– ¡Ah, sí! -dijo Léger-, perdóneme, la había olvidado.
Miqueut prosiguió:
"…tenemos el honor de informarles que…"
– ¡Bien! -aprobó-, comprendió la fórmula. En el fondo, su primera redacción podía andar… la restablecerá, no es cierto…
"…de informarles que nos proponemos proceder próximamente a ensayos sobre vesículas de vidrio en las condiciones normales de utilización. Quedaríamos reconocidos si tuvieran a bien hacernos saber…"
– No, no es cierto, en suma, dependen más o menos de nosotros y no vamos a ser demasiado… eh… obsequiosos, no… en fin, se da cuenta, no es la palabra… se da cuenta, ¿eh?
– Sí… -respondió Léger.
– ¿Pondrá otra cosa, eh? confío en usted… Ponga: "le rogamos"… o… en fin, usted verá…
"…tuvieran a bien hacernos saber…"
– Vamos, usted arreglará eso, ¿eh?
"…si le será posible participar en esta reunión en la cual tomarán parte igualmente S. Em. el cardenal Baudrillon, el señor Director del Látex y de Comunicaciones del Ministerio Central de Turberas y Vías de Agua, y el señor Inspector de Juegos Inocentes del Departamento del Sena. Le rogamos hacernos saber…"
– Van a ser dos "le rogamos", si se cambia la frase precedente -señaló Léger, que tenía un ojo de lince.
– En fin… eh… arreglará eso, no es cierto, le tengo confianza…
"…de hacernos saber lo más pronto posible si podrá asistir"…
– ¡Ah! no -protestó Miqueut-, su redacción no es buena…
Armándose de un lapicito directoral -de una marca reservada a los Cuadros del Consortium-, escribió entrelineas, con caracteres concisos:
"…de hacernos saber con toda urgencia" -no es cierto- "si le será posible asistir"…
– Comprende, así, en suma, es más… en fin, usted comprenderá…
– Sí, señor -dijo Léger.
– En fin -concluyó Miqueut recorriendo rápidamente con la mirada el final de la carta-, su carta está totalmente bien aparte de eso… Veamos las otras…
El timbre del teléfono interno llamó, interrumpiéndolo de pronto.
– ¡Ah! llama -dijo con un gesto de fastidio.
Descolgó.
– ¿Hola? ¡Sí! ¡Buen día apreciado amigo!… ¿Enseguida? ¡Bueno! ¡Bajo!
– Me llaman para la malilla -dijo con un gesto de excusa-. Veré el resto más tarde…
– Muy bien, señor -respondió Léger, que salió y cerró la puerta…
Capítulo IV
Los servicios del Sub-Ingeniero principal Miqueut se agrupaban en el último piso del edificio ocupado por el conjunto del Consortium. Un corredor central servía para un cierto número de escritorios que se comunicaban entre sí por una serie de puertas interiores. En el centro de gravedad reinaba Léon-Charles, encuadrado por René Vidal a la derecha y Emmanuel Pigeon del otro lado. Al costado del escritorio de Vidal, se encontraba el de Victor Léger que lo compartía con Henri Levadoux. Pigeon tenía frente a frente a Adolphe Troude y Jacques Marion ocupaba al lado de ellos un escritorio situado en el extremo del corredor. Enfrente estaban los escritorios de las secretarias y la cabina telefónica.
Léger salió por el escritorio de Vidal.
– ¡Bajó! -exclamó al pasar.
Vidal ya había oído bajar a Miqueut, detenerse para orinar en los lavatorios, lo que hacía inmutablemente cada vez que dejaba su escritorio, y tomar la escalera. Pigeon, de oído fino, juntó a los otros dos y Levadoux vino a completar la asamblea.
Se reencontraban en lo de Vidal cuando el Sub-Ingeniero principal bajaba a discutir con Toucheboeuf con quien tenía reunión.
Por lo común, Adolphe Troude se quedaba en su escritorio y cubría innumerables hojas de borradores que provenían de viejos Nothons anulados, con una secuela de signos comparables a la elucubración de un himenóptero analfabeto y dipsómano.
Marion dormía con el mentón cómodamente apoyado en la extremidad de una regla de peral bifurcado. Acababa de casarse; esto parecía no resultarle. Es verdad que había estado mucho tiempo en el ejército antes de entrar al C.N.U. y estos golpes conjugados podían tener efectos.
– Señores -declaró Pigeon-, nuestros precedentes acuerdos nos han aportado preciosas referencias sobre los comportamientos del Sub-Ingeniero principal Miqueut. Para resumir, aquí está lo que ya sabemos, gracias a nuestras observaciones personales: a) Dice "al placer" [6] por teléfono;
b) Emplea a menudo la expresión tan conocida: "con respecto a eso que";
c) Se rasca los alrededores de la bragueta;
d) Sólo deja de rascarse para comerse las uñas.
– Estamos de acuerdo -respondió Vidal.
– Mis cogitaciones recientes -continuó Pigeon- me incitan por el contrario a afirmar que no estamos de acuerdo sobre el último punto:
– No se come las uñas.
– ¡Siempre está chupándose los dedos! -protestó Léger.
– Sí -respondió firmemente Pigeon-, después de habérselos metido en la nariz. El processus es el siguiente: se rasca los dientes con las uñas, para afilar éstas después las introduce en la nariz y las retira de nuevo con su cargamento. Alisa su bigote por medio de la baba que cubre la extremidad de las falanges y saborea por fin el fruto de sus búsquedas.
– ¡Aprobado! -dijo Levadoux-. Nada que agregar. Nada por el momento.
– ¡Aunque -concluyó Vidal-, lo que uno puede aburrirse!
– ¡Es la locura, lo que uno se aburre! -aprobó Pigeon.
– ¡Se estaría tan bien afuera! -dijo Levadoux, y esta original observación hizo pasar por el fondo de sus ojos de topacio quemado una nube de nostalgia galopante.
– Yo -dijo Léger- no me aburro. Por el contrario acabo de darme cuenta gracias a un cálculo de los más astutos que he leído en un Boletín de los aseguradores de consejos heréticos de Francia que ya he sobrepasado la mitad de mi existencia normal. Lo más duro está hecho.
Bajo esta noción consoladora, se separaron entonces. Pigeon volvió a su escritorio para hacer una suma, Victor se remitió al estudio del inglés y Levadoux al Cépéha, un examen muy difícil que presentaba a fin de año. Pensaba, en efecto, abandonar el C.N.U. y el diploma del Cépéha le sería extremadamente útil para volver más tarde.
René Vidal se dedicó a copiar algunas partituras. Tocaba la trompeta armónica en la orquesta de jazz aficionada de Claude Abadie y eso le llevaba mucho tiempo.
Accesoriamente, todos redactaban proyectos de Nothons de los cuales el Sub-Ingeniero principal Miqueut, grandeza de alma sin igual, asumía la entera responsabilidad cuando estaban terminados.
Capítulo V
Al volver a quedar solo en su escritorio, René Vidal volvió a su trabajo del momento, que consistía en la perforación de un cierto número de hojitas destinadas a recibir sus anotaciones personales.
Apenas llevaba diez minutos haciendo agujeros cuando el chirrido del teléfono interior resonó.
Descolgó.
– ¿Hola? ¿Señor Vidal? Aquí la señorita Alliage.
– Buenos días, señorita -dijo Vidal.
– Buenos días, señor. Señor, aquí hay un visitante que quisiera ver al señor Miqueut.
– ¿Por qué asunto? -preguntó Vidal.
– Un asunto de guantes blancos, pero su conversación es difícil de seguir.
– ¿De guantes blancos? -murmuró Vidal-. ¿Es cuero o tejido?… Entonces es para mí. Hágalo subir, señorita. Voy a recibirlo yo porque el señor Miqueut está en reunión. ¿Cómo se llama?
– Es el señor Tambretambre, señor. Entonces, se lo envío.
– Eso es.
Vidal volvió a colgar.
– Basta, muchachos -dijo entreabriendo la puerta de Léger y Levadoux-. Tengo un visitante.
– ¡Diviértase! -dijo Léger con desdén y, sin transición se puso a declamar: "My tailor is rich", la primera lección de su método.