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– No estaba cerrado -dijo él al detenerse en el um?bral-. Interrumpo, ¿no?

– Ya casi hemos acabado.

– Eh, Roarke. -Feeney brindó con un muffin-. ¿Pre?parado para mondar la media naranja? Bueno, era una broma -murmuró al ver que Eve le fulminaba con la mi?rada.

– Creo que será mejor que vuelva a la calle. -Feeney miró a Peabody y levantó una ceja.

– Perdón. Agente Peabody, le presento a Roarke.

Echa la presentación, Roarke sonrió y se acercó a ellos.

– La eficiente agente Peabody. Es un placer.

Haciendo esfuerzos por no atragantarse, ella aceptó la mano que le tendía.

– Me alegro de conocerle.

– Si me permiten que les robe a la teniente un mo?mento, los dejaré a solas enseguida. -Puso una mano so?bre el hombro de Eve, se lo apretó. Al levantarse ella, Feeney soltó un bufido.

– Se va a tragar la lengua, Peabody. ¿Por qué será que cuando un hombre tiene cara de diablo y cuerpo de dios las mujeres se emboban de esta manera?

– Son las hormonas -murmuró Peabody, sin dejar de mirar a Roarke y Eve. Últimamente se interesaba por las relaciones humanas.

– ¿Cómo estás? -dijo Roarke.

– Bien.

Acarició la barbilla de Eve, hundiendo ligeramente el pulgar en su hoyuelo.

– Ya veo que estás trabajando. Tengo algunas reu?niones esta mañana, pero pensé que querrías esto. -Le entregó una tarjeta de las suyas con un nombre y una di?rección garabateados al dorso-. Es el experto extraplanetario que me pedías. Estará encantada de ayudarte en lo que necesites. Ya tiene la muestra que tú me diste, pero le gustaría tener otra. Para una comprobación adi?cional, creo que me dijo.

– Gracias. -Se guardó la tarjeta-. De veras.

– Los informes de Starlight Station…

– ¿Starlight Station? -Eve tardó un poco en reaccio?nar-. Dios, olvidaba que te lo había pedido. No tengo la mente clara.

– Tienes demasiadas cosas en la cabeza. En todo caso, mis fuentes me dicen que Pandora hizo muchas re?laciones públicas en su último viaje, lo cual es normal. No parece que estuviera interesada en nadie en concre?to. Al menos por más de una noche.

– Mierda, ¿es que sólo pensaba en eso?

– En ella era una prioridad. -Sonrió al ver qué Eve achicaba los ojos y hacía conjeturas-. Como te dije, nuestra breve relación ocurrió hace mucho tiempo. Bien, lo que sí hizo fue bastantes llamadas, todas con su propio minienlace.

– No hay registro de las llamadas.

– Yo diría que no. Hizo el trabajo con su talento ha?bitual. Se habla del modo en que se jactó de un nuevo producto que pensaba patrocinar, y de un vídeo.

Eve gruñó:

– Te agradezco las molestias.

– Es un placer colaborar con la policía local. Tene?mos una cita con el florista a las tres. ¿Podrás ir?

Eve barajó mentalmente sus compromisos.

– Si tú has buscado un hueco, yo también.

Como no quería arriesgarse, Roarke le cogió la agenda de trabajo y programó él mismo la cita.

– Nos veremos allí. -Bajó la cabeza y vio que ella mi?raba hacia la mesa del otro lado de la habitación-. Dudo que esto disminuya tu autoridad -dijo, y luego posó sus labios en los de ella-. Te quiero.

– Sí, bueno. -Carraspeó-. De acuerdo.

– Muy poético. -Divertido, él le pasó una mano por el pelo y la besó otra vez-. Agente Peabody, Feeney. -Con una inclinación de cabeza, volvió a su despacho. El panel se cerró a sus espaldas.

– Borre esa sonrisa estúpida de su cara, Feeney. Ten?go un trabajo para usted. -Eve sacó la tarjeta que se ha?bía metido en el bolsillo-. Necesito que lleve una mues?tra del polvo que le encontramos a Boomer a esta experta en flora. Roarke ya le ha puesto al corriente. No es policía ni está vinculada a seguridad, así que sea dis?creto.

– Lo intentaré.

– Procuraré hablar con ella más tarde para ver qué ha averiguado. Peabody, usted viene conmigo.

– Sí, señor.

Peabody esperó a estar en el coche para hablar.

– Imagino que para un policía es difícil hacer malabarismos con las relaciones personales.

– Dígamelo a mí. -Interrogar sin piedad a un sospe?choso, mentir al comandante en jefe, acosar al técnico del laboratorio. Encargar el ramo de novia. ¡Dios!

– Pero si va con cuidado, eso no tiene por qué echar por tierra su carrera.

– Qué quiere que le diga, ser.policía es una mala apuesta. -Eve tamborileó sobre el volante-. Feeney lleva casado desde la noche de los tiempos. El comandante tiene un hogar feliz. Otros lo consiguen. -Exhaló con fuerza-. Yo estoy en ello. -Se le ocurrió cuando salían por la puerta-: ¿Es que tiene algo en marcha, Peabody?

– Puede. Lo estoy pensando. -Peabody se frotó las manos en el pantalón, las juntó, las separó.

– ¿Alguien que yo conozco?

– Pues sí. -Cambió los pies de sitio-. Es Casto.

– ¿Casto? -Eve enfiló la Novena, esquivando un au?tobús-. No me diga. ¿Y cuándo ha sido?

– Bien, es que ayer noche me topé con él. Es decir, le pillé espiándome y…

– ¿La estaba espiando? -Eve puso el piloto automá?tico. El coche gimió y resopló-. ¿De qué diantres está hablando, Peabody?

– Casto tiene buen olfato. Se olió que estábamos si?guiendo una pista. Me puse como una fiera cuando le descubrí, pero luego hube de admitirlo, yo habría hecho lo mismo.

Eve siguió tamborileando el volante, mientras pen?saba en ello.

– Sí, y yo también. ¿Intentó algo?

Peabody se ruborizó.

– Por Dios, Peabody, no quería decir… -balbuceó.

– Ya, ya lo sé. Es que no estoy acostumbrada, Dallas. Bueno, los hombres me gustan, claro. -Se frotó el fle?quillo y comprobó el cuello de la camisa de reglamen?to-. He conocido a algunos, pero hombres como Casto, ya sabe, como Roarke…

– Achicharran los circuitos, ya.

– Sí. -Fue un alivio poder decírselo a alguien que lo entendiera-. Casto intentó sacarme algunos datos con añagazas, pero se lo tomó muy bien cuando me negué. Conoce la ruta. El jefe ordena cooperación interdepar?tamental y nosotros hacemos casó omiso.

– ¿Cree que él tiene algo?

– Podría ser. Fue al club igual que yo. Fue allí donde le pesqué. Luego, al salir yo, él me siguió. Dejé que se di?virtiera un rato, para ver qué hacía. -Su sonrisa se ensan?chó-. Y luego le seguí yo a él. Debería haber visto su cara cuando le fui por detrás y se dio cuenta de que le ha?bía descubierto.

– Buen trabajo, Peabody.

– Discutimos un poco. Por el territorio y esas cosas. Después, bueno, tomamos una copa y acordamos dejar de lado la rutina policial. Estuvo bien. Aparte de la profesión, tenemos bastantes cosas en común. Música, cine, en fin. Qué coño. Me acosté con él.

– Oh.

– Sé que fue una estupidez. Pero lo hicimos.

Eve esperó un momento.

– Bien. ¿Y qué tal?

– ¡Uau!

– Conque sí, ¿eh?

– Y esta mañana me ha dicho si podíamos ir a cenar o algo.

– Bueno, a mí me parece normal.

Peabody meneó la cabeza.

– Yo no suelo atraer a esta clase de hombres. Sé que busca algo de usted…

Eve la hizo callar.

– Eh, un momento.

– Vamos, Dallas, usted sabe que sí. Se siente atraído por usted. La admira por su inteligencia… y por sus piernas.

– No me diga que usted y Casto han hablado de mis piernas.

– No, pero de su inteligencia sí. De todos modos, no sé si debo seguir adelante con esto. He de concentrarme en mi trabajo, y él está concentrado en el suyo. Cuando este caso se resuelva, dejaremos de vernos.

¿No había pensado Eve lo mismo cuando Roarke se había fijado en ella? Normalmente ocurría así.

– Usted le gusta, Peabody, no hay duda, y usted le encuentra interesante.

– Claro.

– Y la cama funcionó.

– De qué manera.

– Entonces, como superior suya que soy, le aconsejo que se lance.