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– Hola, Charlotte- la saludó Matt.

La recién llegada le dirigió una de sus sonrisas más compasivas. Parecía sentirse como la heroína que corría a salvar a su héroe e inmediatamente asumió un papel práctico y eficaz.

– La señora Gregory me ha dicho que a los niños les has traído su desayuno a la habitación.¿Por qué diablos no han bajado a desayunar a la cocina?. Por lo menos allí se puede fregar el suelo.

Entonces la mujer miró a los niños y vio a Tigger.

– Pero…pero, ¿Qué demonios es eso?.

– Es Tigger- contestó Erin con una sonrisa de felicidad que ni siquiera Charlotte podía haber borrado, que está un poco manchado del incendio, como todos. Hola, Charlotte. ¿no es una mañana maravillosa?.

– Me imagino que sí- contestó Charlotte, incómoda. Miró a Erin de arriba abajo. ¿Y qué es eso que llevas puesto?

– Creo que es un modelo del señor Harbiset- contestó Erin, que se negaba a sucumbir ante Charlotte. Me parece que es el único aquí que usa esta talla y la señora Harbiset siempre nos da ropa para el orfanato- dio un giro de bailarina y la falda se elevó, revelando sus piernas desnudas. ¿no es estupenda?. ¿Crees que es un estilo que se pondrá de moda?

Charlotte consiguió esbozar una sonrisa y luego se volvió hacia Matt, olvidándose de Erin y los gemelos.

– Matt, cariño, he hablado con mis padres- el tono aseguraba que había solucionado todos sus problemas.

Y han reaccionado estupendamente. Me han dicho que el orfanato puede usar sus establos hasta que el edificio sea reconstruido.

– ¿Sus establos?- repitió Matt, arqueando las cejas educadamente.

– No me refiero propiamente a los establos, tonto- soltando una carcajada, pero mirando a los gemelos como si se estuviera preguntando si unos establos de verdad no serían el mejor sitio para ellos. No. Me refiero a la habitación que hay justo encima de ellos. Antes, cuando teníamos caballos, dormían allí los trabajadores que se encargaban de ellos. Pero ahora no hay nadie allí.

– Es un buen detalle por parte de tu padre- contestó Matt. Pero esas habitaciones se construyeron para alojar a los mozos.¿no?.

– Sí.

– Entonces serán bastante…incómodas y frías.

– Sí, pero estamos casi en verano- insistió Charlotte con una sonrisa luminosa. Tiene una pequeña cocina y un dormitorio con baño. Todo lo que necesitan.

– ¿Un dormitorio?.

– Sí.

– ¿Entonces Erin tendrá que compartir el dormitorio con los niños?

– Claro, cielo.

Charlotte dirigió a Erin la mejor de sus sonrisas.

Sonrisa que fue ampliándose pro momentos. Todos sus problemas se habían solucionado y además había ayudado a Matt.

– A ella no le importará, cariño. Cuidar de los niños es su trabajo. ¿no es así Erin?.

– Es cierto, y te estoy muy agradecida. Pero me temo que no puedo aceptar ninguna oferta antes de que nuestro director decida qué debemos hacer. Mientras tanto, si Matt nos sigue ofreciendo su casa…

– ¿Cuándo vendrá el director?.

– Me imagino que hoy por la mañana- contestó Erin, consultando el reloj.

Tom Burrow se había ido aquella semana a Sydney, pero Erin imaginaba que le habrían llegado noticias del incendio y que volvería a la hora de comer.

– Le comentaré tu oferta y le diré que vaya a ver a tus padres. También tendrá que echar un vistazo a esos…establos.

– ¡Espera un momento!. Los niños se quedarán conmigo- aseguró Matt.

– Tienes que darte cuenta de que es imposible- dijo Charlotte, conservando su tono dulce.

¿Por qué?.

– Porque son delincuentes juveniles, por eso- explicó Charlotte, bajando la voz para que los gemelos no la oyeran. Han quemado la casa donde estaban y sabe Dios lo que pueden hacer aquí.

Eso fue suficiente para Erin, quien apretó los puños. ¿Delincuentes unos niños de siete años?. Si no se deshacía de esa mujer cuanto antes, acabaría perdiendo los estribos. Además, tenía que admitir que le gustaba aquella casa. Era un lugar perfecto para los gemelos, ya que estaba muy aislado.

Si Tom daba su consentimiento, y seguramente lo haría, ella podría quedarse allí también. La granja era preciosa, situada cerca de la desembocadura de un río y orientada hacia el mar. Y allí no tendría que cuidar ningún niño más. El orfanato no le pediría a Matt que alojara a nadie más, así que podría concentrarse en los gemelos.

Eso le parecía bien. Los niños estaban muy traumatizados y la mayor parte del trauma procedía de antes del incendio.

– Matt, ¿te importaría continuar la conversación con Charlotte fuera?.Tengo que vestirme.

– He visto que las bolsas de ropa donada siguen en el vestíbulo. Tendrás para unos cuantos días. A menos que estés planeando ponerte lo que llevabas anoche.

– ¡Charlotte!

¡Se había pasado!. Charlotte trató de recuperar rápidamente la compostura. Miró a Matt y se dio cuenta de que este no veía las cosas como ella. Luego miró a Erin, tratando de convencerse de que aquella mujer no podía competir con ella. Evidentemente, Matt solo estaba siendo generoso con ella.

– ¿Quieres que te traiga algo?- preguntó, mirando a Erin. Utilizas dos tallas más que yo, creo. Si no te podría dejar algo mío.

– No te preocupes, puedo apañármelas con la ropa que nos han dado- contestó Erin, tratando de disimular su enfado. Luego abrió la puerta y salió.

La noche anterior, sus pies se habían hundido maravillosamente en la alfombra. Y cuando se había ido a la cama, había vuelto a hundirse al pasar por allí.

Pero en ese momento, alguien le había puesto un plástico por encima. Era un plástico especial que ya había visto en otras partes y que se usaba para mantener la alfombra inmaculada. Pera era horrible.

¿Para qué tener una alfombra si ponías encima un plástico y no sentías su calor?

Tomó aire y contó hasta diez. No tenía que sentirse ofendida. De acuerdo, era ofensivo, pero si Matt quería proteger su casa, ¿quién podía culparle?.

Pero no había sido Matt quien había colocado el plástico.

– De dónde ha salido esto?- preguntó Matt, que había salido al pasillo y estaba mirando hacia el suelo.

– Tenía un montón en casa- explicó Charlotte, que no había notado el tono de disgusto en la voz de Matt.

Lo compré el año pasado cuando estuve fuera y mis abuelos se quedaron en casa. Mi abuelo es tan…no se quita las botas en casa, a pesar de que mi abuela se enfada. Así que pensé que sería la solución perfecta. Pero como mi abuelo se ha muerto, ya no lo necesito en casa.

Charlotte parecía muy satisfecha de sí misma, pero era evidente que a Matt no le agradaba la idea.

– Pues ya puedes ir enrollándolo para llevártelo de vuelta a tu casa- ordenó, avergonzado ante todos aquellos malos detalles hacia Erin.

¿Qué pensaría de todo eso?. Charlotte tal vez era preciosa y una gran anfitriona y cocinera, pero a veces era insoportable. ¡Era igual que su madre!.

– No…-dijo Erin.

– ¿No?- ambos la miraron.

– Déjalo. Los niños y yo no lo notaremos.

Los niños desde luego que no y así no tendría que preocuparse de la preciosa alfombra de Matt.

– Matt, está bien.

– ¡No, no lo está, Erin!

Matt estaba empezando a enfadarse de verdad. De pronto, recordó a su madre gritándole a su padre en la entrad: “Quítate esas botas ahora mismo o salgo pro esa puerta y no me ves más”.

Amenaza que había repetido una y otra vez. Más tarde, cuando Matt fue creciendo, se preguntó a menudo si su padre habría sido feliz con ella.

Y por eso él seguía sin casarse.

Así que fuera ese plástico, se dijo mientras empezaba a dudar de que fuera una buena idea casarse con Charlotte.

Quizá estaba destinado a quedarse soltero. Había comprado el anillo, pero no había hecho la petición de mano.