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El resto de los inocentes Dream-Hunters simplemente había quedado atrapado en el fuego cruzado. Y, así, el miedo que tenía Zeus de ser derrocado y objeto de burla había causado que los castigara a todos. Qué patético era vivir la vida con semejante paranoia.

Sin embargo, el complejo de dios que tenía Zeus no le importaba a Leta. Lo que necesitaba era concentrarse en salvar la vida de Aidan si era posible y matar a Dolor a cualquier precio.

El recuerdo de la risa de Dolor llenó su cabeza.

– Soy dolor. Soy eterno. Y tú eres insignificante, Leta. Nunca me vencerás.

Hasta el momento tenía razón. Ella no lo había derrotado, pero lo había herido.

Su arrogancia sería la herramienta que usaría para quebrar su fuerza y Aidan era el martillo que necesitaba para meter el clavo directamente entre los ojos de Dolor.

Con absoluta determinación, fue a buscar a Aidan para enfadarlo un poco más.

CAPÍTULO 3

Aidan se sentó en la silla, rasgando “Strange Fire” de Indigo Girls en su guitarra eléctrica, cuando se dio cuenta que mañana era Noche Buena, y por tercer año consecutivo, estaría solo. Eso era por lo que no se había molestado en decorar nada. Todo lo que conseguiría con eso es recordarle cuan solitaria había llegado a ser su vida.

Suspiró con cansancio cuando pensó acerca de todo por lo que había pasado. ¿Cómo podía un hombre ser adorado por millones y no querido por nadie? Aún así ese era su destino. Las únicas personas que decían preocuparse por él no lo conocían en absoluto, y las personas que alguna vez lo habían significado todo para él habían pasado cada momento de sus vidas intentando acabar con él.

– Felices jodidas navidades -murmuró el.

Intentando olvidar el pasado, se centró en la canción en su cabeza. Desde que la guitarra no estaba enchufada, las notas solo eran un susurro alrededor de él, pero era suficiente para apaciguar su desganado estado. La música siempre había sido su santuario. No importa cuan dura fuera la vida, la música y las películas que frecuentaba eran su consuelo e inspiración. Le consolaban cuando nada podía hacerlo.

Estaba tan inmerso en la canción que le llevó varios minutos darse cuenta que ya no estaba solo. Abriendo los ojos, vio a Leta y se detuvo a medio acorde. La luz formaba un suave halo alrededor de ella, haciendo que su pelo negro brillara. Por un completo minuto no pudo respirar. Cada hormona en su cuerpo estaba en llamas.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tocara una mujer, de otra manera que no fuera para tenderle su tarjeta de crédito una y otra vez. Y pensar que casi se convence de que no necesitaba la suavidad de una mujer.

Sí…

Con ella mirándole mientras una medio engañosa sonrisa tocaba sus labios e iluminaba sus brillantes ojos, su resolución se quebró. Todo lo que quería hacer era dejar la guitarra a un lado y atraerla a ella a sus brazos para un largo, rabioso beso que dejase los labios de ambos entumecidos. Era demasiado fácil imaginársela en su regazo, desnuda. Esa imagen lo quemó de dentro a fuera.

Su pene se endureció al punto de doler.

– ¿Necesitas algo? -odiaba que su voz tuviese una nota vacía y no el veneno que quería darle.

– Solo tenía curiosidad por saber que estabas haciendo. Tienes mucho talento, por cierto.

Él se mofó ante el cumplido.

– No me alagues.

– No, realmente lo tienes.

– Claro, y no me halagues -repitió él, encontrando finalmente el veneno que quería en su tono-. Ni me gustan, ni quiero cumplidos.

Ella frunció el ceño.

– ¿Hablas en serio?

– Completamente -él arrancó un lento acorde-. Verás, conozco este juego. Me halagas, me haces reír y que me sienta bien conmigo mismo. Lo siguiente que sabré es que sales por la puerta con los bolsillos repletos con mi dinero, diciéndole al mundo lo gilipollas que soy. Saltemos directamente al final donde te largas de mi casa y le dices a todo el mundo que soy un idiota -sosteniendo la guitarra, él asintió-. Sí, eso funciona para mí.

Leta no podía creer lo que estaba oyendo. Su rabia afiló sus poderes incluso más de lo que la habían dejado pasmada sus palabras. Ella jadeó bruscamente.

– ¿Qué te hicieron?

Él dejó la guitarra a un lado antes de levantarse.

– No te preocupes por eso.

Ella se estiró para tocarle el brazo cuando empezó a pasar junto a ella.

– Aidan.

– No me toques -su voz fue un fiero gruñido.

Pero eso solo hacía que quisiera tocarle incluso más, incluso aunque sabía que debería enfadarse con él tanto como le fuese posible para fortalecerse.

– No estoy aquí para lastimarte.

Aidan deseó poder creer eso. Pero lo sabía mejor. ¿Cuantas veces había oído esa mentira? Y al final, siempre lo herían y sonreía mientras lo hacían.

Estaba cansado de caer así.

– Sabes, si tuviese un penique… -su mirada se clavó en la de ella. Quería estirarse y tocarla también. Pero no podía permitirse hacer eso. No después de lo que sucedió con Heather.

– Nunca te lastimaría, bebé. Siempre puedes confiar en mí. Estaré aquí por mucho tiempo. Tú y yo, para siempre. Nosotros contra el mundo. No importa el que. Siempre puedes ser tu mismo y saber que te quiero pese a todo. No me importa tu carrera o fama. Si todo acaba mañana, estaré allí para ti, contigo.

Esas palabras habían disparado su corazón, habían sido una sinfonía para sus oídos, los cuales estaban cansados de las mentiras a su alrededor. Más que nada, había creído en ellas tanto como había creído en Heather. Cuando huérfano, todo lo que había querido en su vida era una familia propia. Alguien que no lo hiriera. Traicionara.

Alguien que lo aceptara por el hombre que era, a pesar de la fama, la riqueza o incluso la pobreza.

Desafortunadamente, no la había encontrado ni una sola vez. En el momento en que empezó a hacer verdadero dinero y la gente empezó a reconocerle, Heather se había sentido amenazada por ello y por las mujeres que se lanzaban contra él. Llegó a ser maliciosa y mordaz. Criticando todo lo que había y resentida con él por querer más.

Incluso ahora podía oír sus cáusticas palabras.

– Hay dos tipos de personas en Hollywood. Los actores que quieren actuar y aquellos que quieren fama. Los que van detrás de la fama se merecen todo lo que obtienen, así que no me llores por las mentiras en los tabloides. Esto es lo que querías, Aidan. Todo el mundo sabe quien eres. Deberías haber estado satisfecho con actuar solamente. Pero no, tenías que querer más. Así que ahora tienes todo lo que querías y cada cosa que va con ello.

Al final, a causa de que no había podido con todo eso, le había arrancado el corazón y se lo había servido en una bandeja de plata. No en privado como haría un humano decente. Ella lo había hecho público buscando los mismos tabloides que ya lo habían destripado. Peor incluso, había ayudado a sus enemigos viniendo tras él y había hecho todo en su poder para avergonzarlo ante el mundo.

Y esa mujer que estaba ahora ante él, no era la excepción. No tenía duda. Si la dejaba entrar, también lo heriría. La única persona en el mundo que se preocupaba de él era él mismo.

Le indicó la puerta con un movimiento de la barbilla.

– ¿No puedes solo quedarte allí por un par de horas y no hablarme? ¿Es realmente demasiado pedir?

– No me gusta el silencio.

– Bueno, a mí sí.

– Y es mi casa -dijo ella en una voz profunda, imitándole con la voz de un irritado padre-. Mientras estés bajo mi techo, señorita, ¡harás lo que yo te diga!

Aidan quería sentirse ofendido por su burla. Pero una sonrisa atormentó la comisura de sus labios.