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Qué jodidamente raro…

Sin una palabra, ella cogió el teléfono de su mano y marcó.

Se quedó inmóvil mirándola. ¿Qué probabilidad había que una persona desconocida saliera de sus sueños y se presentara ante su puerta necesitando un teléfono? Especialmente la mujer cuyo rostro lo había estado persiguiendo todo el día.

Deberías jugar a la lotería…

Ella cerró el teléfono, y se lo dio.

– El suyo tampoco funciona.

– Tonterías. -Lo abrió, y entonces se dio cuenta que tenía razón. No tenía señal. Perplejo, lo miró con el ceño fruncido-. Estaba bien hace un minuto.

Ella se encogió de hombros antes de regresar al fuego.

– Parece que los dos estamos sin suerte.

– No estoy sin suerte. Vivo aquí. Usted es la que está jodida, porque no se va a quedar.

Ella lo miró boquiabierta con incredulidad.

– ¿Realmente me echaría de su casa en medio de una ventisca?

Él se burló.

– No hay… -Su voz se cortó cuando miró afuera y se dio cuenta que ella tenía razón. Había una capa completamente blanca que impedía la visión.

¿Cuándo había sucedido eso?

– Jodidamente increíble -gruñó. Por otra parte, así era su suerte. Su tío siempre le había dicho que había nacido bajo una mala estrella. El hombre había tenido más razón de la que ninguno de los dos había imaginado nunca.

Ella giró los atormentados ojos hacia él.

– ¿Debo marcharme?

Sí. Algo en su alma gritaba que la empujara por la puerta y cerrara esta con llave. Era la parte de él que había sido maltratada hasta llegar al borde del suicidio.

Pero incluso después de todo lo que había soportado, no era capaz de causarle la muerte. A diferencia de él, probablemente ella si tenía alguien ahí fuera que llorara sinceramente su muerte. ¡Bien por ella!

Ella le lanzó una mirada que rivalizaba con la congelante temperatura del exterior antes de cubrirse de nuevo la cara con la bufanda y dirigirse hacia la puerta.

– No sea estúpida -gruñó-. No puede salir ahí fuera.

Ella lo barrió con una mirada severa, luego bajó la bufanda.

– No me gusta quedarme donde no soy querida.

– ¿Así que quiere que mienta? -Pasó a la actuación que le había hecho ganar varios Premios de la Academia -. Oh, nena, por favor quédate conmigo y no te marches. Te necesito aquí. No puedo vivir sin ti.

Leta enarcó una ceja ante sus palabras, que carecían del tono sarcástico que estaba segura yacía bajo ellas. Qué poco sabía él lo verdaderas que eran. La necesitaba aquí porque era lo único que se interponía entre él y la muerte.

– ¡Qué bonito! ¿Practicas mucho esas líneas?

– No realmente. Normalmente le digo a la gente que se vallan a la mierda y se mueran.

– Ooo -dijo en un tono seductor-. Eso me pone la piel de gallina por todas partes. Adoro cuando un hombre me halaga.

– Apuesto a que si. -Rascándose el mentón, le indicó el perchero de madera al lado de la puerta-. Puedes colgar ahí tu abrigo hasta que la tormenta o el teléfono se aclaren.

Ella se sacó el abrigo con un movimiento de hombros y desenrolló la bufanda antes de quitarse el sombrero y guardarlo en el bolsillo de su abrigo.

– ¿Para qué es el arma?

– Mentiría y diría que es para osos o serpientes, pero generalmente la uso para los intrusos.

– Caramba, Dexter -dijo, usando el nombre de un asesino en serie de la serie de televisión que M’Adoc le había mostrado-. Estoy impresionada. Ya que no estamos en Miami y no tienes un barco para esconder los cuerpos despedazados en el mar, ¿dónde los guardas?

– Debajo de la leñera, afuera en la parte de atrás.

– Bueno. -Ella sonrió-. Por lo menos eso explica el olor que me llegó cuando subía por el camino de entrada.

La mirada de Aidan se aligeró como si la encontrara entretenida.

– Tienes razón. Esa es la línea séptica. No soy lo suficientemente estúpido como para poner cadáveres tan cerca de mi casa… atraerían la fauna y la flora demasiado cerca de mi puerta trasera. Dejo los cuerpos en los bosques para que se los coman los osos.

– ¿Y qué pasa cuando están hibernando?

Él se encogió de hombros.

– Los coyotes se hacen cargo.

Era rápido, le concedería eso.

– Bueno entonces, supongo que necesitas seguir adelante y dispararme, y terminar con ello. Probablemente los coyotes están hambrientos con este tiempo.

Aidan quedó completamente desconcertado por su falta de miedo.

– No me temes, ¿verdad?

– ¿Debería?

– Estás atrapada en el bosque en medio de una tormenta de nieve con un hombre al que nunca antes has visto. Mi vecino más cercano vive a seis millas. Puedo hacerte cualquier cosa que quiera y nadie lo sabría nunca.

Ella miró a la esquina que tenía detrás.

– Cierto, pero yo estoy más cerca del arma.

– ¿Crees que puedes agarrarla primero que yo?

Leta arrugó la nariz. No sabía por qué, pero estaba disfrutando estas bromas, y no debería ser capaz de disfrutar de nada en absoluto.

– Creo que puedo manejarte, Dex. Después de todo, no sabes más de mí de lo que yo sé de ti. Por todo lo que sabes, puedo ser una loca asesina en serie huyendo de las autoridades. Incluso puedo tener un cuerpo en el maletero de mi coche esperando ser enterrado.

Aiden estaba intrigado por el hecho de que ella estaba jugando el mismo juego que él había empezado. Admiraba el coraje, y ella tenía bastante.

– ¿Eres una asesina en serie?

Ella levantó el mentón.

– Tú primero, Dexter. ¿Quién eres y por qué estás solo aquí arriba?

Él rodeó la encimera para acercarse a ella. Deteniéndose delante, le tendió la mano.

– Aidan O’Conner. Antiguo actor, pero estoy seguro de que sabes eso.

Ella se encogió de hombros.

– No significa nada para mí. Soy Leta.

– ¿Leta qué?

– Sólo Leta. -Ella dudó un momento antes de tomarle la mano y estrechársela-. Encantada de conocerte, Dexter.

La estudió cuidadosamente. Sus ropas blancas invernales, aunque agradables, no eran caras. No decían mucho de ella excepto que se había quedado desprevenidamente atrapada en una tormenta de nieve. No tenía ninguna joya ni nada que revelara ni la cosa más básica sobre ella. Era como una pizarra en blanco.

– ¿Y a qué te dedicas, Leta?

– Soy guardaespaldas profesional.

Él se rió ante la inesperada respuesta.

– Sí, claro.

Ella negó lentamente con la cabeza.

– Nop. Todo cierto. Conozco setenta y dos maneras de matar a un hombre, y sesenta y nueve de ellas lo hacen parecer un accidente.

Eso probablemente debería haberlo asustado, pero en vez de eso se sintió intrigado.

– ¿Y qué trae a una guardaespaldas por aquí? ¿Te contrató Mori para protegerme de mi hermano?

– No conozco a ningún Mori. Actualmente estoy entre misiones y ando buscando un cambio. Escuché que había trabajo en Nashville, y parece un buen lugar para empezar de nuevo. Así que aquí estoy, atrapada en esta nevera con un… asesino en serie. Tiene todo lo necesario para una estupenda película de terror, ¿eh?

Aidan todavía no estaba satisfecho con su respuesta.

– ¿Cómo es que estás en la profesión de proteger personas y no sabes quién soy? Me han dicho que tengo una de las caras más reconocibles del mundo.

– Caramba… Sólo por curiosidad, cuando te metes en cama por la noche, ¿El ego te deja espacio en el colchón?

– No es ego. Es la verdad.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho como si no le creyera ni por un minuto.

– Bueno, entonces, si admito que sé quien eres y que realmente no me importa, ¿apaciguaría esto tu lastimada hombría lo suficiente para que podamos superarlo y pasar a algo donde tu termines dándome un sándwich?