Выбрать главу

Se quedó de pie en el porche, viéndolos irse con una ligereza en el corazón que nunca había estado allí antes. Sonriendo, cogió el teléfono y llamó a Mori, quién contestó al primer tono.

– ¿Olvidamos algo?

– Puedes llamar al estudio el lunes. Aceptaré el trabajo.

– ¿Te estás quedando conmigo?

– No, Mori. Es en serio. Lo haré.

El Town Car alquilado se paró en la calzada y Mori salió afuera para alzar la vista hacia él. Se llevó el teléfono a la oreja.

– ¡Te quiero, tío! -gritó-. De una manera puramente platónica.

Aidan se rió cuando varios pájaros alzaron vuelo asustados.

– Yo también te quiero, Mor. Definitivamente de un modo platónico.

Mori lo saludó antes de regresar al coche e irse.

Aidan colgó el teléfono y volvió dentro donde el olor de la tarta de pacana lo calentó totalmente desde la cabeza hasta los dedos de los pies. El día habría sido perfecto si solamente…

No podía terminar aquel pensamiento. Era demasiado doloroso.

Sí. Existía también algo que arruinaba los momentos más felices de su vida. Pero aún así, lo había necesitado y estaba agradecido a sus amigos por hacer este día especial.

Suspirando, echó a andar hacia su estudio cuando oyó un ligero golpeteo en la puerta. Echó un vistazo a la cocina para ver si Theresa había olvidado algo. Ella siempre perdía y dejaba cosas. Pero no vio nada.

Abrió la puerta y entonces se quedó helado.

No podía ser.

Unos ojos tan azules que parecía que realmente no le estaban mirando.

– ¿Leta?

Su sonrisa lo deslumbró.

– ¿Puedo entrar?

– Abso-jodida-mente.

Ella se lanzó a sus brazos.

Sin aliento, Aidan la abrazó estrechamente, tratando de encontrarle un sentido a esto.

– ¿Cómo puedes estar aquí?

– Hades me liberó del Inframundo.

– No entiendo. ¿No necesitarías un sacrificio?

– No si él lo hace. Una vez que morí, Zeus ya no tenía poder sobre mí. Sólo Hades.-Ella lo apretaba tan fuerte que su espalda se quebraba-. Persephone estaba tan conmovida por lo que le dijiste que le dijo a Hades que yo tenía que estar con mi amado… Tú.

– ¿Por cuánto tiempo?

Ella se encogió de hombros.

– Ahora soy humana. Igual que tú.

Él no podía creerlo. Más aliviado de lo que había estado alguna vez antes, la cogió en brazos y cerró la puerta con el pie.

Ella frunció el ceño ante su manera de actuar.

– ¿Adónde me llevas?

– A mi dormitorio donde me propongo mordisquearte desde la cabeza a la punta del pie. Te amo, Leta, y tengo la intención de asegurarme que nunca dudes de mí.

Ella le apartó el pelo de los ojos.

– Yo nunca dudaría de ti, Aidan. Y tú nunca, nunca tendrás motivo para dudar de mí.

EPÍLOGO

Aidan sonreía mientras veía a Leta terminar de decorar el árbol. Su anillo de boda de tres quilates centelleó a la luz de la vela, se habían casado en el Día de San Valentín.

– Sabes, me mata que celebres mis días de fiesta conmigo cuando tú solías ser una diosa Griega.

Leta se encogió de hombros.

– Todos los dioses y las tradiciones merecen respeto.

Ella era asombrosa y su vida no había sido nada salvo un milagro desde el momento en que había entrado en ella.

Su presencia era subyugante cuando atravesó la distancia hasta él y le dio una pequeña caja.

– Para ti.

Se quedó desconcertado por el regalo.

– Creí que no cambiaríamos regalos hasta la medianoche.

– Lo sé, pero esto ha estado matándome durante semanas, y si no lo abres, podría morirme.

Él aspiró bruscamente.

– No bromees sobre esto. Ya te perdí una vez. No estoy dispuesto a perderte de nuevo. Rasgando el papel, encontró una caja de pan de oro que abrió.

Contenía una sola hoja de papel escrita a mano por ella.

– Veintitrés de julio. ¿Qué es el veintitrés de julio?

– Mira debajo.

Lo hizo y lo que encontró allí le quitó el aliento. Era la ecografía de un niño.

– ¿Es este…?

Ella resplandeció.

– El veintitrés de julio.

– ¡Oh, Dios mío! -dijo en voz baja, contemplándola mientras se hacía a la idea gradualmente. Iba a ser padre. Sonriente, la tomó en brazos y giró en redondo con ella-. Te amo, Leta. Muchas gracias por mi vida.

– No, Aidan, gracias por recordarme como es sentir otra vez. Despertar cada mañana en los brazos de alguien que me ama.

Aidan rió mientras la alegría corría por todo su cuerpo. Estaba finalmente en el último estatus del hombre. Pero por primera vez en su vida, no estaba solo. Estaba más fuerte que nunca antes porque sabía que tenía a una persona a su lado que nunca lo engañaría. Alguien que había muerto para mantenerlo a salvo.

La vida realmente nunca había sido mejor.

– Feliz Navidad, Aidan.

– Feliz Navidad, Leta… y bebé.

***