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Leta dejó escapar un profundo suspiro mientras consideraba lo que le había dicho. Sabía que tenía razón. Pero saberlo y hacerlo eran dos cosas completamente distintas. Necesitaba la rabia de Aidan. La quería.

Cerrando los ojos, se centró en el objetivo.

Aidan.

Estaba durmiendo en su cama, soñando que estaba perdido en medio de una atronadora tormenta. La lluvia cortaba dolorosamente contra su piel mientras seguía adelante caminando fatigosamente. Respiraba con dificultad, su cara contraída por la rabia.

Leta estaba desconcertada por sus acciones. Por su voluntad en continuar incluso cuando los relámpagos golpeaban la tierra, evitándolo apenas. La estática de las explosiones causaba que su pelo se alzara y revoloteara alrededor de sus duras facciones. Era una fiera determinación lo que lo llevaba a continuar hacia delante. Y antes de que se diera cuenta incluso de lo que había hecho, había pasado a través del portal y entrado a su lado en el sueño.

Él se congeló en el lugar como si la advirtiera. La fría lluvia penetraba su piel, aplastando el pelo contra su cuerpo mientras le miraba curiosamente. En este estado, todas sus emociones estaban al descubierto para ella. Podía sentir cada onza de su rabia, su traición.

Su insaciable necesidad de venganza.

Estaba tan cerca de sus propios sentimientos que esto alimentaba sus poderes y traía sus emociones de regreso con una claridad tan ardiente, que picaba.

Él desenrolló los brazos alrededor de su pecho mientras se quedaba ante ella con esos helados y agudos ojos.

– ¿Quién eres tú?

– Una amiga.-susurró ella, cogida por un escalofrío del viento que empezó a soplar contra ellos.

Él se rió amargamente.

– No tengo amigos. No quiero ninguno.

– Entonces estoy aquí para ayudarte.

Él bufó a modo de burla.

– ¿Ayudarme a hacer qué? ¿Congelarme? ¿O estás planeando mantenerme todavía en esta tormenta para asegurarte que los relámpagos me maten?

Leta chasqueó los dedos y la lluvia se detuvo instantáneamente. Las nubes rodaron por encima mientras se apartaban para mostrar al sol. Los rayos iluminaron el desolado paisaje y lo pintaron de brillantes verdes y amarillos.

Aidan no estaba asombrado.

– Bonito truco.

Era un hombre difícil de impresionar y su hastiada mordacidad la hacía preguntarse que le había sucedido para causarla. Ella secó sus ropas y pelo.

– ¿Por qué convocaste la lluvia?

– No he convocado una mierda.-gruñó él-.Me estaba ocupando de mis propios asuntos cuando cayó sobre mí. Todo lo que estaba intentando hacer era conseguir atravesarla.

– ¿Y ahora que se ha ido?

Él miró hacia el claro cielo azul sobre ellos

– Regresará. Siempre lo hace y te golpea cuando menos lo esperas.

Ella sabía que no estaba hablando sólo de la tormenta.

– Deberías encontrar refugio.

Él bufó ante ella.

– No hay ninguno. La tormenta lo derriba y te deja desnudo en el huracán, así que ¿Para qué preocuparse?

Y ella había pensado estúpidamente que estaba amargada. Entonces de nuevo, fuera del mundo de los sueños, sólo podía sentir una punzada de lo que sentía ahora. Incluso así lo suyo no era nada en comparación con lo de él. Su amargura avanzaba tan profundamente, que le escaldaba la lengua con su sabor.

Pero bajo esa hostilidad sentía una cruda vulnerabilidad. Algo sobre él había sido aplastado y aún así luchaba para sobrevivir incluso aunque no quisiera. Esto alcanzaba el sufrimiento de su propio corazón y hacía que quisiera tocarle.

Sin un segundo pensamiento, dio un paso adelante para tender la mano a su mejilla.

Él siseó igual que un gato antes de apartarse.

– No me toques.

– ¿Por qué no?

– No quiero tu falsa amabilidad. Claro, sonreirás y serás tan dulce conmigo hasta que confíe en ti, pero en el minuto en que no te de todo lo que tu quieres en el instante en que lo pidas, te volverás contra mí e intentarás aplastarme. Eres igual que todos en el mundo. Nadie importa excepto tú.

Y con eso, dio la vuelva y se alejó caminando.

Leta se cruzó de brazos mientras lo veía poner distancia entre ellos.

Oh sí, tenía más que suficientes emociones amargas allí para derrotar a Dolor. Poco sabía el dios que su actual víctima iba a ser su caída. Aidan quizás pareciese insignificante para la deidad, pero su determinación y espíritu serían el combustible que ella necesitaba para vengarlos a ambos.

Y al igual que Dolor, ella no mostraría ninguna clemencia o debilidad. Nadie iba a evitar que le destruyese. Por una vez Dolor iba a saber exactamente lo que era tener a alguien que fuese a por él y dejarle temblando en el suelo, rogando por una misericordia que nunca llegaría.

No podía esperar…

CAPÍTULO 2

Era otro jodido día en el infierno, en lo que concernía a Aidan O’Conner. Todo estaba igual, y a él le gustaba así.

Por lo menos era lo que había esperado hasta que el teléfono móvil empezó a sonar. Cogiéndolo de la encimera del desayuno, miró el identificador de llamadas. Al principio no respondió, pero era su agente, Mori, y si no respondía, Mori se preocuparía como un cachorro neurótico con infección de orina necesitando hacer pis en la nieve.

Definitivamente no necesitaba eso en su vida, y mucho menos del humor en que se encontraba en estos momentos.

Aidan abrió el teléfono con el mentón al mismo tiempo que bajaba el volumen del estéreo, que estaba sonando con un CD de Bauhaus.

– Hola, Mori.

– Oh, Aidan, estás ahí. Estaba preocupado por ti.

Sí, claro. La única cosa por la que se preocupaba Mori era de dónde vendría su próximo cheque. El bastardo era como todos los demás que Aidan había conocido. Avaricioso, interesado en sí mismo y narcisista, y quería un trozo de la carne de Aidan.

Definitivamente el tono lloroso hizo hervir algo dentro de Aidan.

– Tengo otra oferta para ti, A. Ofrecen hasta treinta y cinco millones de dólares y una parte significativa de los beneficios, y créeme, con los coprotagonistas que estarán en esta película habrá suficientes beneficios para hacer que incluso un Scrooge como tú sonría.

Aidan recordó una época en la que se hubiera asfixiado y muerto de la impresión ante semejante oferta. Un tiempo en que ese dinero hubiera sido un sueño increíble.

Pero como todos sus sueños, ese también había sido brutalmente destrozado.

– Te he dicho que no estoy interesado.

Mori se burló.

– Claro que estás interesado.

– No, Mori. No lo estoy.

– Oh, vamos, no puedes seguir escondiéndote en la cima de tu pequeña montaña. Tarde o temprano tendrás que volver al mundo real. Y este seria el regreso ideal. Piensa cuánto dinero estarás tirando si dices que no.

Aidan puso el CD en la canción “Crowds” y dejó que le recordara por qué no estaba interesado en volver a Hollywood… ni a ningún sitio fuera de Knob Creek, Tennesse. No le gustaba la gente y odiaba la idea de volver a hacer otra película.

– Muchas gracias, pero no. Con cien millones de dólares en mis cuentas bancarias, ni siquiera tengo que volver a salir de aquí otra vez.

Mori hizo un profundo sonido de disgusto con la garganta.

– Maldita sea el infierno, Aidan. Has estado tanto tiempo lejos de la acción que tienes suerte que alguien te quiera por cualquier precio. Incluso la prensa te tiene olvidado en este momento.

– ¿De verdad?- dijo, bajando la mirada a la mesa de café, donde estaban tirados montón de periódicos que había traído hacía una semana cuando fue al supermercado. Su cara estaba por todas partes. -Qué divertido, pero parece que soy objeto de los chismorreos de los periódicos. Están especulando con todo, desde si tuve un accidente de coche que me desfiguró hasta si fui secuestrado por alienígenas o un fan loco, y mi preferido entre todos, el que afirma que me estoy sometiendo a una operación de cambio de sexo en una clínica sueca. Particularmente me gusta la imagen hecha con Photoshop en la que llevo un vestido. Por lo menos tengo mejor aspecto que Klinger [1], ¿eh? Pero sinceramente, me gustaría más creer que me parezco a Alexis Mead de Betty la fea que al yeti peludo con el que me han comparado.

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[1] Personaje de la serie de televisión M.A.S.H, un gay libanés que se vestía con ropas de mujer.