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– Y, como usted insiste en saberlo -estaba acalorada-, tuve una recaída. Volví a trabajar demasiado pronto, pesqué otro resfriado muy fuerte y tuve que regresar del trabajo a casa.

– Y, de hecho todavía está fuera del trabajo con permiso por enfermedad -sugirió él.

– No, es decir… -recordó que el doctor Lawton nunca le confirmó que ya podía volver a su empleo-. Bueno, de cualquier modo, ya estoy bien ahora -aclaró, tajante.

Bliss tenía una tez pálida, para no decir translúcida, que combinaba muy bien con su cabello rojo y fue muy admirada antes. Sin embargo, Quin Quintero la observó con detenimiento y no hubo admiración en sus ojos ¡Claro que ella no deseaba que la admirara! Esperó que él hiciera algún comentario acerca de su palidez, así que sintió alivio cuando cambió de tema, como si estuviera tan aburrido como Bliss por su salud.

– ¿En qué trabaja?

– En una biblioteca -al parecer, ese hombre no lo sabía todo acerca de ella. Ya estaba harta de ser el blanco de sus preguntas. Cuando pensó en algo que desviara la charla, de pronto se le ocurrió algo que la alarmó-. Usted no tiene intenciones de ir a Jahara, ¿verdad? -estaba ansiosa y lo miró con preocupación.

– Veo que hablaba en serio al decir que consideraba que la pareja de recién casados estaba todavía de luna de miel -comentó él.

– ¿Irá? -insistió Bliss cuando no recibió respuesta.

– Es usted una romántica -la acusó con cortesía. Bliss lo miró con fijeza y obstinación, sin estar dispuesta a dejar el asunto por la paz. Él sonrió un poco-. No tengo planes de visitar Jahara en este viaje.

El alivio inundó a la joven. Mas su mente empezó a cavilar. Dom le había hablado a Quin a Lima para pedirle el favor de ver si ella estaba bien… y tal vez siempre se estaban llamando por uno u otro motivo. Debían de estar siempre en contacto, puesto que Dom, quien buscó a un amigo confiable para pedirle ese favor, se comunicó con Quin, de quien supo que estaba en Lima a pesar de que este último no vivía allí.

– ¿Cómo se enteró mi cuñado de que esta semana usted estaría en Lima? -inquirió Bliss de pronto. Se percató de que Quin no debía de ir con mucha frecuencia a la capital, puesto que se hospedaba en un hotel y no tenía, un apartamento-. Usted debió de llamarlo para hacérselo saber -añadió cuando el peruano tan sólo la observó con detenimiento sin decir nada.

– Inteligente al igual que hermosa -su comentario la hizo abrir mucho los ojos-. Como parece que eso la preocupa, señorita, le informaré que a veces transcurren seis meses sin que nos pongamos en contacto.

Bliss se tranquilizó un poco, aunque deseó saber más.

– ¿Está insinuando que podrían pasar seis meses más antes de que lo vuelva a llamar?

– No lo creo -contestó con frialdad-. Dom está construyendo un barco para mí… tal vez nos veamos en un mes más -se encogió de hombros-. Le avisé que estaría en Lima unos cuantos días cuando lo llamé para averiguar, entre otras cosas, cómo iba mi barco. Al día siguiente, poco después de que su hermana la llamó a usted, Dom se comunicó conmigo. Ya conoce el resto -añadió.

Por supuesto, pensó Bliss. El asunto ya estaba aclarado, pero ella habría preferido que Dom nunca le hubiera pedido ese favor a su amigo. Claro, lo hizo Erith. Sin embargo, estaban de luna de miel y Bliss opinaba que ese era un periodo muy especial para ambos y que no debían ser molestados por otras personas, así que no le importaba parecerle una romántica a Quin Quintero.

Una vez más confirmó que no quería que “la pareja de recién casados”, como lo dijo Quin, tuviera otras cosas de qué preocuparse que no fueran ellos dos.

Siguió pensando en ello durante el resto del vuelo. Tanto así que, cuando el avión aterrizó en Cuzco, estaba tentada a pedirle a Quin Quintero que si por casualidad tenía que llamar a Dom, no le avisara que ella estaba en Cuzco.

No obstante, cuando ese hombre se puso de pie para dejarla pasar primero y la miró con sarcasmo, decidió que no lo haría.

– Gracias -dijo tan sólo. Caminó por el pasillo y se percató de que ese era un hombre que solía hacer lo que le venía en gana de todas maneras. Era una pérdida de tiempo tratar de hacerle entender que su hermosa y protectora hermana debía tener la libertad de disfrutar del amor de su esposo y no preocuparse más que por él y ella, por una vez.

Bliss esperó la llegada de su equipaje. Quin Quintero estaba a cierta distancia de ella… algo positivo.

La joven tomó su gran maleta y estaba practicando mentalmente cómo pedir un taxi, una frase que aparecía en un pequeño diccionario; bilingüe, cuando sintió que otra persona tomaba su maleta.

– Es una maleta demasiado pesada para una mujer tan delgada, señorita -anuncié una voz que Bliss ya estaba empezando a reconocer de inmediato-. No le importa, ¿verdad? -Quin tomó su portafolios y su propia maleta y se dirigió a la salida.

Para cuando Bliss lo alcanzó, él ya había encontrado un taxi sin problema. La furia de la chica no conoció límites cuando vio que su maleta y la de él estaban en el portaequipaje del auto.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó, acalorada, cuando Quin se volvió a verla.

– ¿En qué hotel está reservada su habitación?

– Todavía no tengo reservación -se dio cuenta de que el chofer del taxi ya quería marcharse. Así que, por consideración al hombre para quien el tiempo era dinero, se metió en el interior cuando Quin le abrió la puerta de los pasajeros-. ¿Qué cree que está haciendo? -insistió Bliss con nuevo enfado tan pronto como el taxi se puso en marcha.

– Por nuestra charla en el avión, entiendo que tiene intenciones de permanecer en un hotel mientras está en Cuzco, para no entrometerse en la luna de miel de su hermana -comentó Quintero-. Como ahora usted me ha aclarado que no sabe a qué hotel ir, me siento con la necesidad de asegurarme, por el bien de su cuñado, de que permanezca en un hotel decente.

– ¡Usted no necesita asegurarse de nada! -exclamó Bliss-. Soy muy capaz de cuidarme y…

– ¡Usted ha estado enferma! -la interrumpió él.

Bliss, quien sentía deseos de lanzar un alarido si volvía a oír otro comentario acerca de su pulmonía, se percató de que el taxista los observaba por el espejo retrovisor. Aunque quizá no supiera inglés, era obvio que se daba cuenta de que estaban discutiendo.

– Ya estoy mejor -susurró con los dientes apretados-. No necesito de una nana -empezó a acalorarse más-. Ni…

– Qué bueno -la interrumpió-. No tengo intenciones de serlo para usted.

– Entonces ¿por qué…?

– No obstante, en vista de que me une una amistad muy grande con su cuñado -la ignoró-, y en vista de que, quiera usted o no, estuvo seriamente enferma hace poco, no puedo permitir que arrastre su maleta por todas partes mientras busca en dónde quedarse -fijó la vista en ella-. Ya está usted muy ruborizada ahora.

Cuando alargó una mano para tocarle la frente y averiguar si no tenía fiebre, Bliss ya no pudo pensar en nada. Toda su piel empezó a cosquillear al sentir el roce inesperado de esos dedos. Le costó mucho trabajo recobrar la compostura. Le apartó la mano y fijó la vista en el exterior, aunque por una vez no pudo admirar nada. Pensó que si de veras estaba ruborizada, era por estar furiosa con Quin Quintero.

El taxi se estacionó frente a un elegante hotel y Bliss ya estaba lo suficientemente serena para darse cuenta de que el hecho de que Quin le recomendara un hotel en Cuzco era algo que debía apreciar, pues lo mismo hicieron Dom y Erith en Lima.

Sin embargo, cualquier agradecimiento la abandonó cuando Quintero también bajó del taxi. Todavía estaba Bliss intentando darle las gracias, cuando vio que el chofer bajaba todo el equipaje y lo entregaba al portero que salió del hotel, y que su compañero de viaje pagaba al taxista.