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– Nunca dijiste nada, -dijo mi madre.

– No quise hacer un escándalo, con la Navidad encima de nosotros.

Pensé que era algo grandioso que la Abuela tuviera un studmuffin, pero realmente no quise una imagen mental de la Abuela y el buen besador. La última vez que la Abuela trajo a un hombre a casa a cenar él se sacó su ojo de vidrio en la mesa y lo puso junto a su cuchara mientras comía.

Tuve cierto éxito en apartar los pensamientos del viejo studmuffin. Tenía menos éxito en apartar los pensamientos sobre Diesel. Me preocupaba que él estuviera en la sala de estar decidiendo a quién de mi familia convendría teletransportar hasta la nave madre. O quizás no era un extraterrestre. ¿Qué entonces? Tal vez Satanás. Excepto, que no olía como fuego y azufre. Su olor era más rico. Bien, probablemente no era Satanás. Fui a la puerta de la cocina y lancé otra mirada hacia afuera.

Las niñas estaban en el suelo, hipnotizadas por la televisión. Mi padre estaba en su sillón, durmiendo. No había rastros de Diesel.

– Oye, -grité a Angie-. ¿Dónde está Diesel?

Angie se encogió de hombros. Mary Alice se volvió a mirarme y también se encogió de hombros.

– Papá, -grité-. ¿Adónde fue Diesel?

Mi papá abrió un ojo.

– Fuera. Dijo que estaría de regreso por la hora de la cena.

¿Fuera? ¿Cómo fuera para pasear? ¿O fuera cómo “fuera del cuerpo”? Levanté la vista hacia el techo, esperando que Diesel no sobrevolara por encima de nosotros como el Fantasma de la Navidad Pasada.

– ¿Dijo adónde iba?

– ¡No! Sólo dijo que regresaría. -Los ojos de mi padre se cerraron. Fin de la conversación.

Repentinamente tuve un pensamiento espeluznante. Corrí al vestíbulo delantero con la espátula todavía en mi mano. Me asomé por la puerta principal y mi corazón momentáneamente se detuvo. El CRV se había ido. Me había robado el coche.

– Maldición, maldición, ¡maldita sea! -Salí a la acera y miré de arriba abajo la calle-. ¡Diesel! -Grité-. ¡Dieeezel! -No hubo respuesta. El Gran Hombre de Misteriosos Talentos puede abrir puertas, pero no puede oírme llamándole.

– Me acabo de acordar del periódico de hoy, -dijo la Abuela cuando volví a la cocina-. Estaba mirando los anuncios clasificados esta mañana, pensando que podría interesarme un trabajo si aparecía el correcto… como cantante de bar. De todos modos, no vi ningún anuncio para cantantes de bar, pero había uno para fabricantes de juguetes. Estaba redactado bien lindo, además. Decía que buscaban elfos.

El periódico estaba en el suelo al lado del sillón de mi padre. Lo encontré y leí todos los anuncios clasificados. Seguro, había un anuncio para fabricantes de juguetes. Preferían elfos. Daban un número de teléfono. Decía que los postulantes tenían que preguntar por Lester.

Marqué el número y conseguí a Lester a la segunda llamada.

– El caso es, Lester, -dije-. Qué obtuve este número del periódico. ¿En verdad está contratando fabricantes de juguetes?

– Sí, pero sólo estamos empleando a fabricantes de juguetes del calibre más alto.

– ¿Elfos?

– Todos saben que son los mejores en la línea de los fabricantes de juguetes.

– ¿Está empleando a alguna persona aparte de elfos?

– ¿Es usted o no un elfo buscando trabajo?

– Busco a un fabricante de juguetes. Sandy Claws. -Clic. Desconectaron. Volví a marcar y alguien que no era Lester contestó. Pedí a Lester y me dijeron que no estaba disponible. Pedí el lugar de la entrevista de trabajo y esto causó otra desconexión.

– No sabía que teníamos elfos en Trenton, -dijo la Abuela-. ¿No es raro? Elfos directamente bajo nuestra nariz.

– Pienso que estaba bromeando sobre los elfos, -dije.

– Qué lastima,-dijo la Abuela-. Los elfos serían divertidos.

– Siempre estás trabajando, -me dijo mi madre-. Ni siquiera puedes hornear galletas de Navidad sin hacer llamadas telefónicas sobre criminales. La hija de Loretta Krakowski no hace eso. La hija de Loretta viene a casa de la fábrica de botónes y nunca piensa en su trabajo. La hija de Loretta hace a mano todas sus tarjetas de Navidad. -Mi madre dejó de mezclar la masa y me miró, con los ojos abiertos de par en par y llenos de miedo-. ¿Enviaste tus tarjetas de Navidad?

Oh Dios mío, las tarjetas de Navidad. Me olvidé completamente de las tarjetas de Navidad.

– Seguro, -dije-. Las envié la semana pasada. -Esperé que Dios y Santa Claus no me escucharan decir mentiras.

Mi madre suspiró y se santiguó.

– Menos mal. Temí que lo olvidaras, otra vez.

Nota mental. Comprar algunas tarjetas de Navidad.

Hacia las cinco habíamos terminado con las galletas y mi madre tenía una bandeja de lasaña en el horno. Las galletas estaban en frascos y tarros y algunas amontonadas en platos para comerlas inmediatamente. Yo estaba en el fregadero, lavando las últimas bandejas del horno, y sentí que se me erizaba la piel detrás de mi cuello. Me dí la vuelta y choqué con Diesel.

– Te llevaste mi coche, -dije, brincando hacia atrás-. Sólo te fuiste con él. ¡Lo robaste!

– Relájate. Lo tomé prestado. No quise molestarte. Estabas ocupada haciendo galletas.

– ¿Si tenías que ir a algún sitio por qué no sólo te proyectares allí… como apareciste de repente en mi apartamento?

– Trato de pasar desapercibido. Dejo los saltos para ocasiones especiales.

– No eres realmente el Espíritu de la Navidad, ¿verdad?

– Podría serlo si quisiera. Oí que el trabajo está a disposición de cualquiera. -Llevaba puestas las mismas botas, vaqueros y chaqueta, pero había sustituido la camisa manchada por un suéter marrón.

– ¿Fuiste a casa para cambiarte?

– Mi casa queda lejos. -Él giró juguetonamente un mechón de mi pelo alrededor de su dedo-. Haces muchas preguntas.

– Sí, pero no consigo ninguna respuesta.

– Hay un pequeño tipo rechoncho en la sala de estar con tu papá. ¿Es ese tu novio?

– Es Albert Kloughn. El novio de Valerie.

Oí que se abría la puerta principal, y segundos más tarde, Morelli entró en la cocina. Miró primero hacia mí y luego a Diesel. Tendió su mano a Diesel.

– Joe Morelli, -dijo.

– Diesel.

Gastaron un momento midiéndose. Diesel era una pulgada más alta y tenía más masa. Morelli no era alguien con quién uno querría encontrarse en un callejón oscuro. Morelli era delgado, todo músculo y ojos oscuros evaluadores. El momento pasó, Morelli me sonrió y dejó caer un beso ligero como una pluma en mi coronilla.

– Diesel es un extraterreste o algo así, -dije a Morelli-. Apareció en mi cocina esta mañana.

– Mientras no haya pasado la noche, -dijo Morelli. Pasó junto a mí hacia una lata de galleta, le quitó la tapa, y seleccionó una.

Le lancé una mirada cortante a Diesel y lo agarré sonriendo.

El busca de Morelli sonó. Comprobó los datos y juró. Usó el teléfono de la cocina, clavando los ojos en sus zapatos mientras hablaba. Nunca era un buen signo. La conversación fue corta.

– Tengo que irme, -dijo-. Trabajo.

– ¿Te veré más tarde?

Morelli me sacó a la escalinata trasera y cerró la puerta detrás de nosotros.

– Stanley Komenski acaba de ser encontrado metido en un barril de desecho industrial. Estaba en el callejón detrás de aquel nuevo restaurante tailandés en la calle Sumner. Por lo visto había estado allí hace días y estaba atrayendo moscas, por no mencionar algunos perros locales y una horda de cuervos. Él era el matón de Lou Dos Dedos así que va a ponerse feo. Y si eso no es lo suficientemente malo, hay un chiflado incendiando el alambrado eléctrico. Ha habido pequeños apagones por todo Trenton y súbitamente se corrigen. No es un gran problema, pero hace un lío del tráfico. -Morelli volteó su cabeza para mirar a través del vidrio, a la cocina-. ¿Quién es el tipo grande?

– Te lo dije. Apareció de repente en mi cocina esta mañana. Creo que es un extraterrestre. O tal vez alguna clase de fantasma.

Morelli me palpó la frente.

– ¿Tienes fiebre? ¿Te has caído otra vez?

– Estoy bien. Presta atención. El tipo apareció en mi cocina.

– Sí, pero todos aparecen en tu cocina.

– No así. Él de verdad apareció de pronto y de improviso. Como si hubiese sido teletransportado, o algo parecido.