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Al fin y al cabo, aquella caja de terciopelo era como una promesa.

– De acuerdo, cariño- dijo finalmente, ignorando por completo a Erin y volviéndose hacia su futuro marido. Ve delante, que yo te llevaré tu cena.

– ¿La cena?- repitió Matt, que seguía bastante aturdido.

– Venías a mi casa a cenar cuando te paraste por lo del incendio. ¿recuerdas?. Te había preparado unas codornices con una salsa exquisita…Ya verás.

Charlotte lo miró con ojos llenos de amor y él le respondió con gratitud. Pero no quería sus codornices.

– Esta noche lo único que voy a poder comer va a ser una tostada y un huevo pasado por agua. Lo siento, Charlotte, congélalas. Ya las tomaré en otro momento.

Aquello no iba a salir bien.

Erin nunca había estado en casa de Matt, pero al entrar estuvo a punto de salir de nuevo. ¿Los gemelos y esa casa?. No, no y no.

– Será mejor que os quitéis los zapatos- dijo Matt. La alfombra se mancha en seguida.

– Eso me parece- Erin miró al suelo dubitativamente. Luego se quitó los zapatos y ayudó a los gemelos a quitarse los suyos. Los chicos parecían asustados y no dijeron nada. Erin pensó que lo mejor sería bañarlos y llevarlos luego a algún sitio caliente y tranquilo, donde poder abrazarlos y tranquilizarlos.

Matt ayudó a Erin con los niños y ella se lo agradeció.

– ¿Elegiste tú esta alfombra o la eligió…Charlotte?.-dijo, sintiéndose un poco estúpida.

– La eligió mi madre- contestó él.

A Erin le sorprendió la respuesta. Había conocido a la madre de Matt, aunque nunca habían hablado, pro supuesto. La familia de Matt poseía una de las granjas más ricas del distrito. No como Erin. Ella, una de los ocho hijos de una familia buena y cariñosa, pero muy pobre, era para los McKay una don nadie.

Cosa que no le desagradaba, ya que no tenía ninguna intención de introducirse en el mundo de Matt y Charlotte. Ella y sus amigas, y sus respectivos padres, solían fijarse en los trajes de Louise McKay, dándose cuenta de que eran podo prácticos. Solo Louise pensaba que eran perfectos.

– ¿No murió hace cinco años?- Esta alfombra parece nueva.

– Normalmente uso la puerta trasera- explicó Matt. Supongo que mi madre me educó bien, o quizá lo haga porque me da pereza quitarme las botas.

– Entiendo- dijo ella, mirando la alfombra blanca y levantando luego la vista hasta el sofá de cuero, también blanco, que había en el salón vecino. Los niños y yo creo que también usaremos la puerta de atrás.

– Creo que será lo mejor.

La situación era decididamente tensa. Erin estaba en medio del vestíbulo de la mansión de los McKay a solas, aparte de los gemelos, con Matt McKay. La sensación era…¿extraña?.

Pero no tuvo tiempo de analizar lo que sentía. Los niños la necesitaban.

– Enséñame el baño y dónde pueden dormir los gemelos. Necesitan acostarse cuanto antes.

Matt pensó que él también lo necesitaba, pero trató de concentrarse en lo que ella le había pedido. Había dos cuartos de baño. El podía lavarse en uno mientras ella bañaba en el otro a los gemelos. Quizá debería ayudarla, pero antes de nada tenía que ordenar un poco sus ideas.

– Por aquí- dijo, conduciéndolos hacia la parte trasera de la casa.

Allí había dos habitaciones con una ducha en medio. Erin se alegró al comprobar que las camas tenían sábanas limpias, como si él estuviera esperando huéspedes.

– Esto también es herencia de mi madre- explicó al ver la cara de sorpresa de Erin. Las camas están todo el tiempo con ropa limpia por si recibo alguna visita inesperada. Como vosotros- añadió, sonriendo.

Aunque era una sonrisa ambigua y fatigada, Erin se quedó impresionada.

Pero en seguida se fijó en que la herida que tenía en la frente estaba sangrando y tenía los ojos rojos por el humo. Matt podía ser un héroe, pero era evidente que estaba agotado emocionalmente por lo sucedido y había inhalado más humo que ella.

– Me temo que no durarán mucho tiempo limpias si mis gemelos las usan- dijo, disculpándose. Entonces dejó en el suelo una bolsa y se volvió hacia Matt. Ahora, date una ducha y luego vete directamente a la cama.

– Ya veremos. Necesito comer algo. Si te parece, nos reuniremos en la cocina cuando hayas acostado a los niños- esbozó una sonrisa de arrepentimiento, bueno, si te atreves a dejarlos solos.

– Esta noche se portarán bien- aseguró Erin, acariciando a los niños. Estos estaban tan cansados que se dormían de pie. ¿Q que sí, chicos?. Creo que se os han quitado las ganas de hacer más travesuras por el momento.

– Lo sentimos mucho, Erin.

Fue lo primero que Erin consiguió sacarles. Les había bañado y secado con las elegantes toallas de la madre de Matt. Incluso después del largo baño, habían dejado alguna mancha gris en la maravillosa tela de algodón. Luego les había metido en la cama. Quisieron dormir juntos, a pesar de que había dos camas en aquella habitación.

En momentos de peligro siempre estaban juntos y no querían separarse.

Y todo el tiempo habían permanecido en silencio.

En ese instante, con unos pijamas un tanto extraños, la miraron a los ojos, desde la almohada compartida. Sus ojos reflejaban todavía el miedo por la impresión sufrida y había arrepentimiento en ellos.

– Solo hicimos la bomba para asustar a Pansy-dijo William, temblando.

Y si no lo hubiera dicho de aquella manera tan triste, Erin se habría echado a reír.

Ç-¿Por qué demonios queríais asustar a Pansy?.

– Para que el señor y la señora Cole se fueran a vivir a otra parte y dejaran de molestarte.

¡Era lo que le faltaba!. Estaba completamente agotada, tanto física, como psíquicamente, y en ese momento también tenía que contener las lágrimas.

Aquellos niños eran terribles, pero siempre había algún motivo para sus travesuras. Tenían un corazón pequeño, pero bueno.

Haciendo un esfuerzo se puso seria y los abrazó a ambos.

– Tuvimos mucha suerte de que el señor McKay nos salvara. ¿Me prometéis que nunca más vais a jugar con cerillas ni petardos?. ¿Ni siquiera para asustar a Pansy?.

– Te lo prometemos- aseguró Henry.

Erin lo miró a los ojos y se dio cuenta de que lo decía sinceramente.

Ya no habría más bombas. Otra cosa, seguro, pero no una bomba.

Los arropó, les dio otro abrazo y se preguntó dónde estaría Tigger. Los niños lo amaban y cuando se enteraran de que se había quemado…Prefería no pensarlo.

En ese momento, oyó pasos detrás de ella y alzó la vista. Matt estaba en la puerta. Estaba limpio y su impresionante cuerpo estaba muy bronceado. Se había puesto unos pantalones limpios y una camisa.

Volvía a ser el vaquero que ella había conocido.

Charlotte era una mujer con suerte, pensó Erin de repente. Aunque fuera de una clase diferente a la suya, Matthew McKay era un buen candidato a esposo.

Y no solo era guapo, con sus rizos castaños con mechas rubias por el so, su piel acostumbrada al aire libre y su cuerpo fuerte. Sus ojos marrones también estaban llenos de amabilidad. Llevaba en la mano dos tazas, que dejó sobre las mesillas de noche para los chicos.

– Mi abuela siempre decía que la mejor medicina en los momentos difíciles era un buen vaso de leche caliente- les explicó a los gemelos. Así que os he traído uno y hay otro para Erin cuando se duche- entonces sonrió a la mujer. Fue una sonrisa que provocó en ella toda una serie de sensaciones. Ahora me voy. Nos encontraremos en la cocina cuando termines.

¡Maldita sea!. Debía estar más cansada de lo que pensaba, porque la amabilidad de él estaba a punto de hacerla echarse a llorar.

– También os he traído mi cuento favorito cuando era pequeño- al decirlo, les mostró un libro que llevaba debajo del brazo. Es sobre inventos. Así que propongo que te vayas a duchar mientras yo me quedo leyéndoselo.

– Tu garganta…