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– Ella lo sabe.

Aidan alzó la vista para encontrar una alta y hermosa mujer rubia que estaba de pie ante él.

– ¿Quién eres?

– Persephone. -Se arrodilló a su lado con compasión en los ojos-. Siento tu pérdida. Leta era una mujer maravillosa.-Sacando un pequeño pañuelo negro, le enjugó los ojos-. Tienes que volver a casa ahora. Cuidaré de ella por ti.

– ¡No!

– Aidan -dijo quedamente-.No puedes quedarte aquí. Créeme, realmente no quieres. Me aseguraré de que Leta esté bien, pero tienes que irte.

Le dolía profundamente dentro del alma pero Aidan sabía que ella tenía razón. Presionó sus labios contra la fría sien de Leta antes de permitir que Persephone tomara el cuerpo de entre sus brazos.

– ¿La enterrarás con su familia? No le gusta estar sola.

Brotaban lagrimas de sus ojos cuando ella asintió con la cabeza.

– La amas, ¿verdad?

– Más que a mi vida. Le pido a Dios que me hubiera dejado morir en su lugar.

Persephone sorbió por la nariz mientras cogía a Leta de sus brazos.

– Deimos-dijo, convocando al dios para que apareciera ante ellos-.¿Puedes llevarlo de vuelta a su mundo?

Deimos asintió con la cabeza antes de que ambos desaparecieran.

Tan pronto como estuvo en casa otra vez, Aidan se volvió contra él.

– ¿Por qué me llevaste allí?

– Quería que supieras cuánto se preocupa ella por ti.

– ¿Por qué? ¿Para que esto me obsesionara para el resto de la eternidad? Sin animo de ofender, Deimos, pero como fantasma de la Navidad Presente, eres una mierda. Al menos a Scrooge le dieron una posibilidad para arreglar su vida. Yo no puedo arreglar esto. ¿Por qué diablos me lo mostraste?

Deimos se encogió de hombros.

– Zeus iba a matarla de todos modos. Como le dijiste a Persephone que a ella no le gustaba estar sola, pensé que sería agradable si al menos tú estaba allí cuando muriese. Te necesitaba.

Tenía razón, pero eso no detuvo el dolor dentro de Aidan.

– Gracias, Demon. Por todo.

Vio la compasión en la cara del dios antes de que se marchara.

Solo, Aidan se quedó de pie en el centro del salón, sintiéndose despojado. Si cerraba los ojos, podía sentir a Leta aquí. Oír su risa. Su chaqueta estaba todavía en el perchero donde ella la había dejado.

Necesitando estar más cerca de ella, fue hacia esta de modo que pudiera tocar su suavidad.

– Quisiera tenerte de regreso, Leta. Si pudiera, cuidaría mejor de ti, tanto como nadie que hubieras conocido jamás.

Y si los deseos fueran caballos, hasta los mendigos montarían.

Aidan sacó el pequeño gorro de su bolsillo y se lo llevó a la nariz. Contenía su perfume y aquello le trajo otra tanda de lágrimas a los ojos. Con el pecho tenso, fue a la repisa de la chimenea donde tenía los retratos de Donnie, Heather, y Ronald. Uno por uno, los quitó, los arrojó al fuego donde el cristal se calentó y se rompió y los retratos ardieron.

La única foto que dejó fue una de sus padres. Puso el gorro de punto de Leta al lado de esta y retrocedió.

Sí. Era su familia, y sólo ellos merecían un lugar de honor en la repisa.

Aidan se despertó con el sonido de alguien llamando a la puerta principal. Miró el reloj… apenas pasaba del mediodía del día de Nochebuena.

– ¿Leta?-musitó, retirando el edredón para correr a la puerta principal. No llevaba puesto nada más que un par de calzoncillos verdes flojos, se lanzó a abrir la puerta para encontrar a Mori y su esposa con una maleta de tamaño mediano.

Shirley le barrió con una hambrienta y divertida mirada inspeccionando su cuerpo.

– Sé que esto no vale nada para ti, Mor, pero para mí es precisamente esto lo que hace que subir a un avión y venir a este lugar dejado de la mano de Dios valga la pena. ¡Gracias!

Mori puso los ojos en blanco mientras daba un empujón al pasar a su esposa y entraba en la casa.

– Feliz Navidad, Aidan.

Aidan retrocedió y permitió a Shirley deslizarse detrás de su marido antes de que él cerrara la puerta.

– ¿Qué hacéis aquí?

Apenas había cerrado la puerta cuando sonó otro golpe. Frunciendo el ceño, Aidan vio a Theresa y Robert en el porche, sujetando un pequeño árbol entre ellos.

Había contratado a Robert para que fuera su gerente dos semanas antes de que Donnie hubiera comenzado a chantajearlo. Baja y menuda con pelo castaño y brillantes ojos azules, Theresa era su publicista.

– Y de nuevo digo, sin ánimo de ofender, ¿qué hacéis aquí?

– No podíamos soportar pensar en ti pasando una Navidad más en solitario-dijo Robert-. Mori llamó y nos preguntó si podíamos salir para hacerte una comida decente en Nochebuena y estuvimos de acuerdo. Es momento de que te des cuenta de que hay gente en este mundo que realmente te quiere, Aidan.

Antes de que Leta hubiera entrado en su vida, los habría echado de su casa y habría cerrado con llave la puerta detrás de ellos.

Hoy, eran más que bienvenidos.

– Venga entrad. Dejadme ir a ponerme algo de ropa.

– No sé -dijo Theresa con una risa.-Como que me gusta tu traje de Navidad.

Shirley se rió.

– Querrás decir “Traje de Adan,” ¿no?

Theresa puso el árbol en la esquina cerca de la chimenea.

– Me parecería aún mejor, pero él está vestido de verde para las fiestas. Traje Navideño.

Aidan sonrió antes de irse a su dormitorio y ponerse vaqueros y un jersey. Para cuando volvió, Shirley había servido ponche de huevo a cada uno mientras Robert y Mori decoraban el árbol con el espumillón y Theresa desenvolvía un jamón HoneyBaked en la cocina.

Estaba asombrado por sus acciones.

– Tíos, sabéis que no tenéis que hacer esto. Sé que vosotros tenéis familia con la que preferiríais estar.

Robert se burló.

– Tu malhumorado culo o mi cleptómana tía Coco, que siempre roba la plata metiéndola en el bolso cuando nadie está mirando… difícil elección, compañero.

Theresa lo reprendió.

– Tú eres nuestra familia también, Aidan. Y este año, creo que es el que más nos necesitas.

Ella no tenía ni idea exactamente de lo acertada que estaba.

– Gracias, tíos.

Robert sonrió abiertamente.

– Danos las gracias hasta que te incendiemos la casa con estas luces de Navidad.

Aidan se rió mientras Shirley le daba un vaso de ponche.

– Por Aidan -dijo ella alegremente-. Lo cual me recuerda un viejo brindis que mi abuelo solía hacer.

– ¿Y es?-preguntó Aidan.

– Por aquellos que me conocen y aman, les deseo todo lo mejor. El resto puede irse al diablo.

– Ahí, ahí-dijo Mori mientras hacía una pausa para levantar la taza.

Robert estuvo de acuerdo.

– Muy apropiado.

Aidan asintió con la cabeza.

– Sí. Tendré que recordar eso.

– Estoy seguro de que lo harás.

Aidan tomó un sorbo antes que se diera cuenta de algo.

– No tengo regalos para ninguno.

Mori se burló.

– No te preocupes. Estás aquí con nosotros y este es todo el regalo que cualquiera de nosotros necesita. Realmente estamos aquí por ti, Aidan. No porque nos pagues, sino porque realmente nos preocupamos por ti.

Y por primera vez durante años, él lo creyó.

– Gracias a Todos. -Entonces Aidan alzó la vista al techo y susurró:- gracias -también, esperando que de alguna manera sus palabras regresaran a Leta. Estaba seguro de que ella había tenido algo que ver con esto.

La tarde pasó rápida mientras Theresa calentaba la comida que había traído y hacían un buen almuerzo de jamón, patatas, salsa, y judías verdes, con la tarta de pacana para postre. Aidan podría contar con los dedos de una mano, las Navidades tradicionales como esta que había tenido en su vida.

Y ninguna de aquellas había sido ni de cerca tan especial como ésta. Pero demasiado pronto, se terminó y sus invitados se marcharon.