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– Va a desear no haberme hecho la pregunta -advirtió Bliss y le contó sus visitas a la catedral y a Korikancha mientras cenaba. Observó que estaba muy a gusta en compañía de él.

– Tuvo un día muy interesante -comentó él al ver el entusiasmo que hacía relucir los grandes ojos verdes.

– Eso fue por la mañana. Después de la comida, fui a la fortaleza de Sacsahuaman… ¿sabía usted que algunas de las piedras de la base pesan más de cien toneladas? -estaba admirada-. Y fueron arrastradas allí desde un sitio que está a siete kilómetros de distancia. Debieron ser necesarios miles de hombres para… -se detuvo-. Lo siento, tal vez usted ya conoce muy bien la historia…

– Siempre es interesante oír cómo la ve un par de ojos nuevos -aseguró Quin con tanto encanto que Bliss ya no sintió vergüenza. Aunque dudó de si debía continuar con la historia de Sacsahuaman-. Por favor, prosiga.

– Bueno, después de la fortaleza, con la ayuda de un chofer de taxi, fui a Kenko -no le dijo que ese adoratorio inca tal vez databa de los días de Huayna Cápac o quizás era anterior a eso. Con los ojos brillantes, añadió-. De allí, fui a Tambomachay -eso le pareció muy interesante, pues fue el lugar donde se bañaban las mujeres de la corte real inca, usando el agua de un manantial en la colina.

Bliss estaba a punto de decirle que visitó Puca Pucara, que se decía que era un puesto de correspondencia entre Cuzco y el valle Urubamba, cuando se percató de que no a todos les interesaba la arqueología y que tal vez lo estaba aburriendo mucho ya. Algo que el día anterior no le habría importado.

Lo miró y él le devolvió la mirada con una sonrisa. Cuando fue obvio que ella no le contaría más de lo que hizo ese día, Quin comentó con sequedad:

– ¿Nunca se le ocurrió dejar algo para mañana?

De pronto, el rostro de Bliss se iluminó con una hermosa sonrisa. Pensó que odiaba a ese hombre y, sin embargo, él estaba bromeando con ella. Bajó la vista, se dio cuenta de que ya había terminado su budín… y de que ya no odiaba a Quintero en absoluto.

– Mañana, señor -comentó con alegría-, voy a ir a Machu Picchu se levantó, lista para irse a dormir.

– Le tomará todo el día ir y volver, Bliss -comentó él al levantarse también. La chica todavía no se recuperaba de la sorpresa de que él la hubiera llamado por su nombre de pila, cuando el hombre prosiguió-: Si no le parece impertinente mi sugerencia, tal vez disfrute de Machu Picchu si descansa mucho esta noche.

Ese hombre era encantador, se percató Bliss al ver de nuevo su sonrisa devastadora. Lo miró con fijeza y se dijo que, si i le hubiera sugerido algo semejante la noche anterior, se habría irritado mucho. Como ese era el viaje que anheló hacer toda su vida, se dio cuenta de que no quería pelear con él, además de que Quin tenía mucho encanto.

– Me parece una buena idea -sonrió y estaba a punto de irse cuando él le sugirió:

– Quin.

– Quin -repitió Bliss y entonces su corazón empezó a latir con más fuerza. Ella se volvió con rapidez y se marchó del restaurante.

Capítulo 4

Las cosas siempre tienen otro aspecto por la mañana, pensó Bliss cuando se dirigió en taxi a la estación de tren de Cuzco, llevando consigo comida empacada en el restaurante del hotel. La noche anterior, olvido lo difícil que era Quin Quintero y hasta creyó que pasó momentos agradables en su compañía. Hasta lo llamó Quin y pensó que era encantador.

Sin embargo, esta mañana, no se hacía más ilusiones. Quin Quintero al parecer tenía la habilidad de gritar un momento y ser encantador al siguiente. Bliss pasó por alto el hecho de que transcurrido veinticuatro horas desde que ella se alejó sin dirigirle la palabra el sábado y el hecho de que él la acompañara a cenar la víspera. Se hizo de la opinión de que la próxima vez que lo viera, él estaría dispuesto a comérsela viva.

Fue raro que ahora, cuando más quería dejar de pensar en él, no pudiera dejar de hacerlo.

“Concéntrate en otra cosa”, se dijo. Intercambió la visión de unos ojos cálidos y una rara sonrisa por una de Machu Picchu. Aunque nunca antes había estado allí, esas ruinas parecían estar presentes en cualquier publicidad que se refería a Perú.

De nuevo, el personal del hotel le facilitó las cosas. El empleado de la recepción se aseguró de que todo estuviera en orden para ella.

Hasta le encontró a un chofer de taxi que sabía hablar inglés.

– Venga para acá -le dijo el chofer cuando llegaron a lo que parecía ser el patio de la estación.

Bliss pensó que viajaría hasta Machu Picchu en tren y se preguntó entonces si no estaría ya todo lleno, puesto que el chofer del taxi la llevó a donde estaba estacionado un autobús.

Confiando en que el empleado del hotel le hubiera dado al chofer instrucciones precisas, a Bliss le pareció lógico abordar el autobús y esperar a ver el resultado.

Sin embargo, se sintió mejor al observar que había otras personas en el interior y bastantes turistas, lo cual significaba que su espíritu aventurero tal vez no la había defraudado aún.

Tomó un asiento doble junto a la ventana y de pronto se dio cuenta de que el autobús sólo la trasladaría parte del camino, puesto que la única forma de llegar a la antigua ciudad inca era por tren, si recordaba bien sus lecturas.

Un hombre gordo se sentó a su lado. A Bliss no le molestaba ser mirada de vez en cuando con admiración, pero le disgustó mucho la forma en la que ese desconocido la observó. Desvió la mirada.

Pensando que tendrían que cambiar el autobús por un tren, Bliss miró con fijeza por la ventana, esperando que fuera pronto. En ese momento escuchó que alguien se dirigía al hombre que estaba sentado a su lado. Tal vez el hecho de que el recién llegado habló con un tono que no admitía réplica, fue lo que hizo que Bliss pensara que esa voz le parecía familiar.

Descubrió, con una fuerte impresión, al hombre alto y fornido, parado en el pasillo, que esperaba que el hombre gordo se moviera del asiento. El corazón le dio un vuelco.

– Buenos días, Bliss -saludó Quin cuando el otro hombre se alejó, reacio.

– Buenos días -sonrió Bliss, alegre de pronto-. ¿También vas a Machu Picchu?

– De pronto se me ocurrió que he visitado mucho de lo que el resto de los países tienen que ofrecerme y que hacía mucho tiempo que no veía lo que hay en el patio trasero de mi casa.

– ¿Machu Picchu es el patio trasero de tu casa? -rió y vio que él observaba su boca.

En ese momento, el chofer del autobús entró y encendió el motor. Bliss se emocionó mucho. En poco menos de cinco horas vería Machu Picchu en persona… y estaba muy agradecida con Quin por haberle pedido al ocupante anterior del asiento que se fuera, pues así podría relajarse más y disfrutarlo todo.

Media hora después, tomaron una carretera bordeada por altos árboles. Y quince minutos más tarde Bliss vio a la distancia los nevados Andes.

– ¡Fantástico! -exclamó y se volvió por instinto, para compartir esa alegría con alguien. Se sobresaltó un poco al descubrir que Quin la estaba estudiando a ella y no al panorama. Se dio cuenta de que exclamación de placer debió atraer su atención-. Claro, tú lo has visto todo antes ya -murmuró, avergonzada de pronto.

– Pero nunca en un día de agosto con una hermosa y pelirroja inglesa como acompañante -fue galante y Bliss olvidó su timidez.

Volvió a mirar el paisaje y se preguntó si él había insinuado que se quedaría a su lado durante el resto del día. Y al pensarlo, se dio cuenta de que eso sería algo que le gustaría mucho.

Durante la siguiente media hora, Bliss gozó la escena totalmente rural que veía por la ventana, aunque a veces pensaba en el hombre que estaba sentado a su lado. Aún no sabía en dónde vivía él en Perú y nunca lo sabría si no se lo preguntaba a su hermana. Eso no era muy importante, mas se preguntó si la razón verdadera por la que Quin estaba haciendo ese viaje era porque no quería volver a su casa. Tal vez su ex novia Paloma vivía en la misma región costera y quizás él ansiaba tener algo de distanciamiento de ella, debido a que fue rechazada su propuesta de matrimonio Claro que recordó que Quin había asegurado que esperaba nunca más volver a ver a su amada Paloma.