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Al ir a buscarla, Salvatore la encontró delante de la fotografía, tan perdida en ella que ni siquiera lo oyó. Desde ese ángulo podía ver el cariño con que la estaba mirando, la ternura de su sonrisa. La vio llevarse los dedos a los labios y lanzarle un beso y en ese momento Helena pareció darse cuenta de su presencia.

– Mírale los ojos -dijo señalando la fotografía-. Era un verdadero truhán, ¿verdad?

– Lo fue en su juventud. ¿Y cuando lo conociste?

– Bueno… -dijo mientras pensaba en la fragilidad de Antonio y en su encantadora actitud que tanto la hacía reír. Sonrió al recordar esos maravillosos momentos.

Salvatore, que la miraba fijamente, vio lo que se había esperado. Ella había seducido a Antonio y lo había agotado hasta que encontró su inevitable final. No podía olvidar que esa mujer era una seductora experimentada, y la sonrisa que estaba viendo en ella se lo decía todo.

Helena siguió avanzando por la galería y él se la quedó mirando, se fijó en esa sugerente forma de caminar, en ese contoneo de su cuerpo que podía llevar a un hombre a la distracción.

O a la muerte, incluso.

Se situó junto a ella, que se había detenido frente a una fotografía de boda.

– Mis padres.

Fue la novia la que despertó la atención de Helena; joven, hermosa, rebosante de felicidad y amor y sin poder apartar la mirada de su esposo. No había duda de que el hombre era el padre de Salvatore, aunque había algo que no encajaba. Sus rasgos eran similares, pero a él le faltaba la intensidad de su hijo, esa intensidad que siempre haría que Salvatore destacara en el mundo.

Al lado había más fotografías de la familia.

– Ahí está Antonio -dijo Helena-. ¿Quién es la mujer que está sentada a su lado?

– Es mi madre.

– ¿Qué? ¿Pero si…?

Impactada, siguió mirando la foto sin poder creer que esa mujer de mediana edad fuera la esplendorosa novia de la fotografía anterior. Estaba demasiado delgada y se la veía tensa. Estaba detrás de un joven Salvatore, al que agarraba posesivamente por el hombro como si él fuera lo único que tuviera.

Miró a las dos fotos, horrorizada.

– ¿Cómo sucedió? ¡Está tan cambiada!

– La gente cambia con el paso del tiempo.

·Pero no podían haber pasado tantos años desde la boda y parece como si hubiera vivido una espantosa tragedia.

·Mi madre se tomaba sus responsabilidades muy en serio, no sólo en casa, sino en las muchas causas benéficas que apoyaba.

Pero Helena no quedó convencida con la respuesta; tenía que ser algo más que el paso de los años, aunque sabía que no tenía derecho a seguir preguntando. Le echo un último vistazo a la imagen.

Pobre mujer -suspiró-. ¡Parece tan triste!

Sí -dijo él en voz baja-. Lo era. ¿Seguimos?

Fue casi una sorpresa descubrir que aún tenían comida en la mesa. Tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo y es que, en realidad, habían sucedido muchas cosas. Se habían enfrentado el uno al otro guiados por la desconfianza y la aversión, pero la atracción física que había surgido entre los dos era innegable. Inesperada y no deseada, pero innegable, y los había atrapado a ambos.

Helena se obligó a no pensar en ello porque estaba viendo que sus sentidos estaban recobrando la vida que habían perdido hacía años. Se mantuvo fría y así se sentó lanzándole a Salvatore una sonrisa que bien podría haber sido un misil.

Ahora voy a terminarme esta tarta. Es deliciosa.

¿Quieres un café?

– ¡Me encantaría!

Los dos ya se habían situado de nuevo detrás de sus barrricadas, estaban alertas, armados, preparados para lquier cosa.

– Bueno, entonces, ¿vas a hacerme esperar para la fábrica?

– Eso por lo menos, aunque lo más probable es que nunca la consigas.

·¿No estarás pensando en serio en quedártela? -le preguntó con un tono de incredulidad que la irritó.

·¿No es eso lo que he estado diciendo todo el tiempo? ¿O es que no me has escuchado?

·No me lo he tomado en serio. Estabas enfadada conmigo, tal vez con razón, pero ya te has divertido y ahora ha llegado el momento de ser realistas.

– Tienes razón, así que escúchame. No tengo la inción de vender. ¿Por qué iba a hacerlo?

Porque no sabes nada sobre el negocio -respondió él exasperado-. Ninguna mujer conoce el negocio de verdad.

·No puedo creer lo que he oído. Ya estamos en el siglo xxi

·Si estás pensando en dirigir la fábrica, adelante. Pero en poco tiempo te verás arruinada y caerás en mis manos

– Está claro que no voy a dirigirla yo. Antonio me dijo que el supervisor es excelente. Y no cuentes con que vas a obligarme a vender porque no puedes hacerlo.

·Creo que acabarás viendo que sí puedo. Tengo unos cuantos ases en la manga.

·Seguro que sí, pero yo también tengo algunos. Salvatore sonrió y alzó su copa.

·Por nuestro enfrentamiento. Esperemos que los dos lo disfrutemos por igual.

·Oh, yo tengo intención de hacerlo -dijo Helena mientras brindaba con él.

Él comenzó a reírse, sorprendiéndola con un tono que resultó verdaderamente cálido, incluso encantador. Sin embargo, Helena se apresuró a decirse que eso no sería más que otro de sus trucos.

·Esta noche hemos hecho un largo y tortuoso viaje. ¿Cuándo dos personas han aprendido tanto el uno del otro en tan poco tiempo y, a la vez, siguen sin saber nada?

– Nada -repitió ella-. Es verdad, pero no seremos tan tontos como para olvidarlo¿verdad?

– No,si es posible,aunque el peligro de las ilusiones es que parecen muy reales,sobre todo las mejores,las más deseables.

Ella asintió.

– Después conspiraremos contra nosotros mismos al creer lo que deseamos creer,al convencernos de que la ilusión es la realidad y que la realidad es la ilusión. ¿Y cómo lo podemos saber?

– Es fácil. Lo sabemos cuando es demasiado tarde.

Sí -susurró ella-. Eso es verdad.

Salvatore estaba a punto de responder, pero algo que vio en ella le dejó en silencio. Ella estaba mirando a lo lejos y él tuvo la sensación de que ni siquiera lo veía, que ni sabía que estaba ahí.

– ¿Qué sucede? Dime algo, Helena.

Pero siguió callada,perdida en un mundo en el que él no podía entrar.

Capítulo 4

HELENA estaba en otro lugar inmersa en cientos de nuevas impresiones. La más desconcertante era el modo en que Salvatore y ella estaban hablando, como si sus pensamientos tuvieran una instintiva conexión. Era imposible, pero Salvatore sabía lo que estaba pensando y eso sólo le había sucedido con Antonio.

No duraría mucho. Seguían siendo enemigos, aunque por un momento Helena se adentró en un mundo en el que los enemigos se unían en una extraña alianza.

Después la niebla se disipó y salió de ese mundo.

– Es hora de marcharme -dijo ella lentamente-. ¿Puedes llamar a tu gondolero?

– Si quieres, sí, pero preferiría acompañarte al hotel.

– Está bien. Gracias.

Salvatore agarró su chal y se lo echó delicadamente sobre los hombros. Ella se preparó para sentir sus dedos contra su piel, pero eso no sucedió. Deliberadamente o no, él le echó la seda por encima sin tocarla.

Salieron del palacio por una puerta lateral que conducía directamente a un diminuto callejón.

– ¿Dónde estamos? Estoy perdida.

– No estamos lejos del hotel. Antes has venido recorriendo la larga curva del canal, pero por aquí atajaremos. ¿No te contó Antonio cómo engañan las distancias en Venecia?

Él le había puesto una mano sobre el hombro para guiarla por la oscuridad y, mientras, ella se sentía segura.

– No me lo contó todo.

– Me alegro. Me alegro mucho -y tras un instante, le preguntó-: ¿Qué te contó de mí?