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– Es un hombre muy duro -dijo-. Siempre fui la oveja negra de la familia y no le gustaba.

– Pero le sacas más de veinte años -señaló ella-. ¿No debería ser al revés?

– ¡ Ojalá! -exclamó Antonio-. Pero yo preferí dejar que mi administrador dirigiera la fábrica para poder disfrutar la vida.

– ¿Y Salvatore no disfruta de su vida?

– Bueno… eso depende de lo que entiendas por disfrute. Ha podido tener a todas las mujeres que quisiera, pero lo primero siempre ha sido dirigir su negocio. Es un poco puritano, algo raro para un veneciano. Solemos pensar más en disfrutar del presente que en lo que pueda suceder mañana, pero Salvatore no. Debe de tener algo que ver con su padre, mi primo Giorgio, un hombre que de verdad sabía cómo pasárselo bien. Tal vez él se pasó y estuvo con demasiadas mujeres. Sin duda, su pobre esposa lo pensaba. Salvatore también se da sus placeres, pero es más discreto, y a ninguna mujer se le permite entrometerse en su vida. Todo el mundo le tiene miedo, incluso yo. Venecia no era lo suficientemente grande para los dos, por eso me marché, recorrí el mundo, fui a Inglaterra, te conocí y he sido feliz desde entonces.

La fotografía de Salvatore mostraba que era guapo, con un rostro demasiado severo y un aire misterioso que, según le había dicho Antonio, atraía a las mujeres.

– Todas piensan que ellas serán las que lo ablanden, pero ninguna lo ha hecho hasta el momento. Sigo queriendo llevarte a Venecia para que lo conozcas, pero no me atrevo. Eres tan bella que intentaría conquistarte en cuanto te viera.

– Pues- entonces estaría perdiendo el tiempo -le había dicho Helena riendo-. Hagamos ese viaje. Me gustaría conocer Venecia.

Ahora por fin estaba viéndola, aunque no del modo que había esperado.

– Deberíamos haber venido juntos -le dijo a Antonio, y con esas palabras se despertó.

Al principio no sabía dónde estaba. Después vio el alto techo pintado, elaboradamente decorado con querubines y el exótico mobiliario que bien podría haber salido del siglo xvm. Al salir de la cama, se puso una bata, abrió la ventana y al instante se vio bañada por una deslumbrante luz.

Fue como entrar en un nuevo universo, brillante, mágico, que la dejó embelesada. El agua que fluía delante del edificio estaba repleta de barcas. Los embarcaderos estaban abarrotados de gente y allí donde mirara había actividad.

Una ducha la devolvió por completo a la vida y ya estuvo lista para salir y explorarlo todo. Eligió una ropa elegante, pero funcional, teniendo especial cuidado a la hora de seleccionar los zapatos.

– Las piedras de Venecia son las más duras del mundo -le había dicho Antonio-. Si vas a caminar, y eso tienes que hacerlo porque no hay coches, no lleves tacones.

Para calmar al fastidioso fantasma de Antonio, se decantó por un par de zapatos planos que quedaban bien con los pantalones de cadera baja rojo vino y la blusa blanca. Peinó su maravilloso cabello hacia atrás haciendo que le cayera por la espalda. Después se levantó y se puso ante el espejo para dirigirse una mirada crítica.

Arreglada, ligeramente solemne, nada que acaparara la atención de los demás. Bien.

Desayunar en su habitación sería demasiado aburrido, de modo que bajó al restaurante para darse un banquete.

Ese era uno de los placeres de su vida, podía comer lo que quisiera sin engordar. Después de disfrutar al máximo, fue hacia el mostrador de información y pidió unos panfletos con información sobre la ciudad. Los asuntos serios podían esperar mientras se divertía un poco. El joven que había tras el mostrador le preguntó muy educadamente si había ido a Venecia por alguna razón en especial.

– Me interesa el cristal y creo que aquí hay varias fábricas.

– Están en la isla de Murano. El cristal de Murano es el más fino del mundo.

– Eso he oído. Creo que la fábrica mejor considerada es la Larezzo.

·Unos dicen que es ésa y otros dicen que Perroni es la mejor. Son prácticamente iguales. Si le interesa ver cómo se trabaja el cristal, hoy hay una excursión hacia Larezzo.

·Gracias, me gustaría ir.

Una hora después una gran lancha motora se detuvo junto al embarcadero del hotel y Helena subió a bordo acompañada por otras cinco personas. Allí ya había diez turistas más y el conductor anunció que ésa había sido la última parada y que ahora se dirigirían hacia Murano.

– En un tiempo las fábricas estuvieron en Venecia -le había dicho Antonio-, pero los mandatarios de la ciudad temían que pudiera haber un incendio en una de esas fundiciones que consumiera la ciudad entera. Por eso, en el siglo xm llevaron las fábricas de cristal a Murano.

Y allí habían estado desde entonces, dominando el arte con sus inventivas técnicas y la incomparable belleza de sus creaciones.

Ahora Helena iba en la lancha, llena de curiosidad por lo que descubriría y deleitándose con la sensación de notar el viento contra su piel. Sí, tenía mucho sentido inspeccionar la propiedad de incógnito antes de enfrentarse a Salvatore, pero Helena sabía que en el fondo simplemente estaba disfrutando de ese momento.

Llegaron al cabo de quince minutos.

Jamás había estado en un sitio parecido. La exposición de los objetos de cristal acabados ya era lo suficientemente encantadora, pero detrás de todo eso estaba el secreto de cómo se creaban esas maravillas. Los hornos, los diseñadores, los jarrones soplados a mano… todo la dejó embelesada.

Se situó a un lado de la multitud y se alejó de ellos disimuladamente; ahora estaba sola y podía pararse a como en otro universo, uno donde el arte más deslumbrante se practicaba con una habilidad casi natural.

Finalmente pensó que debía reunirse con el grupo. Estaba abajo, en las escaleras, y para llegar hasta ellos tenía que pasar por delante de una puerta.

La puerta estaba entreabierta y pudo ver a un hombre hablando por teléfono con un tono agresivo y enfadado. Pasó por delante sin que la vieran y habría comenzado a bajar las escaleras si no se hubiera detenido en seco al oír su propio nombre.

– Signora Helena Veretti, supongo que es así como debemos llamarla, por mucho que me cueste aceptarlo.

Lentamente retrocedió hasta que pudo volver a ver al hombre. Estaba de espaldas a ella, pero de pronto se volvió y le hizo dar un brusco salto hacia atrás.

Salvatore Veretti… Podía equivocarse, ya que sólo lo había visto en una vieja fotografía.

Pero en lo que no se equivocaba era en lo que estaba oyendo.

·No sé por qué aún no ha llegado. He venido a Larezzo para preguntar si alguno de los empleados sabe algo de ella, pero todos juran que no ha estado por aquí.

Ahora se alegraba de haber aprendido el dialecto veneciano ya que sin él no habría entendido ni una palabra.

·No me preguntes qué le ha pasado a esa estúpida, aunque tampoco importaría si no fuera porque no me gusta que me hagan esperar. Cuando llegue, estaré listo. Sé qué esperar, una señorita astuta y aprovechada que se casó con Antonio para echarle mano a su dinero. A él pudo engañarlo, pero a mí no me engañará. Si cree que va a hacerse con el control aquí, está equivocada. Y si cree que no sé qué clase de persona es, está más equivocada todavía.

Hubo una pausa durante la cual Helena entendió que al otro lado de la línea alguien intentaba hablar también… aunque no logró hacerlo por mucho tiempo.

– No es problema. No sabrá lo que vale Larezzo y aceptará cualquier cosa que le ofrezca. Si no, si está tan loca como para quedarse con la fábrica, entonces la presionaré y acabaré comprándosela por una miseria. Sí, eso es jugar sucio, ¿y qué? Es el modo de obtener resultados y éste es el resultado que estoy empeñado a conseguir. Luego te llamo

Helena se alejó rápidamente y bajó las escaleras corriendo para reunirse con su grupo. Ahora se sentía furiosa.