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– Aidan…

El silenció sus palabras colocando un dedo sobre los labios.

– No prolongues la herida, Leta. Arranca la tirita de mi piel y deja que el ardor me lo recuerde por un dia. Te lo dije antes, prefiero un momento de increíble felicidad antes que una vida vacía -Colocó un tierno beso en su frente-. Ahora vete. Sólo vete.

El problema era que ella no quería dejarle. Quería quedarse, pero no había modo de que pudiera. Su cuerpo temporal no duraría en este plano de la existencia.

– Te visitaré en tus sueños.

– No -dijo él, su voz quebrada-. Eso sólo lo haría peor. No podría soportar verte allí, sabiendo que no puedo realmente tocarte. Deja que la herida cure. Déjame ser capaz de pensar en este día y recordar a la mujer que salvó mi vida.

Tenía razón, y la mataba admitirlo.

– No te olvidaré, Aidan.

Aidan no respondió verbalmente, pero la luz atormentada en esos ojos verdes dijo más que las palabras.

Él la recordaría también.

El sonido de las sirenas de la policía perforó el aire.

– Vete, Leta.

Ella retrocedió con el corazón en la garganta. Todo lo que quería era estar con él. Si sólo pudiera. Pero los dioses habían decretado un destino diferente para ellos. No había necesidad de luchar una batalla que no podrían ganar.

– Te amo, Aidan -dijo antes de que destellara de vuelta a la Isla Desvanecente.

Aidan se paró allí en el centro de su cabaña, mirando fijamente al espacio donde Leta había estado. Fue sólo entonces que permitió que las lágrimas aparecieran. El dolor de ellas ardía en su pecho y lo estrangulaba.

Finalmente ella le habría traicionado también. Todos le traicionan.

Quizás, pero ya no creía eso. Leta le había enseñado mejor.

El oyó el trueno de la policía corriendo por su porche.

– ¡Ponga las manos detrás de la cabeza! ¡Arrodíllese!

Aidan no se estremeció mientras los policías entraban por su puerta rota con sus armas en la mano. Obedeció sus órdenes y se arrodilló en el piso mientras uno de los oficiales corría detrás de él y le esposaba las manos juntas.

– Para el registro, yo soy la víctima.

Pero dado que no lo sabían seguro, siguieron el protocolo estándar de asegurarlo antes de llamar a una ambulancia para Donnie.

Una vez que se dieron cuenta de que Donnie era un criminal escapado y de que Aidan de hecho vivía en la cabaña y de que había sido él el atacado, le quitaron las esposas y le dejaron coger una toalla fría para limpiarse la sangre de su cara y hombro.

– ¿Está seguro de que no quiere ir a un hospital? -preguntó uno de los oficiales masculinos.

Aidan negó con la cabeza mientras les miraba acarrear a un semiconsciente Donnie fuera de su salón. No había ayuda para lo que realmente le dolía. Solo Leta podía hacerlo.

– Estaré bien.

– ¿Está seguro?

Por primera vez en años, lo estaba.

– Sí. El que no nos matara…

– Requiere mucha terapia tratar con él.

Aidan dio una pequeña risa mientras el policía se encogía de hombros.

– Oye, en mi negocio, es realmente verdad -El oficial de repente parecía incómodo mientras miraba a la repisa de la chimenea donde Aidan tenía su Oscar. Era una postura tímida que Aidan conocía muy bien.

– ¿Quiere un autógrafo?

La cara del oficial brilló.

– No quería pedírselo con usted sangrando y todo, pero mi mujer es realmente una gran fan suya y esto me conseguiría algunos puntos con ella. Si pudiera ponerlo bajo el árbol, sé que le daría las Navidades.

Aidan sonrió aunque le dolía su labio partido.

– Cuélguelo -Fue a su oficina y sacó un montón de fotos publicitarias que Mori había enviado y que había ignorado y un bolígrafo antes de volver al salón-. ¿Cuál es su nombre?

– Tammy.

Otro oficial entró.

– Oh, hombre, ¿puedo tener uno también? Adoro la película Alabaster. Hiciste un gran trabajo en ella y la chavala que estaba con usted… ¿Era ella tan caliente en la vida real?

– No, era incluso mejor.

El oficial rió.

Aidan vaciló mientras la vieja alegría que solía sentir volvía como una inundación. Todavía podía recordar la primera vez que alguien le había pedido un autógrafo hacía todos esos años. La primera vez que alguien le paró en la calle para decirle cuanto le gustaba su trabajo. No había nada como eso. No importaba cuando o donde, adoraba ser parado por sus fans. Compartir unos minutos charlando con ellos.

Donnie y Brezo le habían manchado con su veneno. Esas personas no se preocupan por ti. Son solo parásitos que quieren tocar algo que nunca serán. Dios, odio que siempre estén sobre nosotros. Ni siquiera puedo comer una comida en paz. ¿Por qué no les dices que se vayan y nos dejen solos?

Pero a Aidan nunca le había importado. Aún cuando estaba en el punto de mira, no podía conducir por la calle con las ventanillas bajas o las veces que tuvo a la prensa escalando en su patio, no le importó. Estaba contento de hacer algo que las otras personas disfrutaran, y si hablar con él les hacía felices… No había sentimiento más grande que saber que había tocado sus vidas y traído una sonrisa a sus caras, incluso si solo fuera por unos pocos minutos.

Eso era lo que había querido desde niño. Por lo que se había roto el culo hasta lograrlo. Había sufrido a través de suficientes hondas y flechas para hacer a Shakespeare orgulloso.

Y adoraba cada minuto de ello.

Entregó la foto firmada para Tammy al oficial antes de mirar al otro.

– ¿Cuál es su nombre?

– Ricky… y ¿puede hacer uno para mi amiga, Tiffany? Se moriría si vuelvo a casa con él. Oh, y mi madre, Sara. Ella ha sido su fan desde esa película de terror rara que usted hizo. Adoraba esa también, pero era un desmontador de mentes.

Aidan se rió del entusiasmo de hombre.

– Sería un placer.

Antes de terminar, Aidan firmó un total de veinte fotos para la policía y paramédicos. Donnie chillaba indignado en la ambulancia, pero a nadie le importó.

– Que tenga Feliz Navidad -dijo Ricky mientras arrastraba a los otros fuera de la cabaña de Aidan. El vaciló en la astillada puerta-. Probablemente necesitará llamar a alguien para fijar esto. No creo que debería quedarse aquí arriba sin una buena puerta, dado lo que ha sucedido hoy.

– Gracias. Me ocuparé de eso.

Ricky retuvo la mano.

– Es usted un hombre decente, Sr. O'Conner. Muchas gracias por los autógrafos.

– El placer es mío, y llámeme Aidan.

Ricky sonrió.

– Aidan. Ha sido un placer conocerle. Desearía que las circunstancias hubieran sido mejores.

– Sí, yo también. Tenga una buena Navidad y dígale a su madre y a Tiffany que dije hola.

– Lo haré. Gracias.

Aidan lo siguió fuera al porche donde miró a Ricky andar hasta su coche antes de que todos ellos se marcharan. Todavía podía oír la amortiguada voz de Donnie maldiciéndole mientras se ponían en marcha. La compasión manó dentro de él, pero luengo entonces, pensó que quizás era una buena cosa que Donnie estuviera siendo comido por el odio. Un día, Donnie se daría cuenta exactamente de lo que el odio le había costado… que tratando de arruinar a Aidan, había destruido toda su vida.

Que Dios ayudara a su hermano entonces.

El dolor de la traición de Donnie cayó sobre sus hombros ahora. A él realmente no le importaba

– Soy el último hombre de pie.

El problema era que estaba parado solo y por primera vez en años eso le molestaba.

Cerrando los ojos, sintió la mordedura del frío contra él mientras convocaba la imagen de Leta en su mente.

– Te hecho de menos, nena.

Pero no había nada que hacer sobre eso.

La vida era lo que era.

Derrotado, se giró para entrar en casa y vio que la puerta había sido reemplazada.