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– Sigue -le dijo con dulzura.

– Un día en el que fue especialmente cruel comencé a llorar y no podía parar. Lo siguiente que sé es que perdí el bebé.

– Maria Vergine! -murmuró-Salvatore.

– Después de eso se imaginó que todo iría bien. Había logrado lo que quería y lo demás no le importaba. Cuando no volví con él me amenazó con demandarme, pero entonces una revista me dio una gran oportunidad y una agencia me contrató y me dijo que ellos se encargarían de todo. Así logré desvincularme del contrato. Recibí una llamada de Draker, estaba gritándome, insultándome, pero colgué y no volví a saber nada de él. Después de eso me concentré en mi carrera y en nada más. Tenía más trabajo del que podía abarcar. Siempre había hombres que querían salir conmigo y yo les dejaba, pero nunca consiguieron nada más.

Estaba muerta por dentro y lo único que podía sentir por ellos era desprecio. Hasta que te conocí no había estado con ningún hombre en la cama desde hacía años.

Salvatore quería decirle que parara, que no podía soportar seguir escuchando esa pesadilla, pero en el fondo sabía que lo peor de todo era que él se había comportado como todos esos hombres.

Era tan malo como cualquiera de ellos. No, peor, porque en todo momento había sentido que ella no era la mujer codiciosa que había pensado y aun así no había querido admitirlo. Y cuando su corazón había empezado a sentir algo por ella, se había apresurado a reprimirlo

– Y entonces llegó Antonio -dijo Helena-. Estaba enfrentándose solo al final de su vida y lo único que me pidió fue que estuviera con el. Sabía que yo tenía dinero y por eso jamás pensó que me casaba con el por su fortuna, confiaba en mí. Al principio sentía aprecio por él y fuimos uniéndonos más y más. Era yo lo que él quería… ¡y no mi cuerpo! Era el único hombre que había sentido eso por mí.

«Ya no es el único», pensó él, pero no se atrevió a decirlo.

– Deberías habérmelo contado hace mucho tiempo, pero claro, yo tampoco te lo pregunté, ¿verdad? Nunca he dicho nada que te haya animado a abrirte a mí como persona. Lo único en lo que pensaba era en lo mucho que te deseaba.

– Después de ese primer día estaba furiosa porque habías pensado lo peor de mí. Nunca se te pasó por la mente que yo pudiera haber querido a Antonio de verdad. Pronto descubrí que no sabías nada del amor porque no creías en él. ¿Puedo decirte algo que va a enfadarte mucho?

·Todo lo que quieras.

·Vine a Venecia con la clara intención de venderte Larezzo. Antonio me había dicho que me harías una oferta y se alegraba porque eso me daría más seguridad económica.

– Y yo lo estropeé todo con mi actitud. Todo es culpa mía -dijo avergonzado.

– Después de lo que me contó tu abuela, supongo que era inevitable -dijo acariciándole el pelo.

·¿Qué te ha dicho?

– Me habló de tu padre y de cómo le rompió el corazón a tu madre con otras mujeres.

– ¿Es eso lo único que te dijo?

·Y que tu madre murió repentinamente.

·Hay algo más que eso -dijo Salvatore suspirando. Cuando se quedó callado, ella se acercó más y le acarició la cara con ternura.

– ¿Quieres contármelo?

·¿Te contó mi abuela que se llevaba a casa a esas mujeres y que vivían con nosotros en zonas de la casa adonde no podíamos ir?

·Sí.

Mi madre se las encontraba a veces. Después se iba a su dormitorio y yo la oía llorar. Si intentaba abrir la puerta, siempre me la encontraba cerrada con llave. Quería consolarla, pero ella no me dejaba. Ahora sé que su dolor no tenía consuelo. Había una mujer a la que mi madre veía a menudo porque se paseaba por la casa siempre que quería. Lo hacía deliberadamente, no tengo duda. Quería que la viéramos. Le estaba diciendo a todo el mundo que ella sería la siguiente señora de la casa y mi madre captó el mensaje. Una noche yo estaba en la puerta de su dormitorio, pero no la oía llorar. No volvió a emitir ningún sonido. Se había suicidado. No he dejado de preguntarme si podría haber estado a tiempo de salvarla, pero eso nunca lo sabré.

Helena estaba demasiado impactada como para poder pronunciar palabras de aliento, por eso se limitó a abrazarlo, a acariciarle la cabeza como una madre haría con su hijo.

·¿Cuántos años tenías cuando sucedió?

·Quince.

– ¡Dios mío!

·Crecí odiando la ideal del amor porque había visto lo que podía hacer. Todas las mujeres, excepto mi madre, me parecían monstruos. Me sentía más seguro pensando eso. Me molestaba desearte tanto, todo lo que antes me había parecido importante había quedado relegado a un segundo plano y me pareció que empezaba a comportarme como mi padre. Me odiaba por eso y casi te odiaba a ti. Pero eso era entonces. ¿Y ahora?

– Ahora puedo decirte lo que juro que no le he dicho nunca a una mujer: te amo. Creí que jamás pronunciaría esas palabras porque estaba seguro de que no significarían nada para mí. No quería. El mundo me parecía más seguro sin amor. Me sentía más seguro. Siempre he estado buscando seguridad desde aquella noche en la que estuve esperando en la puerta de mi madre y mi mundo se derrumbó.

Para Helena resultaba incomprensible que ese hombre tan poderoso pudiera conocer lo que era el miedo, pero ahora lo entendía.

– Entonces no lo vi, pero ahora sí. Contigo encontré otro mundo, uno en el que había amor, pero no seguridad, y creo que por eso me enfrenté a ti desde el principio -sonriendo, añadió-: Tenía miedo. Ésa es otra cosa que nunca he dicho, pero ahora puedo hacerlo. Tú representabas lo desconocido y no tuve el valor de enfrentarme a ello hasta que me diste la mano y me enseñaste el camino. No puedo prometerte que vaya a resultarme fácil demostrarte mi amor porque es algo nuevo para mí y soy un ignorante en el tema, pero sí que puedo prometerte un amor fiel durante toda mi vida.

Helena no podía hablar, tenía lágrimas en los ojos.

·Y si no puedes amarme, entonces… bueno, supongo que tendré que ser paciente y convencerte poco a poco.

– No es necesario. Los dos hemos estado jugando, pero el juego ya se ha acabado. Te quiero y siempre te querré, en los buenos y en los malos momentos. Porque habrá malos momentos. Lo sé. Pero los superaremos siempre que estemos juntos.

Él asintió, le acarició la cara con dulzura y susurró:

·¿Cómo puedes amarme?

·Ni yo lo sé, no tiene explicación, pero las mejores cosas no la tienen.

– Después de todo lo que hecho, no te culparía si me odiaras.

·Deja que te lo demuestre.

Hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho, lenta y dulcemente, sin dejar de mirarse a los ojos, uniendo sus corazones y sus mentes. Con tiernos gestos ella lo reconfortó y llegó al corazón que Salvatore nunca le había mostrado a nadie.

Helena sabía que, si traicionaba su confianza, lo destrozaría para siempre, sabía que tenía el destino de ese hombre en sus manos y por eso se propuso que lo defendería con toda la fuerza de su amor.

Amor. Por primera vez el sonido de esa palabra no le resultó extraño.

Salvatore se despertó solo y en la oscuridad. Por un momento quiso llorar, desolado, pero entonces la vio, desnuda junto a la ventana.

– Creí que te habías alejado de mí -murmuró yendo hacia ella-. Podrías haber llamado por teléfono.

– Lo he hecho. He llamado a mis amigos de Inglaterra para decirles que he perdido el avión, pero que no se preocupen por nada. Tendré que ir allí para firmar el contrato, pero volveré pronto.

·¿Con una fortuna para gastarte en Larezzo?

·Así es.

– Ya que estamos hablando de negocios, tengo algo que proponerte. Te haré un préstamo libre de intereses y así tendrás todo el dinero que necesites para invertirlo en la fábrica.

·¿Así que libre de intereses? ¿Y qué sacarás tú a cambio?