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– No, gracias señor -contestó con cortesía y frialdad, antes de tomar una cucharada de sopa.

Llegó el segundo plato y Bliss empezaba a cortar su filete, cuando él comentó con voz suave:

– Espero que no haya tenido que cancelar una cita para cenar con otra persona.

Bliss lo miró con fijeza, con sus ojos grandes y verdes. Cerdo, pensó. Sabía muy bien, por su tono desdeñoso, que se refería a la ocasión en que pareció que ella estaba dejando que el señor Videla la “sedujera”.

Mas no se rebajaría a darle una explicación de su amistad pasajera con el señor Videla y su esposa. Sin parpadear siquiera, replicó con dulzura:

– No tenía ninguna cita para esta noche -y dejó que él intuyera que, de tener otro compromiso, no estaría en ese momento en su compañía.

Se dio cuenta de que él así lo asumió. Sin embargo, no entendió, cuando él hizo una mueca como si lo que ella dijo lo divirtiera mucho de pronto. Claro que él no sonrió y Bliss apartó la vista de la boca de hombre, que, por cierto, era muy atractiva.

Cuando volvió a verlo, de nuevo estaba muy serio. No obstante, Bliss se sorprendió a si misma al hacerle la misma pregunta, cuando ella no estaba interesada en saber la respuesta:

– ¿Y usted, señor? ¿Acaso tuvo que cancelar una cita para poder cumplir su promesa a mi cuñado y cenar conmigo esta noche?

Quin Quintero la miró con desprecio durante una larga pausa.

– No -eso fue todo lo que contestó, a pesar de que implicaba que más habría cancelado nada por estar con Bliss esa seca contestación aguijoneó a la chica, quien le hizo otro comentario, incongruente con la falta de interés que estaba segura sentía.

– ¡Ah! -exclamó como si de pronto entendiera la razón por la cual él estaba libre esa noche-. ¡Está casado!

– Le aseguro, señorita, que no lo estoy -declaró con voz pétrea. Hubo algo en su tono de voz que le advirtió a la joven que ese terreno era muy peligroso.

Y fue una rareza que Bliss insistiera en el asunto, pues solía ser muy respetuosa y considerada con los sentimientos de las demás personas.

– Pero estoy segura de que estuvo a punto de comprometerse y hace muy poco tiempo.

Dios mío, pensó Bliss cuando Quin Quintero la miró como si quisiera asesinarla. Y la dejó azorada cuando se dignó contestarle.

– Por un momento, uno de nosotros creyó que así sería -su tono cortante la desafiaba a seguir haciendo comentarios acerca de ese tema.

– Lo cual significa -a Bliss ya no le importaba que alguien le ordenara cerrar la boca-, que la dama en cuestión se dio cuenta a tiempo de que usted y su encanto no eran en realidad lo que deseaba.

En cuanto pronunció las palabras, Bliss quiso tragárselas. Claro que él era el culpable de ello, debido a su actitud seca y fría, pero ella nunca fue tan desconsiderada con una persona. Estaba a punto de disculparse, mas se alegró de no hacerlo cuando ese hombre replicó:

– El hecho de que Paloma Oreja, la dama en cuestión, como usted la llama, y yo no nos hayamos comprometido además de que ya no tengo intenciones de verla de nuevo, no es un asunto de su incumbencia, señorita.

– Como ya lo noté antes, señor -prosiguió Bliss molesta por el tono de voz de él y por el hecho de tener que estar en un lugar público-, es usted un hombre muy encantador -lo miró con enfado. En ese momento llegó su postre y le dedicó toda su atención.

Su budín estaba bastante bueno y no le tomó mucho tiempo comerlo. Estaba ya por la mitad cuando se dio cuenta de que Quin Quintero debía de estar muy dolido, por haber sido rechazado recientemente por una mujer, así que Bliss sintió la necesidad de pedirle perdón por su falta de sensibilidad hacia él.

Y se volvió a alegrar cuando no tuvo oportunidad de hacerlo, Pues el escogió precisamente ese momento para romper el silencio, después de no hablarse desde hacía varios minutos.

– ¿Y usted? -preguntó con frialdad mientras la observaba con detenimiento.

– ¿Yo? -no entendió a qué se refirió.

– No tiene anillos en las manos -comentó él a modo de aclaración-. Claro que eso no significa nada en esta época.

– Ah -algo en su voz la hizo enfadarse de inmediato-. No esto casada.

– Supongo que existe un caballero en cuestión.

Bliss pensó que era justo que él a su vez le hiciera preguntas demasiado personales, y le pareció favorable para su orgullo fingir que tenía un novio, pues ya había declarado que esa noche no tenía ninguna cita con un hombre. Se dio cuenta de que Ned podía serle muy útil.

– El hombre en cuestión se llama Ned Jones… y ese asunto sólo es de mi incumbencia -replicó mientras tomaba su taza de café.

Casi lo había terminado de tomar cuando un par de jóvenes muy elegantes entró en el restaurante. Bliss sabía que hospedaban en el hotel y en los últimos días había adquirido la costumbre de saludarlos, al igual que a otras personas. Ahora no vio motivo para ser grosera sólo por estar cenando con un hombre.

Ambos le sonrieron y ella les devolvió la sonrisa.

– Sería una buena idea que contuviera sus impulsos de seducir a todos los hombres con los que se encuentra mientras está en Perú -gruñó Quin Quintero de inmediato-. Puede ser que usted no…

– Si ya no tiene nada más que decir, señor, le deseo que pase una buena noche -lo interrumpió y se puso de pie. Ya estaba harta de ese hombre, además de que, en primer lugar, ella no había querido cenar con él.

Él también se levantó y de nuevo la contempló con desprecio, mientras declaraba:

– Adiós, señorita.

Bliss se alejó muy derecha, segura de que nunca en su vida ningún hombre le resultó tan desagradable. ¿Cómo se atrevía a advertirle que no coqueteara con los hombres a quienes se encontraba? ¡Qué arrogante!

Lo único que la consoló mientras entraba en su cuarto, fue que no lo dejó albergar la menor ilusión de que estaba interesada en coquetear con él. Claro que habría sido una pérdida de tiempo siquiera intentar lo. Era obvio que él seguía enamorado de esa mujer llamada Paloma Oreja.

Claro que a ella no le importaba ni un comino quién era su amada, pensó Bliss mientras se desvestía y preparaba para acostarse.

Diez minutos después se metió a la cama. Apagó la luz y se acomodó. No le importaba nada. Cumplió con su deber al evitar que su protectora hermana se angustiara por ella, y ahora podía olvidar todo lo relacionado con Quin Quintero y seguir disfrutando de todo lo que Lima tenía que ofrecerle. Él se podía ir al demonio. Con suerte: tal vez no volvería a verlo nunca más.

Capítulo 3

Bliss durmió bien esa noche y al despertar sintió que su energía estaba renovada. Se bañó, se vistió y planeó el itinerario para ese día. Primero el Museo del Oro, luego, el Museo Arqueológico y el Museo Nacional de Historia, que al parecer estaba junto al hotel. Bajó a desayunar temprano, pues era muy madrugadora, y se preguntó si de veras iría a Arequipa como le anunció a Erith. Quería visitar ese lugar antes de volver a Inglaterra, pero había mucho más que deseaba ver y ya había usado casi toda la primera semana de sus vacaciones.

Se sintió relajada pensando que ya no volvería a salir con personas desagradables como Quin Quintero.

Ir a Cuzco era una obligación por ser la capital del imperio Inca. “Debo ir primero a Cuzco?”, se preguntó. Tal vez iría a Cuzco, de allí a la bien conservada ciudad Inca en Machu Picchu, regresaría a Cuzco y de allí volaría a Arequipa.

Al considerar sus felices opciones, se puso de muy buen humor y entró en el restaurante. Sin embargo, su sonrisa desapareció con rapidez. En el comedor, casi solo, y observándola con fijeza, se hallaba Quin Quintero.

¡Maldito hombre!, se enfureció, pero continuó su camino como si al verlo comiendo no la hubiera molestado en absoluto.