿Nos pone?mos a trabajar ahora o quiere el nombre de mi estilista?

– No podría pagarla -dijo alegremente Peabody-.

Pero le sienta bien. Quiere ponerse a tono porque se casa dentro de un par de semanas.

– No serán dos semanas, sino el mes que viene.

– Creo que no sabe que ya es el mes que viene. La veo nerviosa. -Peabody dejó ver una sonrisa divertida-. Usted nunca se pone nerviosa.

– Cállese, Peabody. Tenemos un homicidio.

– Sí, señor. -Ligeramente avergonzada, Peabody se tragó el mohín-. Pensaba que estábamos matando el tiempo hasta que llegara el capitán Feeney.

– Tengo una entrevista a las diez con Redford. No me queda tiempo que matar. Déme un resumen de lo que averiguó en el club.

– He traído mi informe. -Peabody sacó un disco de su bolso-. Llegué a las diecisiete treinta y cinco, me acerqué al individuo que llaman Crack y me identifiqué como ayudante suya.

– ¿Qué le pareció?

– Un personaje -dijo secamente Peabody-. Me dijo que yo serviría para hacer mesas, puesto que parecía te?ner las piernas fuertes. Yo le dije que bailar no estaba en mi agenda.

– Muy buena.

– Se mostró cooperador. A mi juicio, no le gustó cuando le comuniqué la muerte de Hetta. La chica no llevaba mucho tiempo trabajando allí, pero él dijo que tenía buen carácter, que era eficiente y gustaba a los hombres.

– Con estas palabras…

– En lenguaje vulgar. En su lenguaje vulgar, Dallas, tal como consta en mi informe. No se fijó con quién habla?ba Hetta después del incidente con Boomer pues en ese momento el club estaba a tope y él tenía mucho trabajo.

– Partiendo cabezas.

– Eso mismo. Sin embargo, sí me indicó algunos em?pleados y clientes que podían haberla visto en compañía de alguien. Tengo los nombres y las declaraciones. Na?die notó nada fuera de lo normal. Un solo cliente creyó haberla visto entrar en una de las cabinas privadas con otro hombre, pero no recordaba la hora y la descripción es vaga: «Un tipo alto.»

– Sensacional.

– Hetta salió a las dos y cuarto, es decir, una hora más temprano de lo habitual. Le dijo a otra acompañan?te que ya había llenado el cupo y que daba por termina?da la noche. Enseñó un puñado de créditos y dinero en metálico. Se jactó de tener un nuevo cliente que sabía apreciar la calidad. Fue la última vez que alguien la vio en el club.

– Encontraron su cadáver tres días después. -Frus?trada, Eve se apartó de la mesa-. Si me hubieran encar?gado el caso antes, o si Carmichael se hubiera tomado la molestia de investigar… En fin, ya es tarde.

– Hetta tenía muchos amigos.

– ¿Pareja?

– Nada serio ni permanente. Esos clubs procuran que sus empleadas no se citen con los clientes fuera del local, y parece ser que Hetta era una auténtica profesio?nal. Visitaba también otros locales, pero hasta ahora no he podido descubrir nada. Si trabajó en algún sitio la no?che de su asesinato, no hay constancia de ello.

– ¿Consumía?

– En reuniones, de vez en cuando. Nada fuerte, se?gún las personas con las que hablé. Comprobé su expe?diente, y aparte de un par de acusaciones antiguas por posesión, estaba limpia.

– ¿Cómo de antiguas?

– Cinco años.

– Bien, siga con ello. Hetta es toda suya. -Levantó la vista al ver entrar a Feeney-. Me alegro de tenerle aquí.

– Uf, la circulación es un infierno. ¡Muffins! -Feeney se lanzó sobre ellos-. ¿Qué tal, Peabody?

– Buenos días, capitán.

– ¿Blusa nueva, Dallas?

– No.

– La veo diferente. -Se sirvió café mientras ella ponía los ojos en blanco-. He dado con nuestro tatuado. Mavis entró en Ground Zero a eso de las dos, pidió un Screamer y un bailarín de mesa. Yo mismo hablé con él ano?che. Se acuerda de ella. Dice que la chica estaba en órbita y que intentaba tomar tierra. El tipo le ofreció una lista de servicios aceptados, pero Mavis se fue tambaleándose.

Feeney suspiró y tomó asiento.

– Si fue a algún otro club nocturno, no utilizó crédi?tos. No he sabido más de ella desde que salió del Ground Zero a las tres menos cuarto.

– ¿Dónde está ese club?

– A unas seis manzanas de la escena del crimen. Ma?vis había ido bajando hacia el centro desde el momento en que dejó a Pandora y entró en el ZigZag. Entre me?dias estuvo en otros cinco locales, tomando Screamers todo el tiempo, casi siempre triples. No sé cómo pudo sostenerse en pie.

– Seis manzanas -murmuró Dallas-. Treinta minutos antes del asesinato.

– Lo siento. Parece que eso no mejora las cosas. Bue?no, pasemos a los discos de seguridad. El escáner de Leo?nardo fue reventado a las diez de la noche de marras. Hay muchas quejas en la zona sobre gamberros juveni?les que se cargan las cámaras exteriores, así que ésa po?dría ser la causa. El sistema de seguridad de Pandora fue desconectado utilizando el código. No hubo sabotaje. Quienquiera que entrase sabía cómo hacerlo sin dejar rastro.

– La conocía a ella, conocía la situación.

– Por fuerza -dijo-Feeney-. No hay irregularidades en los discos de seguridad del edificio donde vive Justin Young. Entraron sobre la una y media, y ella se marchó otra vez a las diez o las doce del día siguiente. Entreme?dias nada, pero… -Hizo una pausa teatral-. Hay una puerta de servicio.

– ¿Qué?

– Se entra por la cocina hasta un montacargas. Que no tiene sistema de seguridad. Va a otros seis pisos y al garaje. El garaje sí tiene seguridad, y los pisos también. Pero… -Otra pausa-. También se puede ir hasta la plan?ta baja, al área de mantenimiento. Allí el sistema de se?guridad es chapucero.

– ¿Cree que pudieron salir sin ser vistos?

– Tal vez. -Feeney sorbió un poco de café-. Cono?ciendo bien el edificio, el sistema de seguridad y procu?rando calcular el momento de la salida.

– Eso podría arrojar una nueva luz a su coartada. Le felicito, Feeney.

– Sí, bueno. Mándeme el dinero. O regáleme los muffins.

– Son suyos. Creo que habrá que ir a hablar otra vez con la parejita. Tenemos a dos buenos actores. Justin Young se acostaba con Pandora y ahora mantiene una rela?ción íntima con Jerry Fitzgerald que es la principal adver?saria de Pandora como reina de la pasarela. Tanto Fitzge?rald como Pandora quieren triunfar en la pantalla. Entra Redford, productor. Le interesa trabajar con Fitzgerald, ha trabajado con Young y se acuesta con Pandora. Los cua?tro participan en la fiesta que se celebra en casa de Pandora, invitados por ésta la noche de su asesinato. ¿Para qué que?ría tenerlos allí; a su rival, a su ex amante y al productor?

– Le gustaba el melodrama -terció Peabody-. Dis?frutaba con la controversia.

– Sí, es verdad. Y también le gustaba causar proble?mas. Me pregunto si tenía algo que echarles en cara. En la entrevista todos estuvieron muy calmados -recordó Eve-. Muy serenos, muy a gusto. A ver si podemos sa?cudirlos un poco.

Eve vio por el rabillo del ojo que el panel entre su despacho y el de Roarke se abría lateralmente.