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En ese momento, Bliss se percató de que estaba absorta en lo que Quin le contaba y que, a pesar de que antes estuvo furiosa con él, ahora su enfado parecía haber desaparecido. Así que buscó y encontró un último rescoldo de agresividad.

– ¡Que eso te sirva de lección! -fue cortante.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo -contestó él y la dejó atónita.

La sorpresa de Bliss duró hasta que recordó lo que estaba haciendo en la sala de estar. No podía creer que Quin la hubiera desviado del problema… y estaba seguro de que él lo hizo de propósito.

– Parece que nos hemos alejado de la cuestión principal -decidió que aclararía el asunto de una vez por todas. Pero Quin tener ideas diferentes.

– En un momento llegaremos al motivo por el cual hice lo que hice -decidió, autoritario, sin la menor sonrisa en los labios-. Lo que trato de hacerte entender es que, dada mi experiencia con mujeres que estaban dispuestas a vender sus almas por pescar a un millonario, tú… eras algo totalmente nuevo -prosiguió con mayor suavidad.

– ¿Acaso me lo dices como un halago? -cuestionó. Como estaba muy sensible en todo lo que a él se refería, creyó percibir una ligera mirada de inseguridad en el gesto de Quin.

– Ya sabía, cuando llegara el momento, que te lo explicaría de una manera muy confusa -suspiró con resignación.

– ¿Implicas acaso que… pretendías darme una explicación? -quiso saber ella.

– Créeme que no soy un mentiroso por naturaleza -replicó-. Efectivamente, cuando… -se detuvo. Pareció hacer un esfuerzo por continuar. Y no hubo la menor traza de inseguridad cuando lo hizo-. Para volver al principio, a la llamada de Dom… Era obvio que estaba tan enamorado de su esposa que ya no registraba a otras mujeres, ni su aspecto. Así que Dom no pensó en decirme que eras pelirroja ni que tenías una piel fabulosa, lo cual habría dado una idea bastante clara de quién podría ser la señorita Carter. En vez de eso, me habló de tu pasatiempo, de tu dulce disposición y de cómo, por haber estado tan enferma hace unos meses que por poco te mueres; él y su esposa estaban muy preocupados por ti.

– Yo no quería que sus preocupaciones echaran a perder su luna de miel -declaró Bliss, agitada, y sus miedos desaparecieron al oír el siguiente comentario.

– Dom la habría convencido pronto de que estabas bien -declaró Quin sin vacilación alguna-. Sabía que yo estaba en Lima y, a la primera señal de angustia de Erith, se puso en contacto conmigo. Yo le di mi palabra de que, sin importar el tamaño de tus problemas, ya te ayudaría a resolverlos… y fui a cenar contigo.

– Y te diste cuenta de que no necesitaba que me auxiliaras en ningún aspecto.

– Eso me aclaraste entonces -asintió y guardó silencio por un momento, mientras parecía escoger bien sus palabras antes de proseguir-: Eso creí también yo… mas eso no explicó el hecho de que, al enterarme de que viajarías en avión a Cuzco, yo llamara después para averiguar qué vuelo tomarías… y pedir que me pusieran en el mismo avión.

– Tú… -Bliss lo miró con fijeza, atónita por lo que acababa de escuchar-. Te pregunté si ibas a Cuzco debido a tus negocios -recordó cuando su cerebro pudo volver a funcionar. Entonces recordó que Quin le aseguró, de modo tajante, que ese asunto no era de su incumbencia-. ¿Estás diciendo que sólo fuiste a Cuzco porque oíste que yo reservé un boleto de avión para ir allá? -estaba azorada.

– Yo no tenía otros motivos para viajar en ese avión -respondió Quin con voz baja.

– Pero… -Bliss no entendía nada y buscó con rapidez una respuesta. De pronto, encontró una-. Porque le prometiste a mi cuñado que…

– Yo consideraba haber cumplido mi deber en ese aspecto desde que te llevé a cenar -aclaró él y asombró aún más cuando Bliss pensó en todo lo que siguió. Lo miró con fijeza a los ojos mientras él continuó-: Todavía me preguntaba qué rayos estaba haciendo al alterar mis compromisos para ir a Cuzco, cuando el avión despegó. Y cuando aterrizamos y me preguntaste si yo estaba en viaje de negocios en Cuzco, no supe qué contestarte. ¿Cómo habría podido hacerlo cuando incluso yo ignoraba qué estaba haciendo en ese lugar?

– ¡Dios… mío! -susurró la chica. Entonces algo la intrigó y la hizo desear saber más. Se olvidó de sus intenciones de irse con rapidez de esa casa al preguntar-: ¿Y… descubriste… por qué… tomaste ese avión a Cuzco?

Pasaron varios segundos en los cuales Quin estudió la expresión de interés de la chica.

– Sí -señaló con suavidad-. Lo descubrí al día siguiente, cuando me senté a tu mesa para cenar. Estabas muy animada mientras me contabas cómo pasaste el día y tus ojos brillaban con deslumbramiento por todo lo que habías visto -la contempló a los ojos-. Esa noche empecé a quedar encantado por ti y supe que, cuando me anunciaste que al día siguiente irías a Machu Picchu, yo… quería estar contigo en ese momento.

– ¿De veras? -Bliss parecía estar atragantada-. Pensé… tú comentaste… ¿Encantado? -estaba tan incrédula que lo miró con fijeza sin poder darse a entender.

– Empecé a caer… bajo… tu hechizo, querida -aseguró con un susurro.

La garganta de la chica se secó y sólo pareció ser capaz de repetir lo que él decía.

– ¿Mi… hechizo? -se ahogó.

– Claro, empezó mucho antes -murmuró-, pero sólo cuando supe que tenía que ir al día siguiente a Machu Picchu, reconocí que tú eras el motivo de mi deseo de ir y no el ver de nuevo las ruinas de la ciudad inca.

Bliss quiso preguntarle de nuevo si hablaba en serio. Su corazón palpitaba y todo su cuerpo temblaba. Trató de hallar algo de control para serenarse.

– Creí… bueno… estoy segura… -se interrumpió. Demasiadas palabras se formaban en sus labios, producto del torbellino de ideas que invadía su mente. Por fin recuperó la sangre fría, pues no quería que Quin tuviera la impresión de que la volvía una tonta sólo por decirle algo tan agradable. Logró formular una frase completa-: ¿Te gustó… Machu Picchu?

– Contigo, fue un nuevo descubrimiento -aseguró y le provocó a Bliss una nueva calidez en el corazón-. De hecho, ese día descubrí otras cosas -no le quitó los ojos de encima.

– Oh -murmuró. Lo que más quería era que él prosiguiera-. ¿Qué clase de descubrimiento hiciste? -su voz estaba ronca-. ¿Cuándo fue eso?

– ¿Cuándo? -alzó la vista-. Cuando te abracé, cuando estabas agotada en mis brazos después de tu fuerte tos. ¿El descubrimiento? Que quería protegerte, vigilarte. Cuidarte…

– ¡Oh! -exclamó. El pánico la invadió y sintió temor… pero no sabía de qué. Sin pensarlo, se levantó del sillón y se alejó con agitación, tratando de apartarse de Quin. Sin embargo, éste se movió con rapidez y estuvo a su lado cuando ella se detuvo.

– ¿Te he alarmado, Bliss? -su voz fue urgente y ronca-. ¿No quieres saber qué…? -se interrumpió y la tomó de los hombros con fuerza.

– Yo… -quiso decirle que estaba encantada por lo que él le decía y que también la alarmaba que se diera cuenta de lo mucho que ansiaba ser cuidada por él-. ¿Fue por eso… que me mentiste… acerca de lo de Erith?

– En parte -confesó-. Pero, sobre todo, no podía soportar el hecho de que te alejaras de mí -de nuevo la tomó con fuerza de los hombros, pero Bliss estaba tan asombrada que no le importó.

No era consciente de respirar ni de nada más, salvo que había un significado maravilloso en lo que Quin le revelaba.