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Bliss supo, en el momento en que pronunció la palabra “Cuzco”, que Quin adivinó con rapidez de qué se trataba toda la situación. De pronto, se quedó inmóvil, a la expectativa. La miró con detenimiento durante unos minutos.

– ¿A Cuzco? -repitió.

Bliss decidió que le haría las cosas más difíciles y que le aclararía que ya estaba al tanto de todo.

– Para ser más precisa, a un lugar llamado Jahara -observó con voz helada-. Tengo una hermana que vive allá -le informó-. La llamé hace poco -vio que los ojos de Quin se entrecerraban, pero de todos modos le fue imposible saber qué pensaba. Bliss ya no podía controlarse más, aunque logró añadir con profunda acidez-: Dada la gravedad de la enfermedad de su suegra, me sorprendió enterarme de que había regresado de Francia más pronto de lo que supuse.

Transcurrieron largos segundos mientras los dos se miraban. Quin aún tenía una expresión insondable. Por fin, cuando pareció que una eternidad transcurrió, dijo:

– Parece que… debo… darte una explicación.

“Y no puedes ser más magnánimo”, pensó Bliss. Su furia, a pesar de la facilidad con la que Quin la debilitaba, despertó de nuevo. Sus ojos verdes lanzaron chispas de rabia cuando lo encaró.

– ¿Qué diablos te hace siquiera suponer que estoy interesada en lo que tengas que decir? -explotó.

– No hay ningún motivo para que lo estés -concedió él con la mandíbula apretada-. Pero créeme que no irás a ninguna parte hasta que me hayas escuchado -declaró y Bliss se quedó pasmada. Abrió la boca para informarle de su opinión, a pesar de que el tono de Quin no admitía réplica. Sin embargo, se tardó demasiado, pues el peruano prosiguió, en tono orgulloso-. Señorita, me haría un gran favor si se reuniera conmigo en el cuarto de estar.

Con eso, se volvió y se fue. Bliss se quedó incrédula y se preguntó cómo, de pronto, parecía que ella era la culpable de lo que pasaba.

Capítulo 9

Bliss permaneció parada durante dos minutos enteros, segura de que primero vería a Quin Quintero en el infierno, antes que dar un solo paso que “le hiciera el favor de reunirse con él en el cuarto de estar”.

Estaba furiosa de que se atreviera a insinuar siquiera que ella estaba equivocada, cuando él era quien con toda probabilidad había mentido desde hacía mucho tiempo. Tal vez antes de ir a Cuzco, pues recordó que fue en Cuzco donde Quin le contó esa mentira de que Erith y su esposo tuvieron que marcharse precipitadamente a Francia.

Pasaron otros sesenta segundos sin que su rabia disminuyera. La chica se dijo que tal vez era mejor ver al señor Quintero durante unos minutos, para decirle exactamente lo que pensaba y para que él se diera cuenta de quién tenía la culpa.

Ese hombre la había hecho quedar en ridículo, la engañó. Aún no sabía el motivo, pero dudaba mucho de que existiera una explicación que… Se interrumpió al recordar que él, reacio, confesó que tenía que darle una explicación. Bliss se acercó a la puerta, sin querer.

Se volvió a detener. Supuso que ya era algo que ese arrogante hombre quisiera explicar lo sucedido. Bliss se acercó a la puerta, que todavía estaba abierta.

Al demonio con todo; de pronto se irritó y, aunque estaba segura de que Quin no podría hacerla quedarse a la fuerza en esa casa, a pesar de haberle advertido que ella no se iría sino hasta que lo escuchara, de todos modos Bliss fue al cuarto de estar.

Entró con enfado. Quin estaba de pie, viendo la puerta. Por un instante, la chica pensó que estaba muy tenso. Pero canceló muy pronto esa idea al darse cuenta de que se sentía nerviosa por dentro y de que él estaba sereno y ecuánime.

– Ven y toma asiento -indicó él con naturalidad, señalando uno de los dos sillones de la habitación.

Bliss no le dio las gracias. De nuevo, sus piernas se habían convertido en gelatina. Alzó la cabeza y se acercó a un acojinado sillón. Sin prisa y con un ademán elegante, se sentó. Notó al pasar que la bandeja de té ya no estaba en la mesita.

Con la espalda derecha, alzó la cabeza y miró al hombre alto y de ojos grises que la contemplaba con detenimiento.

– Te agradecería que fueras breve -advirtió-. Me gustaría irme en los próximos diez minutos.

– Lo que tengo que decirte puede tardar más de diez minutos -replicó Quin de modo tan cortante que Bliss, quien se preguntó qué rayos le podía contar él que tardara más de eso, se percató en ese instante que ella ya no le agradaba a ese hombre.

“Si es que alguna vez le gusté”, se dijo. ¿Cómo podía un hombre sentir tanto desprecio por una mujer para mentirle en la forma en que Quin lo hizo… y al mismo tiempo sentirse atraído por ella?

– En ese caso, como no quiero sufrir mañana de una tortícolis, ¿te importaría mucho sentarte, o prefieres que yo me ponga de pie? -preguntó, asombrada al ver lo buena actriz que era al sentirse herida en su orgullo.

No tuvo necesidad de ello, puesto que Quin se acercó. Aunque la mirara como diciéndole que ella, en ese momento y con su actitud altiva, no era si persona favorita, tomó asiento en el sillón de enfrente.

Se reclinó en el respaldo, relajado, y después de una breve pausa la observó y expresó con brusquedad:

– Te debo una disculpa.

Si así lo decía, Bliss pensó que no era una buena disculpa. Claro, su tono pudo ser cortante porque él estaba nervioso, pero Bliss estaba segura de que no era, el caso. Además, nunca le pareció que Quin fuera un hombre que se humillara para pedir perdón. Así que se dio cuenta de que esa disculpa brusca y directa sería lo único que recibiría.

– Bueno, pues te felicito -replicó con acidez-. Al parecer, debo estar contenta de que estés de acuerdo en que tú fuiste quien tuvo la culpa, ¿verdad?

– Tú nunca tuviste la culpa de nada, Bliss -la sorprendió al hacer esa repentina declaración y su tono de voz fue mucho más cálido que antes. La joven fue invadida por la debilidad de inmediato.

– Bueno, entonces soy un ángel -explotó con furia, molesta de que él pudiera enervarla tanto con sólo cambiar de tono-. ¿Por qué mentir entonces?

– Porque… -se interrumpió y, aunque Bliss no lo creía, habría podido jurar que sí estaba nervioso. Sin embargo, supo que fue una impresión errónea cuando, segundos después, él añadió con calma-: Estabas enferma. Necesitabas descansar… si eres sincera, sabes que lo que digo es cierto.

– Tú sí que puedes hablar de sinceridad y honestidad -comentó la chica con sarcasmo. Quin tan sólo la miró con inocencia y sin avergonzarse-. No necesitabas mentir al respecto -prosiguió, iracunda.

– Sí era necesario hacerlo -corrigió, categórico.

– ¿Por qué?

– Tú misma te agotaste y estabas dispuesta a negarlo. Me pareció lógico amenazarte con informarle a tu hermana que no estabas bien.

– ¡Me chantajeaste! -acusó acalorada-. Me hiciste un chantaje emocional.

– Y tú no me hiciste caso. Dijiste que al día siguiente irías a ver a tu hermana -inhaló hondo-. Y eso era algo que yo tampoco deseaba.

Bliss se dijo que ya no sabía qué era lo que Quin deseaba.

– Entonces, me dijiste que Erith y Dom se habían ido a Francia -se interrumpió y parpadeó-. Habría podido descansar de haber ido a Jahara por un par de días… Erith se habría asegurado de ello.

– Lo que pasa es que… yo no quería que te fueras a Jahara.

– ¿No querías? -inquirió la joven con lentitud. Sabía muy bien que ella no habría querido estar en Jahara ni por un día, para no interrumpir la luna de miel de Erith y Dom ¿Acaso los motivos de Quin eran los mismos?-. ¿Por qué? -no tuvo más opción que tratar de averiguarlo.

– Bueno… De pronto… todo se complicó -contestó, más para Bliss esa no era la respuesta que aclaraba la pregunta. Lo miró con fijeza y su corazón palpitó con fuerza cuando Quin la vio a los ojos y declaró-. Yo… quería que estuvieras en mi casa -reveló de pronto.