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Marie miró asombrada la foto. Primero la orgullosa cara de su hermano y luego a la mujer india Poona Bai Jomann, con un broche en el pecho. Estuvo un rato sin decir nada. Su hermano había ido a la India a por una mujer. Así de simple. Había entrado en un restaurante Tandoori y la había conquistado al cabo de unas horas. ¿Qué armas secretas poseía su hermano que ella nunca había visto? Era como si esa mujer lo hubiese estado esperando en esa inmensa ciudad de Bombay.

– Mumbai -le corrigió Gunder-. Pues sí, así es. Ella estaba esperándome. Llegará el día veinte, iré a buscarla al aeropuerto de Gardermoen. Mira, el certificado de matrimonio -añadió orgulloso.

– Ella sí que ha tenido suerte -dijo Marie -. No creo que haya muchos hombres en la India con un sueldo como el tuyo.

– Ella no sabe que soy rico -dijo Gunder.

– ¡Ja! Eres un ricachón -dijo Marie, sin piedad -. Y se ha dado cuenta, claro.

La miró ofendido, pero ella no se percató. Seguía mirando fijamente la foto.

– A Karsten le va a dar un infarto -dijo ella -. Y ten por seguro que la gente murmurará.

Pero a la vez estaba conmovida. ¡Una cuñada! Jamás se lo había imaginado.

– No me importan las habladurías -dijo Gunder.

Ella lo sabía. Siendo tan feliz como era su hermano en ese momento, nada ni nadie podía herirle.

– La ayudarás a adaptarse, ¿verdad? -dijo Gunder a su hermana -. Las mujeres necesitáis hablar entre vosotras de vez en cuando, de mujer a mujer. Tranquilamente. Ella es sonriente y amable.

– Me pregunto qué dirá Karsten -repitió Marie algo escéptica.

– A ti no te importa, ¿no? -preguntó Gunder.

– No lo sé -respondió ella encogiéndose de hombros -. Él se escandalizará al principio. Espero que la gente sea amable con ella.

– Seguro que sí -dijo Gunder confiado -. ¿Por qué no iban a serlo?

– Estoy pensando en los jóvenes. No tienen piedad.

– A ella no le importan los jóvenes. Tiene treinta y ocho años.

– Bueno, bueno. Lo que pasa es que estoy un poco sobrecogida. Es muy guapa. ¿Qué dice su familia?

– Solo tiene un hermano mayor, que vive en Nueva Delhi. No tienen mucho contacto.

– Pero ¿se adaptará? ¿A este país de hielo?

– Solo hace frío en invierno -se apresuró a decir Gunder-. Tampoco es fácil vivir con ese calor que hace allí. Esto es más fresco. Ya se lo dije. Tenemos un aire más seco. En la India, el aire es tan húmedo que en cuanto sales a la calle estás mojado. Ella quiere buscar trabajo. Es eficiente y despabilada. Le gustaría trabajar de camarera. Ya le encontraremos algo.

Marie suspiró. Estaba acariciando un hermoso elefante de marfil que Gunder le había traído. El optimismo de su hermano era tan desbordante que era incapaz de quebrantarlo. Pero no podía dejar de pensar. Y sobre todo pensaba en esa mujer india que llegaría a ese pequeño y recoleto lugar de la tierra, poblado por agricultores y adolescentes sin piedad, con algún sabelotodo en cada casa. Gunder lo soportaría, pero ¿cuánto sería capaz de soportar esa mujer antes de anhelar su país y a su gente?

Gunder colgó la foto de Poona y él en un tablón encima del escritorio. Tuvo que desplazar una foto de Karsten y Marie, pues su mujer se merecía el mejor sitio. Cada vez que miraba la foto se llenaba de un inmenso fragor, como si se le desbordara por dentro un manantial. «Es mi mujer -se decía a sí mismo -. Te presento a mi mujer. Se llama Poona.» Y se puso manos a la obra con aplicación y aplomo. Ropa de cama nueva para la cama de matrimonio. Blanca con encaje en las fundas de las almohadas. Mantel nuevo para la mesa del salón. Cuatro toallas nuevas para el cuarto de baño. Había que lavar y planchar todas las cortinas de abajo. Marie lo ayudó. Había que abrillantar la cubertería de plata, había heredado mucha plata de su madre. Tenía que fregar las ventanas, pues tendrían que resplandecer para que Poona pudiera contemplar a través de ellas el precioso jardín lleno de rosas y peonías. También tendría que cambiar el agua del pequeño estanque de los pájaros. Lo vació con un cubo, ya que no tenía desagüe. Luego fregó el fondo con agua y jabón, y volvió a llenarlo. Puso orden en el jardín, tiró la basura, arrancó la mala hierba y rastrilló el camino de gravilla que subía hasta la casa. Siempre tenía en la cabeza la voz de Poona, su olor flotaba en el aire. Veía su cara cuando se acostaba por las noches. Seguía notando el suave roce de su dedo en la nariz.

Sus compañeros de trabajo sentían mucha curiosidad por su viaje. Gunder estaba moreno y contento, y les contó lo que querían oír, pero no mencionó a Poona. Quería guardárselo para él aún una temporada. Ya se enterarían, ya llegarían sus comentarios y murmuraciones.

– Al parecer, has estado mucho tiempo al sol -dijo Bjørnsson expresando aprobación.

La calva de Gunder ardía como una linterna roja.

– Ni un instante -contestó -. En ese país no se puede estar al sol. Todo el rato estaba a la sombra.

– Joder -dijo Bjørnsson.

Aunque sin decirlo en voz alta, sus colegas sospechaban que algo se estaba cociendo. Gunder hacía más llamadas telefónicas que de costumbre. Se metía constantemente en el despacho vacío y los miraba mal si aparecían por la puerta. A la hora de comer salía muchos días a hacer compras. Volvía con bolsas de la cristalería GlasMagasinet y de la tienda de telas y ropa de cama. Poona llamaba a cobro revertido. Su hermano no estaba nada contento con ese matrimonio, pero eso a ella no le preocupaba.

– Lo que pasa es que me tiene envidia -dijo.

– Es pero que muy pobre, ¿sabes?

– Podemos invitarlo a venir a Noruega cuando todo esté arreglado. Es importante que vea lo bien que vas a estar. Yo puedo costearle el viaje.

– No hace falta que lo hagas -dijo Poona -. No se lo merece, siempre está de mal humor.

– Ya verás cómo se va tranquilizando. Haremos fotos y se las enviaremos. Fotos de ti en el jardín delante de la casa, en la cocina. Así verá que no te falta de nada.

El 20 de agosto se iba acercando. Marie llamó para decir que Karsten se iba a Hamburgo de viaje de negocios, y que no estaría en casa el día que llegara Poona.

– Me imagino que los dos querréis estar solos el primer día -dijo -. No es mi intención presentarme enseguida. Podéis venir a comer el día veintiuno. Haré asado de corzo. El veinticuatro es el cumpleaños de Karsten. Ella podrá conocerlo entonces. Él tendrá que esforzarse y ser amable por una vez.

– ¿No es amable? -preguntó Gunder escandalizado.

– Sabes bien cómo es -contestó Marie malhumorada.

– Todos nos tomaremos el tiempo que haga falta -dijo Gunder-. La que más tiempo necesitará es Poona. Ella es la que va a abandonar todo y a todos, y a viajar hacia algo completamente nuevo.

– Mañana iré a por flores -dijo Marie -. Todavía tengo tu llave. Las pondré en el salón para ella. Con un saludo de Karsten y mío, para que se sienta bienvenida. ¿A qué hora sales hacia el aeropuerto?

– Con mucho tiempo -contestó Gunder-. El avión aterriza a las seis. Poona llegó ayer a Frankfurt y ha dormido allí esta noche. Quiere hacer alguna compra primero. Y mi intención es estar en el aeropuerto antes de las cinco, ya que tengo que buscar sitio para el coche y todo eso.

– Llamadme cuando lleguéis a casa. Solo para que sepa que os habéis encontrado.

– ¿Encontrado? ¿Por qué no íbamos a encontrarnos?

– Pues porque ella viene de muy lejos. Y porque a veces hay muchos retrasos y cosas así.

– Claro que nos encontraremos -dijo Gunder.

Y ella se dio cuenta de que a su hermano jamás se le había ocurrido pensar que la mujer no llegara. Ella, sin embargo, había pensado precisamente en eso. Gunder había dejado dinero a esa mujer, y reservado y pagado su billete, que tal vez ella podría volver a cambiar por dinero. Una fortuna para una mujer pobre. Además, le resultaba completamente imposible imaginarse a una mujer de la India con sari color turquesa en la cocina de Gunder. Pero no dijo nada. Pidió a su hermano que tuviera cuidado por la carretera hasta el aeropuerto, que estaba muy lejos.