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Su respiración era agitada. ¿O era la de Kyla la que oía? No estaba seguro. Resolvió el misterio atrapando la boca de ella con la suya y besándola hasta que ninguno de los dos podía ya respirar.

Le quitó los pantalones con facilidad. La braga del biquini requería más paciencia y habilidad, cualidades ambas que lo habían abandonado cuando por fin consiguió bajarla hasta los tobillos. Frustrado y torpe, se desvistió él mismo como pudo.

Dios, la piel de Kyla era fresca.

Y él estaba ardiendo.

El cuerpo de Kyla lo aceptó. Se sumergió en su feminidad y se estremeció de placer. Lo envolvía la humedad aterciopelada y cálida del sexo de Kyla. Era el mejor lugar en el que había estado.

– He esperado mucho este momento. Lo deseaba tanto… Pero es mucho mejor… Te… quiero… -le dijo al oído.

Le puso las manos debajo de las caderas, la levantó para pegarla más contra él y se movió con embates rápidos y certeros. El cuerpo de Kyla se movía al mismo ritmo. Los pechos de ella temblaban bajo la boca de Trevor y los pezones eran dos botones rojos que la lengua de él humedecía.

Y en el instante en que sintió que ella alcanzaba el climax, él se derramó en su interior como un torrente.

* * *

Huntsville, Alabama.

– No pienso volver a mudarme nunca más. Viviremos aquí el resto de nuestras vidas.

– Por mí, de acuerdo -dijo el hombre, cansado-. Menuda forma de pasar el Día del Trabajo: ¡trabajando!

– Pero hemos conseguido colocarlo todo. Por fin. Salvo esa caja que tienes llena de porquerías de los marines.

– Serán porquerías para ti. Para mí, algunas de esas cosas tienen un gran valor.

Ella le dio una palmadita en la mano.

– Ya lo sé, era una broma… Ahora que hablamos de esto, ¿mandaste por fin la foto a la viuda de ese chico? Stroud, se llamaba, ¿no?

– Sí. No, no llegué a mandársela. A ver si lo hago mañana -arrugó el ceño-. Pero ¿cómo voy a dar con ella?

– ¿Por qué no mandas la foto al Cuerpo de Marines? Estoy segura de que ellos sabrán cómo localizarla.

– Buena idea -se levantó y le ofreció una mano a ella para ayudarla-. Vamos a la cama, estoy agotado. Pero recuérdame que mande la foto mañana -añadió al tiempo que apagaba la luz.

Trece

Tardó unos momentos en recordar por qué estaba durmiendo en el suelo. Sin almohada, sin sábana, sin nada para mitigar la dureza de la madera, había dormido toda la noche de un tirón por primera vez en mucho tiempo.

Movió los ojos y miró a través de las cristaleras. Vio que aún era temprano. Dudando, estiró las piernas acalambradas y trató de sentarse. Los dedos de Trevor estaban enredados en su pelo.

Tuvo que maniobrar un poco, pero consiguió liberarse. Recogió sus pantalones cortos y, de puntillas, fue hacia el pasillo. Mientras se dirigía al dormitorio de Aaron, se abrochó el cierre de la parte superior del biquini.

El niño seguía durmiendo y no daba señales de ir a despertarse. El día anterior había sido muy intenso y se estaba cobrando su precio. Kyla dio gracias al cielo. En ese instante necesitaba pensar y no quería que nada la distrajera.

Se puso los pantalones cortos y volvió sobre sus pasos. Trevor no se había movido, dormía placidamente en el suelo, delante del sofá. No roncaba pero su respiración era acompasada. Kyla se deslizó fuera sin despertarlo.

Tomó una toalla del armario que había cerca del jacuzzi y se dirigió hacia el arroyo por la arboleda. La mañana era apacible. Los rayos del sol aún no penetraban la tupida vegetación de las ramas. Iba descalza y el suelo estaba húmedo y fresco.

El arroyo fluía lánguidamente. Sólo cuando llovía mucho sus aguas se agitaban y corrían veloces. El resto del tiempo, acudían a beber allí los pájaros del bosque. Aaron había palmoteado encantado cuando Trevor…

Trevor.

Su nombre retumbó en la mente de Kyla y eliminó cualquier otro pensamiento. Suspirando, extendió la toalla sobre la hierba cerca de un remanso y se sentó. Dobló las rodillas contra el pecho y apoyó en ellas la barbilla.

Había ocurrido.

Cerró los ojos al tiempo que las oleadas de placer envolvían su memoria. Apretó la frente contra las rodillas e intentó no recordar todo el esplendor de su encuentro sexual, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su mente quizá no quisiera recordar, pero su cuerpo se deleitaba con cada detalle.

¿Por qué no se había resistido? Podría haberlo hecho perfectamente. Trevor había bebido demasiado. Cuando se había derrumbado encima de ella, podría haberlo apartado y probablemente no se habría dado ni cuenta. ¿Por qué no lo había hecho?

«Porque querías hacer el amor con él».

Tenía que admitirlo.

Levantó la cabeza y se quedó mirando el arroyo como esperando que le respondiera, pero el agua siguió su curso ladera abajo.

Quería hacer el amor con él desde el momento en que lo había besado después del partido. Ese beso había sido un punto de inflexión. Incluso en ese instante, allí sentada, era capaz de recordar a la perfección cómo se había acercado corriendo hasta donde estaban ella y Lynn: sonreía de oreja a oreja y bajo el bigote brillaban los dientes blancos. Sobre la frente le caían varios mechones negros; tenía el pelo húmedo de sudor. La cinturilla de los pantalones estaba mojada de sudor, ensanchada, ligeramente debajo de su ombligo.

Nunca había visto a un hombre tan masculino. Trevor era la personificación del hombre y se sentía atraída por él tan indefectiblemente como el agua del arroyo en su camino hacia el lago.

El beso que Trevor le había estampado en los labios era salado, pastoso. El sudor pegajoso del vello del pecho se le había pegado también en los senos. Cuando había notado sus manos, poderosas y masculinas, sujetándola contra su sexo excitado, se había dado cuenta de que lo deseaba, y de que se acostaría con él, si no por iniciativa de Trevor, por la suya propia.

Más tarde, cuando él había empezado a besarle los pechos, ella había rogado con toda su alma que nada los interrumpiera esa vez.

Podía calificarse de perversión. De deslealtad a Richard. De lo que uno quisiera, pero la noche anterior lo único que deseaba era sentir a Trevor Rule dentro de ella.

– ¿Kyla?

Ella dio un brinco y giró la cabeza hacia atrás. Trevor estaba de pie a su espalda, vestido únicamente con los vaqueros cortados. La barba incipiente asomaba a sus mejillas y la expresión de su rostro era cautelosa.

– Hola.

– ¿Estás bien?

Ella fijó de nuevo la mirada en el arroyo. Le resultaba difícil mirarlo después de la noche anterior. Le costaba tanto trabajo respirar que el pecho le dolía.

– Sí, estoy bien. Me he despertado temprano y hacía tan buen día… ¿Se ha despertado Aaron?

– Cuando he salido seguía dormido.

– Supongo que ayer acabó agotado.

– Me imagino.

Se acuclilló justo detrás de ella. Arrancó distraídamente unas briznas de hierba, las examinó y volvió a tirarlas al suelo.

– ¿A qué hora vas a ir a trabajar esta mañana?

– Hoy no trabajo. Lo arreglé con Babs: el sábado pasado a cambio de hoy. Por eso no tenía prisa por despertar a Aaron.

Él asintió con la cabeza y se incorporó. Estaba inquieto. Ninguno de los dos hablaba de lo que en realidad ocupaba sus mentes.

Por el rabillo del ojo, Kyla vio cómo él se dirigía hacia un árbol. Se detuvo, se dio la vuelta y la miró. Cuando por fin llegó hasta el árbol, alzó los brazos y se colgó de un rama baja, con la cabeza mirando al suelo. Se balanceó. Ella volvió a apoyar la cabeza en las rodillas y rezó para que algo rompiera aquel silencio.

– ¿Lo de anoche fue verdad, Kyla?

Siempre había creído que Dios tenía sentido del humor, y parecía que así era.

Miró hacia donde estaba Trevor. Ahora estaba arrancando pedacitos de la corteza del tronco del roble y tirándolos al agua.