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Salvatore sonrió y la besó en los labios.

·Odio tener que separarme de ti. Sobre todo ahora. Ella asintió, no hicieron falta más palabras. Los dos se entendían.

En pocos minutos ya estaban en la lancha y a medida que se aproximaban a la Plaza de San Marcos, Salvatore aminoró la marcha.

– Una vez que tomemos tierra, volveremos a ser los de antes.

– Pero cuando vuelvas…

·Sí, cuando vuelva habrá muchas cosas que decir. Pero por el momento te diré sólo una: eres la primera persona que he llevado a la isla. Y eso me alegra mucho. ¿Lo entiendes?

·Sí. Lo entiendo.

La llevó hacia sí y la besó; no fue un beso apasionado, sino delicado, como los que habían compartido en la isla. Con él le estaba recordando cómo podía hacerla sentir y cómo ella podía hacerle sentir a él. Le estaba diciendo que no olvidara que volvería a buscarla.

La llevó al hotel y se despidió de ella sin besarla, tal y como Helena se había esperado. Lo que estaba creciendo entre ellos no estaba hecho para los ojos de los extraños.

Era la época del año en la que los fabricantes de cristal sacaban sus colecciones a la luz. Helena sabía que podía estar orgullosa de las nuevas piezas de Larezzo, pero lo que no podía hacer era dormirse en los laureles.

– Necesitamos un horno nuevo, como el de Salvatore.

– Será caro -le dijo Emilio.

·Lo sé. He posado para algunas fotografías, aunque para conseguir todo ese dinero tendría que aceptar trabajos más importantes y para ello tendría que volver a Inglaterra, al menos durante un tiempo.

– Y no quieres marcharte de Venecia.

·Supongo que no -respondió ella entre suspiros-. Pero tampoco quiero rendirme. En cierto modo… aún sigo luchando contra él.

– ¿En cierto modo? -dijo Emilio sonriendo. -Bueno, eso guárdatelo. No pienso mezclar lo personal con lo profesional.

Era fácil decirlo; lo que había entre Salvatore y ella era algo a lo que no podía poner nombre, pero que la hacía feliz, y le resultaba fácil pensar que las cosas funcionarían.

Pero eso fue antes de ver el periódico.

Cada día mostraba la colección de una de las fábricas y ese día le había tocado,e1 turno a Perroni, haciendo especial hincapié en una figura de cristal. Era hermosa, la pieza más maravillosa que Perroni había hecho nunca, según decía todo el mundo.

La mujer desnuda, hecha de cristal, estaba estirada hacia atrás con los brazos por encima de la cabeza, una postura que remarcaba sus pechos voluptuosos. Su rostro estaba carente de rasgos, pero el cabello le caía sobre los hombros y casi le llegaba a la cintura. Había muchas fotografías de la figura y debajo de ellas se podía leer: «Helena de Troya».

El periódico había escrito un artículo diciendo que no era coincidencia el hecho de que la fábrica de Salvatore hubiera creado esa pieza después de que a los dos se les hubiera relacionado durante la celebración de la Festa della sensa. Además, según el periodista, ya se estaban haciendo pedidos de la pieza por adelantado que le generaría una verdadera fortuna a la fábrica.

Helena leyó el artículo varias veces.

– ¡Imbécil! ¿Hay en el mundo alguien más imbécil que yo? ¡Se ha estado burlando de mí todo el tiempo y me ha convertido en el hazmerreír de Venecia!

Cuando estuvo más calmada, volvió a leer el artículo con detenimiento. Estaba escrito inteligentemente y sugería que Salvatore se había inspirado en ella movido por el romanticismo; no se mencionaba nada sobre la sangre fría con que lo había calculado todo.

Sangre fría. Esas palabras generaron una extraña sensación en su interior y le hicieron recordar aquellos primeros momentos en los que él se había mostrado tan frío y, aun así, le había despertado en su interior un ardiente deseo, una pasión que ella no sabía que existiera.

Después de años siendo una figura de hielo, había descubierto que era una mujer intensamente sexual y todo porque un embustero había jugado con, ella. Él la había advertido, pero ella se había negado a creerlo porque al mismo tiempo había tenido la sensación de que nada tenía que ver con el cuerpo y todo con el corazón.

Amor. No se había atrevido a ponerle nombre, pero ahora esa palabra parecía estar burlándose de ella. La calidez y ternura que había crecido en su interior, aquel momento en que había salido en su defensa delante de Carla… había pensado que era amor.

Y mientras, él había estado al acecho, estudiándola para descubrir el mejor modo de utilizarla. Se le hizo un nudo en la garganta al recordar la mañana que despertó y él la estaba mirando con ternura… aunque en realidad estaría calculando todo el dinero que ganaría lanzándola al mercado.

¡Cómo había parecido adorar su cuerpo! ¡Con cuánta pasión! Mientras que lo que estaba haciendo en realidad era tomar notas, apuntar todos los detalles para sacarle beneficio.

Antonio la estaba mirando desde la fotografía que había sobre la mesa.

– Me advertiste de cómo era y yo no te hice caso. Pero eso ya se ha acabado.

Se levantó.

– Ahora sé lo que tengo que hacer.

Capítulo 11

UN DÍA más tarde Salvatore regresó y la llamó de inmediato.

– Me gustaría verte ahora mismo. Hay algo de lo que tenemos que hablar.

– Estoy de acuerdo. Voy para allá…

– Preferiría…

Pero Helena ya había colgado y tras un corto paseo llegó al palazzo.

– El señor Veretti está en su despacho -dijo la doncella.

Salvátore le abrió la puerta. El periódico estaba abierto encima de su escritorio.

– Sé lo que estás pensando…

Si de verdad supieras lo que pienso de ti, te morirías.

– No te culpo por estar enfadada. Desde que vi esa cosa en el periódico he estado intentado pensar en cómo explicártelo…

·¿Pero por qué molestarte? Los dos sabemos cómo son las cosas. Me alegro mucho de haberte sido de utilidad.

– Helena, te juro que esa pieza se diseñó hace varias semanas, antes de conocerte.

·¡Qué coincidencia tan desafortunada! Por favor, Salvatore, no insultes a mi inteligencia.

– Es la verdad. Eres dueña de una fábrica, sabes el tiempo que lleva crear una de estas figuras.

– Nosotros creamos la cabeza de demonio en dos días.

– Eso se hace en circunstancias excepcionales, pero te digo que ésta la creamos semanas antes de conocerte. No hay ninguna relación.

– ¿Y el nombre? ¿Helena de Troya?

– No se me ha ocurrido a mí. Algún periodista se lo puso a las imágenes para hacerse el listo. Es inevitable todo el revuelo que se ha formado y que lo hayan relacionado contigo después de habernos visto juntos,pero yo no he tenido nada que ver. Ha sido un maligno truco del destino.

·¿Maligno? ¿Desde cuándo sacar beneficios económicos es algo maligno? ¿Es verdad que esta pieza se está vendiendo más que ninguna otra?

·Sí. Es verdad, pero yo no he tenido nada que ver. Te pido que me creas, Helena. Por favor.

Ella se le quedó mirando; no estaba segura de haberlo oído decir «por favor».

·Te lo suplico -añadió Salvatore.

De pronto Helena se encontró en una encrucijada;podía elegir el camino de creerlo, de amarlo, de confiar en él corriendo el riesgo de sufrir una traición que la destruiría o podía elegir la otra dirección, la de llamarlo mentiroso, marcharse y quedar a salvo para siempre de sus maquinaciones.

·¿Cómo puedo creerte cuando no has dejado de presumir de que no te detendrías ante nada para sacar lo nejor de mí? Si creo en tu inocencia después de esto…

Lo miró. Salvatore estaba pálido.

·Puedes pensar eso o puedes recordar algunas de as cosas que… últimamente… Bueno, cada uno recuerda lo que quiere.