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– Pues… alguien se la dio a ella. No sé.

– ¿Fue Redford? ¿Fue él quien la enganchó, Justin? Si lo hizo, debe usted de odiarlo. La mujer a quien ama empezó a morir la primera vez que probó un sorbo de Immortality.

– No es un veneno, se equivoca. Ella me dijo que así era como Pandora pretendía apropiarse de todo. Pando?ra no quería que Jerry se beneficiara de esa bebida. La muy cerda sabía que a Jerry podía irle muy bien, pero ella quería… -Se interrumpió, haciendo caso de la adver?tencia de su abogada demasiado tarde.

– ¿Qué quería ella, Justin? ¿Dinero? ¿Mucho dinero? ¿A usted? ¿Se burló de Jerry? ¿Le amenazó a usted? ¿Es por eso que usted la mató?

– Yo no lo hice. Ya le he dicho que no le puse las ma?nos encima. Discutimos, ¿vale? Tuvimos una escena después que se fuera la chica de Leonardo aquella noche. Jerry estaba muy molesta. Tenía razón para estarlo, des?pués de lo que dijo Pandora. Por eso me la llevé, fuimos a tomar unas copas y la calmé un poco. Le dije que no se preocupara, que había otras maneras de conseguir un suministro.

– ¿Cuáles?

Respirando con dificultad, Young se zafó con furia de la mano de su abogada.

– Cállese ya -le espetó-. ¿De qué me está sirviendo tenerla aquí? Me van a meter en una celda de un momen?to a otro. Quiero hacer un trato. -Se pasó el dorso de la mano por la boca-. Quiero hacer un trato.

– De eso ya hablaremos -dijo Eve con calma-, ¿qué me puede ofrecer?

– Paul -dijo él, estremeciéndose-. Le doy a Paul Redford. Él la mató. Y probablemente los mató a todos.

Veinte minutos después, Eve se paseaba por la sala.

– Quiero que Redford se ponga nervioso, que se pre?gunte hasta dónde han hablado los otros.

– De la señorita no hemos sacado gran cosa. -Casto apoyó los pies en la mesa y cruzó los tobillos-. Es muy dura. Ha mostrado signos de rendición (la boca seca, temblores, etcétera), pero se aferra a su coartada.

– No ha probado eso en diez horas al menos. ¿Cuán?to tiempo cree que podrá aguantar?

– No lo sabría decir. -Casto abrió las manos-. Podría salirse por la tangente, o puede que dentro de diez mi?nutos esté hecha papilla.

– Muy bien, entonces no contemos con ella.

– Redford ha titubeado bastante -terció Peabody-. Creo que está cagado de miedo. Su abogado es un hueso duro de roer. Si consiguiéramos tenerle solo unos minu?tos, cantaría de plano.

– No tenemos esa opción. -Whitney examinó la co?pia impresa de los últimos interrogatorios-. La declara?ción de Young servirá para presionarle.

– Es demasiado endeble -murmuró Eve.

– Haga que no lo parezca. Él dice que Redford fue quien introdujo a Fitzgerald en la droga hará unos tres meses y le propuso que fueran socios.

– Y según nuestro guapo actor, todo iba a ser legal y sin tapujos. -Eve gruñó con sorna-. Nadie es tan cándido.

– No sé -dijo Peabody-. Está colado por Fitzgerald. Creo que ella pudo convencerle de que el negocio era honesto: una nueva línea de productos de belleza con el nombre de Fitzgerald.

– Y todo lo que tenían que hacer era desbancar a Pandora. -Casto sonrió-. El dinero vendría solo.

– Todo se reduce a beneficios. Pandora les estorbaba. -Eve se dejó caer en una silla-. Los otros les estorbaban. Puede que Young sólo sea un tonto inocentón, o puede que no. Ha acusado a Redford, pero de lo que no se ha dado cuenta aún es de que podía estar acusando a Fitz?gerald al mismo tiempo. Ella le dijo lo suficiente para que planeara un viaje a la colonia Edén, esperando que entre los dos pudieran conseguir un espécimen para ellos solos.

– Si Young suelta el resto -señaló Whitney-, hare?mos el trato que él quiere. Aún le queda mucho para aclarar el asesinato, Eve. Tal como están las cosas, el tes?timonio de Young no tiene mucho peso. Él cree que Redford eliminó a Pandora. Nos ha dado el móvil. Po?demos establecer la oportunidad. Pero no hay pruebas físicas, no hay testigos.

Whitney se puso en pie.

– Consígame una confesión, Dallas -dijo-. El fiscal me está presionando. Retirarán los cargos contra Mavis Freestone el próximo lunes. Si no tienen nada más que dar a los media, vamos a parecer todos un hatajo de idiotas.

Casto sacó una navaja y empezó a limpiarse las uñas mientras Whitney salía.

– Está bien claro que no interesa que el fiscal parez?ca un idiota. Caray, quieren que se lo demos todo en bandeja, ¿no? -Miró a Eve-. Redford no va a confe?sar un asesinato, Eve. Sólo aceptará lo de la droga. Qué diablos, si casi queda bien. Pero de ningún modo aceptará cuatro homicidios. Sólo nos queda una espe?ranza.

– ¿Cuál? -quiso saber Peabody.

– Que él no lo hiciera solo. Si hundimos a uno de los otros, le hundimos a él. Yo apuesto por Fitzgerald.

– Entonces encárguese usted de ella, -rezongó Eve-. Yo voy con Redford. Peabody, coja la foto de Redford. Vuelva al club, a casa de Boomer, de Cucaracha, de Moppett. Enséñesela a todo el mundo. Necesito que al?guien le identifique.

Miró frunciendo el entrecejo el enlace que estaba pi?tando y lo conectó.

– Aquí Dallas. No me molesten.

– Siempre me encanta oír tu voz -dijo Roarke impla?cable.

– Estoy reunida.

– Y yo. Parto para FreeStar dentro de media hora.

– ¿Te vas del planeta? Pero si… bueno, que tengas buen viaje.

– Es inevitable. Estaré de vuelta dentro de tres días. Ya sabes cómo ponerte en contacto.

– Sí, por supuesto. -Ella quería decir tonterías, inti?midades-. Yo también voy a estar bastante ocupada. Te veré cuando regreses.

– Deberías pasar por tu despacho, teniente. Mavis ha intentado ponerse en contacto contigo varias veces. Pa?rece ser que no has ido a la última prueba. Leonardo está… desquiciado.

Eve hizo lo que pudo para ignorar la risita de Casto.

– Tengo otras cosas en la cabeza.

– Y quién no. Busca un momento para ir a verle, cari?ño. Hazlo por mí. A ver si así sacamos a toda esa gente de casa.

– Haberlo dicho antes. Pensaba que a ti te gustaba te?ner compañía.

– Y yo pensaba que era hermano tuyo -murmuró Roarke.

– ¿Qué?

– Nada, un viejo chiste. A mí no me gusta tener tanta gente en casa. Están todos pirados. Acabo de encontrar a Galahad escondido debajo de la cama. Alguien le ha cubierto de cuentas y lacitos rojos. Es una tortura, para los dos.

Ella se mordió la lengua para contener una carcaja?da. Roarke no parecía divertido.

– Ahora que sé que te están volviendo loco, me sien?to mucho mejor. Los sacaremos de casa.

– Hazlo. Ah, y me temo que algunos detalles sobre lo del próximo sábado tendrás que solucionarlos tú sola. Summerset tiene las notas. Me están esperando. -Eve le vio hacer señas a alguien fuera de pantalla-. Hasta dentro de unos días, teniente.

– Sí. -El monitor se apagó mientras ella refunfuña?ba-. No te vayas a perder por el espacio.

– Caray, Eve. Si necesita ir al modisto o llevar el gato al terapeuta, Peabody y yo podemos ocuparnos de esta menudencia de asesinato.

Eve estiró los labios esbozando una sonrisa per?versa:

– Cuidado, Casto.

Pese a sus muchas e irritantes cualidades, Casto tenía verdadero instinto. Redford no se iba a derrumbar así como así. Eve lo trabajó a fondo y tuvo la dulce satis?facción de colgarle el asunto de las drogas ilegales, pero una confesión de asesinato múltiple no era tan sencilla de conseguir.

– A ver si lo he entendido bien. -Se puso en pie. Ne?cesitaba estirar las piernas. Fue a servirse café-. Pandora fue quien le habló de Immortality. ¿Cuánto hace de eso?

– Como le dicho, hará cosa de un año y medio, quizá un poco más. -Ahora estaba absolutamente frío, con?trolando la situación. Sabía que podía salir airoso, sobre todo desde el ángulo en que había enfocado el asunto-. Me vino con una propuesta de negocios. Así lo llamó Pandora, al menos. Aseguró que tenía acceso a una fór?mula que revolucionaría la industria de los cosméticos.