Выбрать главу

– ¿Querías… que estuviera cerca de ti? -preguntó con un hilo de voz.

– Para siempre -afirmó Quin y la volvió hacia él. Bliss no se resistió.

– ¿Para siempre? -sus ojos verdes estaban enormes por la emoción.

– Querida -jadeó Quin y su mirada la hizo tragar saliva-. ¿He logrado acaso ocultar todo lo que me ha pasado desde que te tuve en mis brazos en Machu Picchu? ¿No tienes la menor idea de cuánto te… de cuánto te amo?

Sin saberlo, Bliss lo tomó de los hombros.

– ¿Me… me…? -no podía decirlo.

Pero el hecho de que lo tomaba de los hombros en vez de haberlo empujado represento un gran aliento para el hombre, que con suavidad la rodeo con los brazos y estudió con detenimiento cada matiz de su expresión.

– Lo supe ese maravilloso día -confirmó y la miró a los ojos.

Bliss lo observó, sin poder creer lo que estaba sucediendo. Y sucedía. Se esforzó por hacer uso de su inteligencia porque eso, el hecho de ser amada por Quin, era su sueño hecho realidad. Y no podía ser cierto, ¿verdad?

– ¿Fue por eso… que al día siguiente… estabas tan enfadado conmigo? -tartamudeó. Esa fue la única oposición que se le ocurrió.

– ¿Enfadado? -repitió él con una ligera sonrisa-. ¿Cómo podría estarlo contigo, cariño?

– Estuviste de muy mal humor cuando yo no quise desayunar nada en ese hotel de Cuzco.

– Estaba preocupado por ti, querida -le corrigió con gentileza-. Estabas agotada y no tenías buen aspecto.

– Fuiste… bastante… impositivo -señaló sin la rabia de antes. Seguía tratando de asimilar la declaración de Quin. ¿La amaba de verdad? Dios, Bliss deseaba mucho que así fuera.

– ¿Y cómo querías que fuera? -repuso él mientras la abrazaba con ternura-. Estabas rendida y tenías la intención de recorrer todo el pueblo de Ollantaytambo ese día. Tenía que protegerte… de ti misma.

– ¿Y es por eso que inventaste ese cuento de que mi hermana y Dom estaban en Francia?

Quin le dio un beso delicado en la frente y luego le dio otro en la boca, un beso hermoso.

– Cuando tu labios están entreabiertos así, son irresistibles, ¿lo sabías? -preguntó. Bliss negó con la cabeza lentamente, y Quin la condujo de regreso al amplio sillón-. Permíteme sentarme junto a ti mientras te explico cómo, después de enterarme de todo lo que Dom hizo para ganarse a su amada, yo estaba seguro de que nadie en este mundo podría enamorarse tanto como para que yo también recurriera a semejantes tácticas -Quin estaba sentado al lado de ella en el cómodo y amplio sillón-. ¿Y qué es lo que yo hice después de ese breve período de tiempo en el cual yo quería estar a tu lado y tú te negaste a ello? Pues empecé a decirte mentiras para evitar que te alejaras de mí.

– Tú… también habrías podido ir a Jahara -señaló Bliss con la poca claridad mental que le quedaba-. Dom es tu amigo. Él habría…

– Todo lo que dices es cierto, por supuesto -asintió Quin-. Sin embargo, tú ya me habías confesado que no tenías la menor intención de entrometerte en la intimidad de esa pareja de recién casados. Lo cual significaba, puesto que yo estaba decidido a estar cerca de ti, que de nuevo tendría que seguirte a donde quisieras ir. Querida Bliss, ¿no te das cuenta de que era importante para mí que no supieras que estaba enamorado de ti, pero que al mismo tiempo sabía que pronto lo adivinarías si yo te seguía acompañando a todas partes? No podía permitir que eso sucediera -sonrió de tal manera que la hizo respingar de emoción-. Así que la única manera en que podía tenerte a mi lado todo el tiempo era que estuvieras en mi casa.

– En tu casa -repitió Bliss. Quin le acababa de repetir que la amaba. No había imaginado que afirmó que estaba enamorado de ella, ¿verdad?

– Quería cuidar de ti. En mi amor y desesperación, ya había recurrido a la mentira. Aunque, de hecho, olvidé que la madre de Dom vivía en Francia, hasta que tú me preguntaste si ella estaba enferma. Y a partir de ese momento, todo empezó a encajar de maravilla en mi plan -confesó.

– Fui a Paracas contigo -concluyó Bliss.

– Y yo me enamoré más y más de ti con cada día que pasaba -jadeó con suavidad-. Entonces empecé a tener pesadillas acerca de la forma en que todo terminaría cuando yo te confesara, como sabía que era mi deber hacerlo, lo que había hecho. No sabía si me volverías a hablar y mucho menos si corresponderías a parte de mi amor como yo lo ansiaba, cuando te enteraras, al terminar tus vacaciones en Perú, de que yo había evitado que vieras a tu hermana, a la que es obvio que quieres mucho -el silencio reinó cuando Quin la tomó con fuerza de los hombros-. Bliss, ¿acaso me equivoco al pensar que no eres el tipo de mujer que pueda vengarse de mi deshonestidad al permitirme revelarte lo que hay en mi corazón… a menos que yo también te importe?

– ¿De… veras me amas? -tragó saliva. Su voz estaba muy ronca.

– Con toda mi vida -replicó Quin y preguntó-: ¿Acaso significo para ti más de lo que haya significado cualquier otro hombre en tu vida?

Bliss se percató de que él se refería a la forma en que ella se le hubiera entregado la noche anterior, de no ser por que él la dejó. Entonces, se dio cuenta de que ya no podía seguir ocultando lo que sentía.

– Por favor, Bliss -urgió, tenso-. ¿No puedes mostrarme lo que hay en tu corazón?

Bliss recuperó el habla al ver la agonía del suspenso que Quin estaba sufriendo.

– Amor… -susurró-. Amor.

– ¿Por quién? -todo el cuerpo de Quin estaba rígido por la tensión.

– Por ti. Todo… es para ti -tartamudeó.

Quin la contempló con detenimiento durante largos momentos, como si a él también le costara trabajo creer lo que ella le confesaba.

– ¿Estás segura… de que me amas?

– Sí, estoy muy segura -reveló con timidez-. Yo… te amo -su voz tembló.

Bliss no supo qué fue lo que Quin exclamó con alegría en español.

Pero tampoco le importó, pues él la tomó en sus brazos con ternura, casi de modo reverente.

– Mi amor -murmuró y le besó con suavidad los ojos y la boca. La acercó con emoción a su pecho-. ¿Cuándo lo supiste?

– ¿Cuándo lo supe? -estaba feliz de estar en sus brazos, como siempre muy sensible a su cercanía-. Hacía días que estaba enamorada pero me negaba a aceptarlo -admitió con timidez y sintió que él la abrazaba con más fuerza.

– Mi querida testaruda -murmuró sobre el cabello de Bliss-. Sigue -insistió.

– Cuando fuimos a Nazca, fue tan fantástico que no podía creerlo -explicó-. Y entonces, cuando estuvimos de regreso en Pisco, me besaste… y a partir de entonces ya no pude pensar en mi pasatiempo. Esa noche supe que estaba enamorada de ti.

– ¿Desde el domingo? -la beso con gentileza-. Yo he sufrido agonías, incertidumbres al quererte… ¿y tú tan sólo lo sabes desde el domingo?

– Si esto te consuela, yo también sufrí mucho -susurró.

– ¡No! -exclamó, como si no pudiera soportar la idea de haberla herido-. ¿Has sufrido por mí?

– Y por mi imaginación -replicó. Lo miró a los ojos al confesar-. Sabía que te amaba, pero estaba convencida de que tú estabas enamorado de Paloma Oreja.

– ¡Estabas celosa! -se asombró Quin.

– Bueno… -se tomó un poco avergonzada cuando él se rió. Fue un sonido maravilloso. Quin la acercó de nuevo a su cuerpo.

– No necesitas estar celosa de ella ni de ninguna mujer -le dio un beso amoroso en la oreja-. Sé lo dolorosa que puede ser esa emoción… lo siento. Perdóname por causártela… aunque fuera sin querer…

– ¿Has sentido celos por alguien? -inquirió Bliss. Aún se sentía un poco insegura, pues el descubrimiento de saberse amada por Quin era aún demasiado nuevo.

– Sólo por ti -le aseguró él de inmediato-. Ninguna mujer tuvo nunca ese poder sobre mí. Sólo tú, mi amor -jadeó.