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A Henry y a William les caían mal los señores Cole, ya que sabían lo que pensaban de ellos y del resto de huérfanos. El matrimonio había hecho una petición para que todos los orfanatos se pusieran juntos. “Para juntar todos los problemas en un único lugar”. El matrimonio era desagradable incluso con Erin, lo cual era impensable.

Henry y William no siempre hacían lo que Erin quería, pero ella era quien les daba los mejores abrazos de todo el personal del orfanato. E incluso cuando hacían las peores gamberradas, ella simplemente daba un suspiro, se pasaba la mano por el pelo y les decía: “¿Qué voy a hacer con vosotros, gamberros?”.

Además, el caniche Pansy solía ladrar tanto que despertaba muchas noches al bebé, y una vez que Henry metió la mano a través de la valla, solo para decirle hola, le había mordido.

Por lo tanto, tenían que deshacerse del matrimonio Cole antes de que Erin se enfadara más, o antes de que Pansy mordiera a otra persona. Y la única manera de que se marcharan era que pensaran que su caniche estaba en peligro. Y por eso lo de la bomba, el artefacto que habían aprendido a construir en el colegio, espiando a los chicos mayores.

Pero entonces…

Bien, Henry estaba metiendo la bomba en la zapatilla que estaba sujetando William. Pero, como no cabía bien, Henry se puso nerviosos y la zapatilla se le resbaló.

La bola llena de cerillas y petardos cayó pesadamente al suelo y se enrolló en la cortina que había al lado de la cama.

Henry y William se miraron horrorizados y se fueron a refugiar bajo la cama.

La explosión hizo vibrar toda la casa. Las luces se encendieron inmediatamente, accionadas por la alarma y se oyó cómo se rompía un cristal del balcón. El olor a humo entró en la cocina y saltó la alarma de incendios del pasillo.

El hogar número tres del orfanato de Bay Beach estaba en llamas.

Matt, que iba en su camioneta, con la ventanilla bajada, oyó la alarma de incendios, pero pensó que seguramente no sería nada. El detector que tenía en casa saltaba cada vez que se le quemaba una tostada, cosa que, por otra parte, le sucedía a menudo.

Luego se fijó en que la casa donde parecía haberse disparado la alarma era uno de los hogares el orfanato de Bay Beach y, al ver las llamas, pisó el freno en seco.

Dejó el motor en marcha y echó a correr hacia la casa.

– Sujeta al bebé.

Matt ya conocía de antes a Erin Douglas. Caro que la conocía. Todos en Bay Beach la conocían y él había ido con ella, además, a la escuela.

Pero no eran amigos Erin era tres años más joven que Matt y quizá este seguía teniéndola por la chica mandona y descarada que había conocido en el colegio. Después, ya de mayores, habían coincidido en algún baile, pero ella no era su tipo.

Sin embargo, esos no le impedía apreciarla. Tenía un cuerpo bonito, con una piel clara luminosa, el pelo rubio y unos enormes ojos azules. Siempre había tenido admiradores. Era, definitivamente, una mujer muy atractiva, decidió. Pero también era un poco…bueno, tonta. En el colegio, siempre estaba burlándose de todo y especialmente de él.

Matt gozaba de una buena posición y su familia descendía de la aristocracia. Normalmente eso le daba ventaja con las mujeres, pero con Erin era más bien al contrario.

Por otra parte, ella siempre iba sin arreglar. NO le importaba ir despeinada y su maquillaje era siempre escaso, como si se lo hubiera puesto a toda prisa. Sí, sabía que las chicas que trabajaban en los hogares eran así, ya que tenían muy poco tiempo para sí mismas, pero Erin resultaría una chica muy guapa si se arreglara un poco más.

Siempre llevaba vestidos de brillantes colores, que le llegaban por la pantorrilla. Parecían hechos por ella misma. Se lo había dicho Charlotte y él se daba cuenta de que era verdad.

La última vez que la había visto había sido en una fiesta del colegio de la localidad. Uno de los niños a los que cuidaba le había pintado la cara como si fuera una mariposa; sus ojos azules estaban rodeados por dos enormes y coloridas alas.

Charlotte y él se habían mirado horrorizados. No, definitivamente no era su tipo. No tenía la educación y elegancia de sus amigas. No se parecía a su madre, ni a Charlotte.

Y en ese momento…bueno, no le importaba su aspecto, pero parecía incluso más desarreglada que otras veces. Cuando él llegó al porche, ella salía por la puerta con un niño en brazos. La pequeña no tendría más de cuatro o cinco meses.

– Sujeta al bebé- fue todo lo que le dijo antes de dejarle el niño en brazos y meterse otra vez en la casa.

¿Qué podía hacer con él?, se preguntó, mirando indeciso al bebé. NO podía dejarlo en cualquier sitio, claro; además, en ese momento había cosas más urgentes que hacer que estar sujetando a un niño.

Alguien se asomó a la valla. Era normal, la explosión se habría oído en varios bloques, y Valda Cole normalmente se enteraba de todo lo que pasaba a su alrededor. Matt normalmente evitaba a Valda como si fuera la peste, pero en ese momento, con el bebé en brazos, casi se alegró de verla.

– Sujete al niño y llame a los bomberos- le ordenó, dejándole al bebé antes de que pudiera protestar. Y llame también a la policía y pida que manden una ambulancia. Rápido.

Y entonces se metió en la casa.

Erin había encontrado a Tess y a Michael.

Los niños se habían despertado y fueron tambaleándose hacia la puerta en medi del humo. Erin les agarró de la mano. Con cinco años y muy asustada, Tess salió al pasillo oscuro. Erin, sin soltar a Michael, levantó en brazos a Tess y salió con ellos.

El humo era tan espeso que Erin apenas podía ver nada, y los ojos le picaban mucho.

– ¡Henry, William!.

No hubo respuesta. Las ranuras e ventilación estaban colocadas encima de las puertas de los dormitorios, y del de Henry y William parecía salir mucho humo. Pero no podía entrar en ese momento, ya que tenía que sacar primero a Tess y a Michael.

Justo entonces se chocó con Matt en el vestíbulo.

En aquella ocasión, Erin sí notó su presencia. Necesitaba ayuda, cualquier tipo de ayuda, y sabía lo suficiente de Mathew Mckay como para saber que podía prestársela.

– Matt, estos dos están bien, pero los gemelos están todavía dentro- empujó a los niños que llevaba de la mano hacia delante y se atragantó con una bocanada de humo. Sácalos.

Matt los sacó a todos fuera. Luego agarró a Erin del brazo, sin decir nada, y la sacó cuando ella intentó entrar de nuevo. En el porche, Erin trató d tomar aire para poder hablar.

El pánico que sentía estaba a punto de bloquearla.

El humo era muy denso, casi impenetrable, y se fijó en las llamas que salían por una de las ventanas. Era, decididamente, la habitación de los gemelos.

– ¡Dios, los gemelos!- exclamó, casi sin voz.

El humo que había tragado hacía que le dolieran los pulmones cada vez que respiraba.

– ¿Cuántos más hay dentro?- le preguntó Matt con voz autoritaria. Dime cuántos son y dónde están.

Erin hizo un gran esfuerzo para poder hablar. No podía haber encontrado mejor ayudante que Matt. Era verdad que era rico y demasiado guapo, y que se movía en círculos a los que ella no pertenecía, pero su capacidad estaba fuera de toda duda.

– solo los gemelos, dos niños de siete años que estaban durmiendo en esa habitación- hizo una pausa para toser y luego señaló la ventana de la que salían las llamas. Por favor, cuida de los niños. Yo iré…

¡Quédate donde estás!.

Helmut Cole se estaban acercando justo entonces con una manguera en la mano, mientras que Valda observaba horrorizada la escena desde su casa, sujetando al niño como si se tratara de algo sucio.

Pero no importaba. Lo que importaba era que el bebé no sufriría ningún daño estando con ella y que Helmut estaba haciendo lo que tenía que hace.

¿Ha llamado a los servicios de urgencias?- le preguntó Matt.

Cuando Valda asintió, Matt se volvió hacia su marido.