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Recordándose a sí mismo a Heather, se apartó de Leta para mirar por la ventana. Maldita nieve. Todavía estaba cayendo, incluso más rápido que antes.

– Deberías intentar llamar otra vez.

– Acabo de hacerlo. Todavía no hay señal.

Él había considerado eso alguna vez un inconveniente. ¿Cuántas veces había querido llamar a su hermano cuando no había señal? Estaba tan lejos de todo que esa compañía de teléfono se había negado a llevar la línea hasta su cabaña. Así que había dependido de su teléfono móvil el cual funcionaba de casualidad en esa área.

Ahora deseaba vivir en medio de la ciudad, así podría echar su culo fuera que lo estaba volviendo loco de deseo. Dios, ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que olió a una mujer tan cerca de él? ¿Oír el sonido de una voz femenina en el interior de su casa, pronunciando su nombre?

Esto es el cielo.

Y el más bajo nivel de infierno.

– Mira, admito que pareces una persona decente. Por todo lo que se, te detendrías y apartarías la tortuga de la carretera siempre que vieras el modo de evitar que la atropellaran. Pero esta tortuga está cansada de tener los intestinos esparcidos por el pavimento mientras otras personas le pasan directamente por encima. Solo quiero arrastrarme hasta ponerme en pie y ocultarme en los bosques, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

– Te dejaré solo -aclarándose la garganta, se alejó de él, y le costó toda su fuerza no atraerle hacia ella.

»Solo recuerda, algunas veces las personas te pondrán a ti delante de ellos. Eso sucede.

Él bufó.

– Sí, todo el mundo es solo arco iris y cachorros. Los Boy Scouts ayudan realmente a las ancianas a cruzar la calle sin atracarlas y nadie ignora lo gritos de una víctima traumatizada.

– Aidan…

– No. Es imposible creer en el mundo que describes cuando tu propia familia te vendió por nada más que crueldad y dinero.

Él vio el reconocimiento en su mirada antes de que se marchara del cuarto.

Sip, sabía que era un bastardo. Igual que sabía que había personas decentes allí fuera. Ellos no existían en su mundo. Cuando había sido pobre nadie le había ayudado. La gente había atendido sus propias vidas como si él fuese invisible y eso estaba bien con él. No le importaba la invisibilidad.

Realmente, eso no era verdad. Había deseado repetidamente en su vida haber sido realmente tan invisible como lo habían hecho sentir otras personas.

Cerrando los ojos, todavía podía ver la hermosa cara de Heather. Oír su risa. Cuando todo empezó, había pensado que perderla sería intolerable. Que lo destruiría.

Al final, ni siquiera la había extrañado. Ni siquiera un poco, lo cual le hacía darse cuenta de porque habían sido capaces de darle la espalda sin remordimientos. No existía tal cosa como el verdadero amor. El corazón solo era otro órgano, bombeando sangre a través del cuerpo. No había magia en ello. Ningún vínculo espiritual entre amigos y familia.

Las personas eran utilizables, llano y simple. Esperar algo mejor solo los conduciría a una amarga desilusión.

No, esa era su vida. Estaría solo hasta el día que muriera. Pero profundamente en su interior todavía estaba ese insípido y estúpido sueño de tener un día una familia. Desde que sus padres habían sido asesinados por un conductor borracho, había extrañado la sensación de vínculo. De pertenecer a una familia. Sus padres se habían amado el uno al otro cariñosamente y se habían respetado mutuamente, al menos así le había parecido en su mente de siete años.

Quien sabía si esa era la verdad. Quizás se hubieran odiado el uno al otro tanto como su hermano lo odiaba a el, y al igual que Donnie lo mantenían en secreto.

Como Heather, esa zorra era la única que debería haber tenido un Oscar sobre la repisa de la chimenea en vez de él. Su actuación había sido excepcionalmente correcta hasta el final.

Y ahora al otro lado de la puerta estaba la primera mujer que había pisado su casa desde que Heather se había marchado…

– ¿Y qué?-se preguntó a si mismo en voz baja. Una mujer era tan buena como otra y probablemente ella fuera dos veces más traicionera.

Disgustado con todo eso, se tendió en el sofá y encendió la TV para dejar que el DVD de Star Wars lo distrajera de la locura de dejar entrar un extraño en su casa.

Leta se detuvo cuando sintió la leve inconsciencia tironeando en el fondo de su mente. No había palabras para describir la sensación, pero en cualquier momento que un objetivo humano se dormía, un dios del sueño podía sentir. Tan silenciosamente como pudo, regresó al estudio de Aidan donde lo encontró dormitando en el sofá.

Estaba tendido de espalda con un pie todavía en el suelo y un brazo extendido sobre la cara. Inclinando la cabeza, se quedó mirando lo atractiva que era su pose. La desteñida camiseta se le ajustaba al pecho que era absolutamente definido.

La barba en sus mejillas solo enfatizaban los duros rasgos de sus facciones. Se veía vulnerable y todavía al mismo tiempo no dudaba de que si hiciese el más ligero sonido, se despertaría, listo para pelear.

Cuando ella cerró los ojos para espiar sus sueños, vio que la tormenta de nieve que ella había empezado afuera continuaba en su subconsciente. Arrodillándose en el suelo a su lado, dejó que sus pensamientos vagaran hasta que conectaron más profundamente con él.

Aquí en el reino de los sueños ella era una observadora que seguía su estela.

Él estaba de pie fuera de una simple casa de Cape Cod donde las luces titilaban contra una oscura tormenta de nieve. Ella oyó el sonido de risas y música viniendo del interior de la casa.

Curiosa, se movió para quedar al lado de Aidan mientras él espiaba a los asistentes a la fiesta a través de la congelada ventana.

– Míralos -dijo él como si aceptara su presencia en sus sueños sin preguntar. Sus labios se curvaron con desdén.

Leta frunció el ceño ante los juerguistas que brindaban los unos con los otros durante una fiesta de Navidad.

– Parecen muy felices.

– Sí, igual que un nido de escorpiones esperando golpearse los unos a los otros -él hizo un gesto con la barbilla hacia una delgada y hermosa mujer en el grupo más cercano-. La rubia es mi exprometida, Heather. El tío casi calvo sobre el que se arrastra es mi hermano, Donnie.

Los dos se estaban haciendo arrumacos antes de beber de la misma copa de vino. Tío, Freud tendría todo un día de campo con los sueños de Aidan.

– ¿Por qué están juntos? -le preguntó ella.

– Esa es una interesante pregunta. Después de que le di a Donnie el trabajo, Heather tuvo un ataque por ello. Lo próximo que supe es que él había empezado a dormir con la zorra. Lo más asombroso es que ella siempre me dijo que lo odiaba completamente. Pensaba que era un estúpido campesino basura que necesitaba que le ayudaran a ponerse los zapatos.

Él negó con la cabeza cuando indicó a un hombre de pelo castaño al otro lado de la mesa frente a Heather y Donnie.

– Ese es Bruce. Era el presidente de mi club de fans y por mucho tiempo un íntimo amigo. Mi sobrino Roland se hizo amigo de él y lo próximo que supe fue que los dos estaban esparciendo más mentiras de las que incluso mi publicista podía desmentir. Lo que me mata es que yo sabía perfectamente lo que pensaba mi sobrino de Bruce. Hombre, si solo supiera lo que Roland decía de él una vez que estaba fuera de su alcance auditivo. De hecho, de todos ellos. Nunca vacilaron en insultarse el uno al otro delante de mí por que sabían que yo nunca los traicionaría. Nunca existió un grupo de serpientes más traicioneras. Y lo que realmente me desconcierta de ellos es que después de haber visto la manera en que todos se volvieron contra mí, sin ninguna otra razón que simples celos, fueron lo bastante estúpidos para creer que la misma persona que me jodió nunca se lo haría a ellos. Increíbles idiotas.