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Él ignoró su pregunta.

– ¿Así que me conoces?

– Sí, Dexter -dijo ella, con la voz cargada de sarcasmo-. Sé quién eres. ¿Te sientes mejor ahora?

En realidad no. Vio todo rojo. Su sarcasmo le quitó la alegría de haber tenido razón.

– Entonces, ¿por qué la mentira?

Leta se dio cuenta de que acababa de meter la pata. Este era un hombre al que le habían mentido demasiado, y era obvio que si iba a quedarse, tendría que ser lo más honesta posible.

– Bueno, ya que estás escondido en medio de ninguna parte, supuse que no querías anunciar que eres un actor mundialmente famoso, aunque para ser sincera, esos premios en la repisa no son exactamente muy sutiles.

Un nervió se movió en su mentón.

– ¿Eres una periodista?

Ella puso los ojos en blanco.

– No. Te dije lo que hago. Protejo cuerpos.

– ¿Y cómo sé que puedo creerte?

– No lo sabes. ¿Pero por qué mentiría?

Si cabe, eso hizo que su enfado aumentara.

– Mentiste acerca de conocerme. Puedes mentir sobre cualquier cosa. La gente miente todo el tiempo, usualmente sin ninguna razón en absoluto.

– Pero no estoy mintiendo respecto a tener hambre. -Ella hizo un gesto hacia la barra de pan en la encimera. Uno de los problemas de entrar en el reino de los mortales era que ponía a los Dream-Hunters sumamente hambrientos, y ahora mismo tenía el estomago acalambrado y dolorido-. ¿Podrías lanzarme un trozo de pan antes de continuar con el interrogatorio? ¿O tengo que patearte el trasero por una cucharada de mantequilla de maní?

Aidan agarró el pan de la encimera y se lo tiró. Ella lo atrapó con una mano. Retrocediendo, él ondeó la mano hacia la puerta al lado de la nevera.

– La mantequilla de maní está en la despensa.

Ella lo miró con desconfianza, antes de moverse para abrir la puerta y rebuscar entre los alimentos. Salió unos minutos después con la mantequilla de maní. Con una mirada de aburrimiento, la puso en la encimera.

– ¿Cuchillo?

– En el cajón frente a ti.

Después de abrirlo, hizo girar el cuchillo en la mano con una habilidad que decía que no mentía sobre su ocupación.

– ¿Quién fue tu último trabajo? -preguntó, metiendo las manos bajo los brazos.

– Terrence Morrison.

Él frunció el ceño.

– ¿Quién?

– Un playboy millonario que cometió el error de poner sus bolas en la mesa de billar equivocada.

Aidan pudo imaginar el problema que algo como eso podía provocarle a un hombre, especialmente dependiendo de quién se creía con derechos sobre esa mesa de billar en particular.

– ¿Por qué te marchaste?

Ella extendió la mantequilla de maní sobre una rebanada de pan.

– Me ocupé de la persona que lo acosaba. Fuera amenaza. Trabajo terminado. -Con una mirada presumida, le dio un mordisco al sándwich-. ¿Algo más que quieras saber? ¿Historia dental, huellas dactilares? ¿Examen de retina?

– Una muestra de orina servirá.

Ella puso los ojos en blanco.

– ¿Qué taza quieres que use?

Aidan estaba intrigado por sus respuestas y porque no parecía enfadada por el interrogatorio y su elección de palabras.

– ¿Hay algo que te desconcierte?

– Me dedico a luchar por la vida de la gente. ¿Honestamente crees que orinar en una taza me va a dar miedo?

Tenía razón… siempre y cuando no estuviera mintiendo respecto a su ocupación.

Sin decir una palabra, Aidan sacó un vaso de un armario y se lo pasó.

La mandíbula de Leta cayó.

– ¿Estás de broma, no? ¿De verdad quieres una muestra de orina?

Aidan sonrió realmente ante la pregunta.

– Para nada, pero pensé que tal vez tendrías sed. Las bebidas están en la nevera.

Por una vez él vio alivio en su mirada antes que se acercara y se sirviera, ella misma, un vaso de leche.

– Gracias por mostrarme algo de compasión.

– Sí -dijo amargamente-. Sólo recuerda devolver el favor.

– ¿Se supone que eso quiere decir algo?

Él se encogió de hombros.

– Sólo que en mi experiencia, todo lo que la gente hace es tomar. A ninguno de ellos le importa una mierda ayudar a otro.

– Ya, a veces la gente te puede sorprender.

– Sí. Tienes razón. Constantemente quedo asombrado por la traición sin razón de la que son capaces.

Ella sacudió la cabeza.

– Vaya, estás hastiado.

Si sólo supiera. Además, tenía todo derecho a estar así. Había tenido suficientes cuchillos clavados en la espalda como para darle celos a un estegosaurio.

– Mírate. -Indicó su cuerpo con la mano-. ¿Proteges a la gente porque lo necesitan o lo haces porque te pagan?

Leta dudó. Indudablemente no le pagaban por lo que hacía, pero él nunca creería que un humano fuera tan altruista. Así que optó por una media verdad.

– Una chica tiene que comer.

– Con eso queda todo dicho. La gente te apuñalará por la espalda por una apestosa migaja y luego continuarán con sus vidas como si tú no fueras más que una despreciable cucaracha.

Ella dejó salir el aliento lentamente, mientras veía en su ira exactamente lo que M’Adoc había visto en la suya. La de él era un amo poco razonable que no lo soltaría. La peor parte era el grado de aceptación con que había abrazado su rabia. Esta lo controlaba y distorsionaba todo a su alrededor, hasta el punto de ser incapaz de ver más allá de ella.

– Hay gente lamentable ahí fuera. Pero te aseguro que no todo el mundo es así. Por cada acto de crueldad de que es capaz la humanidad, es igualmente capaz de mostrar bondad.

Aidan se burló de ella.

– Me perdonarás si soy despiadado y no estoy de acuerdo. -Sacudió la cabeza como si la sola visión de ella lo disgustara-. Estoy maravillado que puedas haber vivido hasta esa edad sin que nadie te quitara esas gafas rosadas y te las metiera por el…

Leta levantó las manos en señal de rendición para silenciar su diatriba.

– Tienes derecho a expresar tu opinión, pero igualmente yo tengo derecho a no escucharla.

Eso lo provocó todavía más. Se separó de la encimera y se dirigió a la puerta delantera.

– Eres irritante. Si alguien tenía que irrumpir en mi casa, ¿no podría haber sido por lo menos muda? -Cogió el arma y avanzó por el pequeño pasillo que llevaba al estudio-. No te pongas demasiado cómoda. Quiero que te vayas en el momento que el tiempo se aclare.

La mirada de Leta se centró en el arma en sus manos.

– ¿Tan poco confías en mí?

– No confío en ti en absoluto. -Y con eso, se retiró a su estudio y la dejó plantada en la cocina.

Leta aspiró profundamente cuando sintió que la alcazaba su hostilidad. Bien.

Hasta el momento Dolor no había sido capaz de penetrar en el plano mortal. Pero no tardaría mucho.

Dolor había sido convocado para matar a Aidan y haría todo lo que estuviera en su poder, que era enorme, para triunfar. No se le podía detener.

Lo que quería decir que no tenía mucho tiempo para reconstruir sus propios poderes alimentándose de Aidan. Frunció el ceño al sentir una punzada de culpa. Como Dream-Hunter, no debería sentir nada de eso, y aún así no podía dejar de lado la parte de ella que no quería lastimar a Aidan cuando era tan obvio que había sido muy herido por los que le rodeaban.

Es por su propio bien.

Era increíble cómo los dioses y la humanidad usaban esa excusa tan a menudo para justificar su brutalidad.

Hasta Zeus había dicho eso cuando había ordenado que los Dream-Hunters quedaran despojados de todas las emociones, siendo todos castigados por un crimen que un sólo dios había cometido. Y que realmente no había sido un crimen. Había tenido la intención de ser una broma para que el viejo Thunderbutt no se tomara todo tan seriamente. En vez de reírse, Zeus había abusado de sus poderes arremetiendo contra todos los que no estaban de acuerdo con él.