Выбрать главу

Lo cual implicaba que Paloma no podía vivir cerca de la casa de Quin. Bliss se preguntó entonces cuál era el verdadero motivo por el cual Quin decidió ir a Machu Picchu ahora… ¿o acaso esa fue siempre su intención? Sin embargo, él no se lo mencionó la noche anterior cuando ella le anunció que iría a visitar las ruinas. Tal vez, como todo el mundo, no podía trabajar sin descansar, y Quin había decidido matar su tiempo libre… y quizá al mismo tiempo perder algo de la soledad en su corazón en ese lugar tan popular. Bliss frunció el ceño cuando otra cosa se le ocurrió.

– ¿Qué te pasa, Bliss -preguntó Quin de pronto y la chica se dio cuenta de que la había sorprendido en el momento en que no estaba muy contenta con lo que creía que eran las razones de Quin para hacerle compañía.

– Me preguntaba… -apartó la vista de las cristalinas aguas de un río junto al cual viajaban-. ¿Cómo se llama ese río? -explicó, pues su orgullo decretó que no le revelara la verdad… que ella aún no había dilucidado.

– Es el río Urubamba -le informó, mirándola con fijeza.

Bliss siguió contemplando el escenario desde la ventana, intrigada de nuevo por la súbita perversidad de su naturaleza. Estaba segura de que le importaba un comino que Quin la usara como la compañera sustituta de la mujer a quien amaba… una sustituta muy mediocre, se dijo Bliss, puesto que ni siquiera existía una amistad entre ambos.

Bliss se percató de que era algo más que perversidad. ¿Por qué tenía ella que sentirse molesta, ella, quien tenía una reputación de ser muy quisquillosa con los hombres? Debía ser muy orgullosa para que el hecho de ser usada como sustituta la irritara tanto. Y no pudo analizar por qué… cuando ella solía ser muy compasiva con el sufrimiento del prójimo.

Decidió que no tenía tiempo para analizarse, y no veía por qué tendría siquiera de tratar de hacerlo. Estaba en Perú y debía disfrutar de todos los momentos del viaje. Pronto volvería a Inglaterra… cada segundo era un tesoro.

Estaban cruzando un pueblo pequeño. Bliss permitió que su curiosidad despertara y le preguntó a su compañero:

– ¿Puedes decirme lo que significa ese largo poste que parece tener una flor al final?

– Es una señal, para todo aquel que esté interesado, de que el dueño del establecimiento vende chicha -comentó con naturalidad y Bliss no vio nada en su agradable expresión que revelara que estaba muy dolido.

– ¿Chicha? -preguntó. Trató de conservar su voz neutral, porque de pronto la invadió una sensación de suavidad por él.

– Una bebida alcohólica hecha en casa.

Bliss sonrió y siguió viendo por la ventana.

Superó su momento de suavidad y se preguntó qué se posesionó de ella. En ese preciso instante, el autobús se detuvo. Toda la gente empezó a salir. Debía de ser una especie de terminal.

– ¿En dónde estamos? -trató de mantenerse cerca de Quin cuando todas las personas que tenían aspecto de turistas fueron asediadas por comerciantes que intentaban vender sus artesanías de vivos colores.

– En Ollantaytambo…

– ¿Has oído hablar de este lugar?

– Es uno de los lugares de mi lista para visitar -su entusiasmo afloró al recordar las lecturas que había hecho sobre el pueblo, en el cual aún había muchos habitantes y cuyas casas y calles estaban preservadas e idénticas a como los incas las abandonaron cuando huyeron de los españoles.

– Me temo que ahora no hay tiempo -advirtió Quin como si ya reconociera el ansia que iluminó de pronto los ojos de la chica-. Dentro de poco tomaremos el tren a Machu Picchu.

– Entonces vendré mañana -sonrió Bliss, animada Se prometió que al día siguiente iría a Ollantaytambo, vería la ciudad, las espectaculares terrazas agrícolas sobre las que tanto leyó y el puesto de observación que parecía haber sido construido en medio de una montaña En un gesto impulsivo, le compró a una mujer un adorno para colgar en la pared.

– ¿Qué harás con eso? -bromeó Quin cuando se dirigieron a la estación de tren.

Bliss no estaba muy segura. Su cuarto en Inglaterra estaba decorado en tonos pastel, y el rojo, el amarillo y el morado del adorno desentonarían de inmediato.

– Ya se me ocurrirá algo -rió y lo dobló con mucho cuidado para meterlo en su enorme bolsa de lona.

– Es una bolsa demasiado grande para una mujer tan pequeña como tú -observó Quin.

¿Pequeña? Bliss medía uno setenta sin tacones.

– Dentro tengo mi comida -explicó, a la defensiva.

– ¡Ah! -exclamó él y Bliss tuvo que volver a reír. Fue obvio, por la expresión de Quin, que él no pensó en llevar comida.

El tren, con sus vagones pintados de naranja y amarillo, llegó a la estación y ambos entraron en uno de los compartimentos. Los asientos sólo estaban colocados en una dirección, como si fuera un autobús. Y Bliss no objetó cuando Quin se sentó a su lado.

Charlaron de manera amena mientras esperaban que el tren iniciara el viaje. Al mediodía, el tren se puso en marcha y Quin guardó silencio adivinando que Bliss no quería perderse de ningún detalle.

Media hora después, Bliss notó que la vegetación estaba cambiando.

– Hay más árboles aquí -le comentó a Quin.

– Aquí empieza la selva tropical -explicó él y Bliss volvió a prestar atención a la ventana.

Desvió la mirada al otro lado del vagón y se dio cuenta de que el río Urubamba estaba lleno de espuma, debido a que cruzaba un terreno accidentado. Después de chapotear entre las rocas, volvió a fluir y Bliss también se relajó y se dejó absorber de nuevo por lo que la rodeaba.

Le pareció increíble, pues Quin escogió ese preciso momento para iniciar la charla otra vez, como si le leyera la mente y supiera que estaba de humor para charlar.

– Supongo que este no es tu primer viaje al extranjero.

– No lo es, pero nunca había viajado tan lejos -señaló la chica.

– Es evidente que hasta ahora has gozado de todo lo que has visto.

– Tal vez es hora de que sea más mundana -estaba muy a gusto con su personalidad, pero también era consciente de que Quin era muy elegante. Y apostaba a que Paloma Oreja también lo era.

Pensaba que en realidad, no quería parecerse a Paloma Oreja, cuando Quin la sorprendió mucho y la complació al comentarle, mientras observaba su rostro muy poco maquillado:

– Parte de tu encanto, Bliss, es precisamente tu forma de ser.

– ¿De veras? -preguntó con cautela, pues no estaba segura de que no intentaba molestarla al hacer semejante comentario.

– Créemelo -parecía sincero y le ofreció su deslumbrante sonrisa. Bliss de pronto halló algo de gran interés que observó con detenimiento, para así poder desviar la mirada y no seguir viéndolo a él.

A la una y media, Quin se levantó y regresó con un paquete de emparedados y un par de refrescos. Bliss tuvo que sonreír. Tal vez él había olvidado llevar su comida desde el hotel, mas por nada del mundo pensaba morirse de hambre. Ella recibió uno de los refrescos y sacó de su bolsa lo que le habían preparado en el hotel.

Era la primera vez que comía en un tren y lo disfrutó mucho.

– Iré al tocador -le anunció a Quin. Este se puso de pie para dejarla pasar, y cuando Bliss le rozó el pecho con el hombro, se percató de que sí debía parecerle pequeña a un hombre tan alto como él.

Se alegró de poder estirar las piernas. Al volver a su asiento descubrió que ya faltaba poco para llegar. El tren pasó por dos túneles y justo a las dos y diez llegó a la estación de Machu Picchu.