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– No voy a preguntarte cómo lo sabes, aunque no he olvidado que entras y sales de Larezzo como si fuera tuya.

·Eso lo hacía antes. Ahora no me atrevería.

·¡Hum!

·No te fías de mí, ¿verdad? -preguntó él riéndose.

– ¿Podemos hablar de esto en otro momento? Me siento muy bien y no quiero estropearlo.

– Tienes razón. Los temas de negocios no deberían mencionarse en este lugar.

– Creo que aquí tienes un pequeño mundo maravilloso.

Salvatore asintió.

– Hay noches en las que me siento aquí y veo las luces a lo lejos. Es como estar solo y estar en Venecia al mismo tiempo.

·Es como estar viviendo tu vida y alejarte, a la vez, para verte como te ve el resto del mundo.

·Sí, es exactamente lo que intentaba decir. Supongo que sabes mejor que yo qué es eso de verte a través de los ojos de los demás.

– Sí. A veces me siento como si hubiera cincuenta versiones diferentes de mí y ninguna de ellas fuera realmente yo, pero debo llevar dentro algo de esas terribles mujeres.

– ¿Por qué las llamas terribles cuando se sabe que son bellas? ¿Es que la belleza es terrible?

·Puede serlo cuando la gente te mira y no ve nada más. Hay millones de mujeres que lo darían todo por tener lo que tengo. Mi vida es fácil comparada con la de muchas, pero a veces… a veces pienso en sus vidas sencillas, con sus hijos y sus maridos, que las aman como son y no por su aspecto, y creo que son más afortunadas que yo.

Él no dijo nada, pero le tomó la mano y se la acarició con ternura, haciéndola preguntarse si ese hombre tranquilo y delicado podía ser el mismo que disfrutaba atormentándola hasta hacerla llegar al clímax.

Pero él también tenía muchas caras.

– Tú también debes de sentir lo mismo. La gente cree que te conoce, pero no es así.

·Es verdad, aunque no puedo culparlos. Les muestro lo que quiero que vean y ellos se lo creen.

– Y ¿de qué te sirve eso?

– Me siento seguro, supongo.

– ¿Pero a qué precio? ¿Te merece la pena?

– A veces creo que he hecho lo correcto no bajando la guardia.

– ¿Y por qué tienes que hacer eso? ¿Crees que el mundo se acabaría si te relajaras y confiaras un poco en la gente?.

– He visto los mundos de otras personas llegar a su fin por confiar y luego descubrir que no tenían el destino en sus manos. A mí eso nunca me pasará. Mi destino está en mis manos, en las de nadie más.

·Ven conmigo -le dijo ella apretándole la mano. Él se levantó y dejó que lo llevara hasta el dormitorio más grande.

Rápidamente se desnudaron y se echaron sobre la cama, pero a diferencia de la última vez, a Salvatore ahora se le veía casi vacilante.

Helena estiró los brazos por encima de la cabeza y suspiró. Al instante él puso una mano entre sus pechos y fue moviendo los dedos lentamente hasta su pecho derecho, deteniéndose, avanzando un poco más, hasta que llegó al pezón y comenzó a acariciarlo.

·¿Me deseas? -le preguntó él.

– ¿Tú qué crees?

– Respóndeme.

– No me digas que un hombre con tanta experiencia como tú necesita preguntar.

·Una mujer puede decir una cosa con su cuerpo y otra con sus labios. Y lo hace deliberadamente para confundir a un hombre.

·Entonces, ya que no se puede confiar en mis labios, no tienes por qué oír lo que sale de ellos -dijo con la voz entrecortada por la excitación.

– Es verdad, voy a darles otro uso -dijo antes de besarla.

Helena sintió sus labios descender hasta su cuello, unto debajo de su oreja, donde él sabía que era especialmente sensible.

·Ahhh -gimió al sentir su lengua atormentarla tan deliciosamente-. No pares.

·No voy a parar. Voy a besarte por todas partes. Y después, tal vez pare… o tal vez no.

Ahora él se movió hasta uno de sus pechos y a medida quedo besaba, que lo acariciaba con la lengua, ella comenzó a sentir un fuego en su interior tan intenso que pensó que llegaría al clímax demasiado pronto, aunque él no dejaría que eso sucediera; siempre se retiraba en el momento justo para luego volver con su suave asalto. Era una especie de tortura, una tortura deliciosa.

– No me hagas esperar demasiado -le pidió ella con la respiración entrecortada.

– Ten paciencia.

– No puedo.

– Entonces te obligaré -dijo, y se apartó para mirarla con una sonrisa en los labios.

Helena intentó llevarlo hacia sí, pero era inútil, él se resistía. Desesperada, llevó la mano hasta debajo de su cintura; estaba excitado, preparado, pero se resistió otra vez, agarrando las manos de Helena y sujetándoselas por encima de la cabeza sobre la almohada.

– Suéltame.

– No, así me siento más seguro. ¿Quién sabe qué podrías hacerme si te suelto?

– Sé lo que me gustaría hacer.

– No vayas tan deprisa. Lo mejor está aún por llegar.

La soltó, pero se apresuró a tenderla boca abajo

para comenzar a acariciarle y besarle la nuca. -¿Quieres que pare?

– Si lo haces, estás muerto.

Él se rió mientras iba deslizando las caricias por su espalda hasta llegar a su cintura y a sus nalgas, sin levantar los labios de su piel.

– Deja que me dé la vuelta -le pidió ella.

– Cuando esté preparado.

– ¡Maldito seas! -exclamó Helena golpeando la almohada.

Él se rió de nuevo.

– Eso me lo han dicho muchas veces, pero nunca en estas circunstancias.

Helena giró la cara y lo miró y, cuando él se apartó, aprovechó la oportunidad yse dio la vuelta, lo agarró y lo tendió sobre su cuerpo. El se deslizó entre sus piernas y entró en ella dándole, por fin, lo que tanto había deseado. Había estado a punto de perder la cabeza esperando y eso, por supuesto, era lo que Salvatore había pretendido.

Había vuelto a ganar, pero a ella no le importaba. No le importaba. ¡No le importaba!

Nada le importaba, le dejaría ganar con tal de poder sentirlo dentro, sentir que ese hombre le pertenecía.

Helena se había esperado estar sola al despertar, imaginando que Salvatore se apartaría de ella una vez hubiera conseguido lo que quería. Por eso se sorprendió al verlo allí, sentado en la cama, con los ojos fijos en ella.

Sí, es cierto que enseguida desvió la mirada, lo había pillado desprevenido, pero tuvo tiempo de ver su expresión antes de que pudiera ocultarla. Alargó la mano y le acarició el brazo.

– Te has despertado muy pronto -le dijo él-. Apenas ha amanecido.

– Bueno, siempre puedo volver a dormir.

Con una sonrisa, él levantó las sábanas y observó su desnudez.

– Eso si te dejo.

El deseo de Salvatore por ella no había disminuido, tal y como ella había pretendido, lo cual significaba que estaban empatados.

De pronto, el teléfono móvil de Salvatore sonó estropeando ese momento tan especial.

– ¿Por qué no se me ocurrió apagarlo? -gruñó antes de añadir -: Bueno, claro, porque tú me diste algo más en que pensar.

Los dos se sonrieron, pero el gesto de Salvatore cambió nada más responder.

– ¿Qué? ¿Cómo es posible? Lo dejé muy claro… que se vayan al infierno. Ahora no puedo ir… Está bien, supongo que tendré que…

Helena salió de la cama y buscó su ropa. La magia había llegado a su fin, pero estaba segura de que volvería y con eso le bastaba, por el momento.

·¡Maldita sea! -exclamó él después de colgar-. Tendría que haberlo apagado y haberlo dejado así días.

·¿Días? ¿Es que íbamos a estar días aquí?

– Bueno -dijo con una sonrisa-. ¿Quién sabe lo que podría haber pasado? Pero ahora tengo que volver a Venecia y marcharme a Suiza para asistir a una reunión.

– ¿A Suiza? ¿Por cuánto tiempo?

– Unos días, tal vez una semana. Pero imagínate todas las maldades que puedes, planear durante mi ausencia. Seguro que cuando vuelva me habrás echado del negocio.

– En absoluto. Yo juego limpio y esperaré hasta que vuelvas para echarte del negocio.