Vea, señor cónsul, usted va a ponerme por escrito todo lo que ha prometido. Tomo sus palabras como salidas de la misma boca de su emperador. Va en ellas el honor del imperio. Eh eh ah. ¡Mais claro, absolutamente verdade, Excelencia! ¡Vocé va a tener el cargamento de armas mais grande do mundo! Que venga pronto el armamento, le digo, y remedándolo: Que sabe faz a hora nao espera acontecer. Os amores na mente as flores no chao/A certeza na frente/A historia na mao. ¿Eh? ¿Eh? ¡Certissimamente Excelencia! ¡Certissimamente! ¿Cuándo vendrá el cargamento, seor consuleiro? Embora embora, que esperar nao é saber, le zumbo en la oreja. ¡Certissimamente!, fugó la voz del cónsul de izquierda a derecha. Movimiento de succión con el doble émbolo de la linguageral. Está además la cuestión de esos límites a la bailanta que tenemos que ajustar, eh seor cónsul. Los saltos de agua. Las presas. ¡Sobre todo las presas que quieren convertimos en una presa ao gosto do Imperio mais grande do mundo! Eh. Eh. Eh. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Certissimamente!, seguía mascullando el incierto embustero por una y otra juntura. Ah y ah y ah, no vuelva a omitir el tratamiento adecuado a la República y al Gobierno Supremo. Vea que esto no es teatro. Lo que convengamos con el imperio no será materia de aplausos sino de firmas muy firmes. Francas y honradas. De una cordillera a la otra. ¡Certissimamente Excelencia! Cuando vi que la comisura-comisionaria iba a deslizarme algo al oído, levanté la mano: Vocé va a pedirme que después de la función le envíe a su alojamiento a la Mujer-que -viene-de-los-bosques, ¿no? Usted pretende que le repita en privado la escena de la tijera, ¿no es eso, seor conselheiro? ¡Usted es un genio, Señor Dictador Perpetuo de la República do Paraguay! ¡Tiene dotes de taumaturgo adivinador!
¡El más zahori de los adivinadores! ¡Telepatía pura! Vea, mi estimado telépato Correia, usted comprenderá que no puedo prostituir a la República arrimándola a su cámara. No, da Cámara, esta correia no es para su cuero. ¿Puedo yo pedirle a usted que traiga al imperio y lo meta en mi cama? Francamente no. Lo menos que se puede decir sobre eso, seor consuleiro, es que no está bien ¿no? ¡Nada beim! Os amores na mente/As flores no chao, ¿eh, no?, ¡Certissimamente tein razón, Excelencia! Bien entonces mañana seguiremos conversando en la Casa de Gobierno, que agora la función se ha terminado. Veo entrar al ministro Benítez con el sombrero de plumas del enviado imperial. ¿No sabe usted, bribón, que no debe aceptar regalos de nadie? ¡Devuelva inmediatamente ese adefesio con el que se le ha pretendido sobornar! Por este despropósito le impongo un mes de arresto.
En el mismo sitio, donde está sentado Echevarría el 12 de octubre de 1811, presenciando la parada y comiéndose las uñas, hago sentar al tercer enviado porteño Nicolás de Herrera, dos años después. Un congreso de más de mil diputados ha establecido por aclamación el Consulado. Yo ocupo la silla de César; Fulgencio Yegros, la silla de Pompeyo. El primo, ex presidente de la ex Primera Junta Gubernativa, sitia ahora segundo a mis espaldas.
En Buenos Aires, a la caída del Triunvirato, un presunto Poder Supremo en Formación envía al gato malhumorado de Herrera. Ha llegado a Asunción en mayo. Mal mes para los porteños. Desde entonces aguarda a que se le reciba. Lo he mandado guardar en el depósito de la Aduana. Decoroso alojamiento, el galpón de las mercaderías suspectas de olor a contrabando. El gato emisario trae los dedos llenos de antojos, los ojos llenos de dedos. Se desahoga, entretanto, enviando a su gobierno notas confidenciales plagadas de antojadizas inconfidencias. 1
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Ahora está sentado en el mismo escaño que ocupó Echevarría. Formando con él la segunda persona de una sola traicionera no-persona. Antes, le he permitido asistir al Congreso a presentar sus pretensiones. Se le ha dicho que no y no y no a todo. Le he dicho que el Paraguay no necesita de tratados para defender su libertad y conservar la fraternidad con los otros Estados. Son leyes y sentimientos naturales de su constitución. Dos meses después se irá con las manos vacías. Sin unión, sin alianza, sin tratado, con sólo el par de zapatones nuevos y el poncho de sesenta listas que se le ha regalado a costa del erario para reponer su vestimenta y zapatos completamente arruinados en los vanos trajines. A duras penas ha conseguido salvarse del ataque de los ciudadanos por su petulante comportamiento en el congreso.
Está ahí, con fuerte custodia, presenciando enfurruñado, engurruñado, la parada que él supone he mandado dar en su honor y desagravio, sin darse cuenta de los verdaderos fines que ella persigue.
En plan de sumar individuos afines, pongo junto al porteño Herrera al brasileño Correia da Cámara, nuestro conocido enviado imperial. En los días de aquella época aún no lo conocíamos, pues vendrá al Paraguay sólo diez años y pico después. Mi diversión favorita es meter dos alacranes en una botella. No hay dos sin tres. Metamos pues a otro alacrán porteño en el frasco. El último, el Coso éste, al igual que el cascarrabias de Herrera y el tunante de Echevarría, es afecto a escribir cartas. El Coso García 1 se queja contra mí a sus comitentes de Buenos Aires. Me adula al mismo tiempo con porteña desfachatez. No sé por qué todos estos bribones creen que van a poder arruinar al Paraguay con epistolarios. Allá ellos.
Aquí los pongo en la botella. Tres alacranes. Cuatro escorpiones. Los que sean. A voluntad. Entrelazan sus colas, sus pinzas. Secretan sus jugos venéficos. Agitar bien el frasco. Ponerlo al sereno, hasta que los bichos se serenen del todo. El veneno se vuelve entonces bebedizo benéfico. Tomarlo en ayunas, bien de madrugada. Dosis homeopáticas. Por tiempos seguidos. La continuidad-simultaneidad es lo que hay de mejor en la cura de las obstrucciones de todo tipo.
Nicolás de Herrera, Juan García Coso, Manuel Correia da Cámara, alacranes diplomados, me sirven de corrial. Me han querido usar. Yo los he usado a ellos.
Correia se muestra aún engurruñado y temeroso. Siempre anda de costado. Sólo muestra un ojo, una mejilla, una mano, una pierna, medio corazón, ninguna cabeza. Figura de cangrejo. No se sabe si camina hacia atrás o hacia adelante. Talones dobles. Sólo le han crecido las plumas del sombrero y pelos por todo el cuerpo. Sobre su capa de armiño, en pleno verano, se le ensancha en el lomo la negra mancha de sus intenciones con la forma del mapa del imperio, doblado también por el medio. Sólo se ve la mitad que crece hacia el oeste. Por ahora, media mancha de tinta en el rastro de las bandeiras. Después veremos.
A Cámara le obsesiona la posible interferencia porteña. Cosa que me conviene a mí. Sospecha que Coso impedirá a costa de intrigas mis negociaciones con el imperio. Teme, además, un atentado contra su vida por parte de los porteños y de los porteñistas de Asunción. Anoche, durante la cena, me ha referido lo que se ha tramado contra él. Acusa directamente al gobierno de Buenos Aires de querer hacerlo asesinar. Vea, Excelencia, la carta que el doctor Juan Francisco Seguí envió a Bonifacio Isaz Calderón, y que mis agentes han logrado interceptar: El Emperador ha destinado como agente suyo ante el gobierno paraguayo a un atolondrado que está en Montevideo próximo a partir rumbo a Asunción. Conviene que se le sorprenda en el tránsito y se lo traiga a Buenos Aires donde será bien recibido como se merece, o que sea asesinado en el mismo Campo, si posible fuese por algún Paysano que quiera aprovecharse de Seis Mil pesos. O si no, que se emplee una buena carga de arsénico en la sopa. ¿Es auténtica esta carta, Correia? ¡Certissimamente, Excelentísimo! ¿No es fabulada? ¡Nao é! ¡Es carta muy verdadera! ¡No se preocupe, mi sentenciado Correia! Usted está ahora comiendo conmigo tranquilamente, y yo le aseguro que esa sopa de carne pisada, que nosotros llamamos so'yo, es la más sana y nutritiva del mundo. Tómela sin cuidado. En el Paraguay usted está a cubierto de todo peligro. ¡Certissimamente, Excelencia! ¡Mais me he salvado so por un pelinho!
He resuelto, pues, juntar estos festejos en uno solo. Y ya que estamos de parrandas, arranquemos de la que se celebrara en Asunción, inaugurando estos desmanes fiesteros, antes aún de la Independencia. Retrocedamos un poco. Mi trato con cangrejos ha contagiado a mis apuntes de vicios tornatrases.
Lo malo de los festejos populares es que siempre huelen a circo, a trampa. Leoneras preparadas. El pobre pueblo acude queriendo divertirse, olvidar sus penurias, desahogar a gritos su humillada existencia. ¿Cómo? Con el espectáculo de los señores de campanillas en los tablados. Cualquier cosa sirve de pretexto. La más baladí. La caída de una uña encarnada en el dedo del pie de un monarca. La fecha del natalicio de una delfina menarca. La caída de un imperio. El surgimiento de otro en su reemplazo. El cumpleaños de un favorito. La firma de un tratado. Cualquier cosa. El pueblo acude a estas costosas y miserables quimeras. Lo engañan, lo enardecen al cohete con fuegos artificiales. Le roban horas de su trabajo. Dilapidan los dineros del Estado. Se diría que sólo atizando el fanatismo colectivo pueden esconderse las miserias que lo entrampan. Qué se va a hacer, qué se va a hacer. Es la costumbre más antigua, desde los romanos. Algún día volveremos a vivir austeramente en catacumbas como los primeros cristianos. Enjaulados los tigres, los emperadores, los cónsules, los señorones. Entretanto, dejar vivir al pueblo. Matar de a poco las malas costumbres.
Decididamente, lo peor de lo malo en cuanto a pretextos, las fechas. Ésta del 12 de octubre, Día de la Raza, una de ellas. En la tabla de los calendarios parecen inmortales. Rigen la ilusión de realidad. Menos mal que, por lo menos en el papel, el tiempo puede ser comprimido, ahorrado, anulado.
1804
El favorito de la reina, Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, ha aceptado el cargo honorario de Regidor Perpetuo de la ciudad. Asunción es la primera Capital en el reino de Indias que merece semejante distinción. El recibo simbólico del Príncipe de la Paz en el Ayuntamiento da lugar a los antedichos festejos. Los de más pompa que se recuerdan. Comienzan con un gran banquete de setenta y cuatro cubiertos ofrecidos por el odiado gobernador Lázaro de Ribera y Espinoza de los Monteros, 1 en vajilla de plata. A lacabecera de la mesa, recostado contra un copón de oro, el valido Manuel Godoy; es decir, su retrato lleno de guirnaldas. Bajo inmenso sello de lacre la cédula real que lo ha consagrado Gran Ayuntador. Desde el retrato nos saluda con lentos ademanes, los dedos cuajados de sortijas. Luego del banquete, que dura seis horas, el Príncipe de la Paz es llevado en una carroza tirada por ocho caballos negros y ocho yeguas blancas, al son de la banda de músicos. Un cuerpo de miñones custodia la galera. Atrás marchan el gobernador y el obispo en otro galeón. A pie, las planas mayores de los regimientos, de los diarios, los titulares de los corregimientos, la aristocracia principal. Numerosísima banda de clérigos regulares e irregulares. ¡Qué dignidad la de aquellos tiempos!
1 «Me entretienen con procedimientos dilatorios. Se me tiene prácticamente secuestrado en el almacén de la Aduana. Se me dice que sólo después del congreso y el cambio de gobierno seré recibido, pero nadie sabe cuándo ha de reunirse ese famoso congreso. Lo único cierto es que aquí los porteños son más odiados que los sa mácenos. Si el congreso se niega a enviar diputados y se les declara la guerra, media provincia se levanta… La eminencia gris de este Govno, cada vez más tirano, con el Pue blo cada vez más esclavo, no tiene más objeto que ganar tiempo y gozar sin pesa dumbre las ventajas de la independencia. Este hombre imbuido de las máximas de la República de Roma intenta ridiculamente organizar su Govno por aquel modelo. Me ha dado pruevas de su ignorancia, de su odio a Buenos Ayres, y de la inconsecuencia de sus principios. Él ha persuadido a los paraguayos que la provincia sola es un Impe rio sin igual, que Buenos Aires la adula y lisonjea porque la necesita: que con el pre texto de la unión trata de esclavizar al continente. Que los pueblos han sido violenta dos para el embío de sus representantes: Que todas nuestras ventajas son supuestas: Y hasta en su contestación transpira su rivalidad pues jamás se me ha reconocido como embiado del Supremo Poder Executivo de las Provincias del Río de la Plata, sino como a un Diputado de Buenos Aires; ni a V E. se le atribuye otra autoridad.» (Memorial de Nicolás de Herrera al Poder Executivo, noviembre de 1813.)
«Los diputados vinieron tan irritados que han creído injuriosa la proposición. El Govnno aprovechándose de esta disposición les hizo resolver y que lo negasen en firme. Habiendo recibido el congreso mi oficio hubo un tumulto y los DD. juraron matarme si yo me acercase, y si un sacerdote no sube al pulpito a aplacar a la multitud, hubiera muerto sin remedio, ignominiosamente.» (Ibid)
1 1 Se refiere aquí a Juan García de Cossio enviado en diciembre de 1823 por Benardino Rivadavia, jefe del gobierno porteño. No tendrá más éxito que los comisionados anteriores. Cossio se queja de que El Supremo se porta con él de la manera más irreductible e incivil. Este por su parte, comenta Julio Cesan nunca explicó el por qué de su actitud; en su copiosa correspondencia con sus delegados en la que trataba todas las cuestiones internas y externas, jamás se refirió a García Cossio, ni a su misión ni a sus notas. Según Juan Francisco Seguí-secretario de Vicente Fidel López- el objetivo fundamental de la misión de Cossio era el de concertar una alianza con el Paraguay ante la inminencia de la lucha con el Imperio en la Banda Oriental. (Anais, t. IV, p. 125.)
Las comunicaciones de Cossio a El Supremo, como la de los otros enviados porteños y brasileros sometidos al purgatorio de los largos plantones, fueron numerosas. En este «suplicio por la esperanza», los «cargosos y pedigüeños maulas» se desahogaban en implorantes, resentidas o melancólicas misivas.
Por cada nota de las 37 enviadas desde Corrientes a Asunción, Cossio debió oblar a los chasques 6 onzas de oro, un traje completo y un equipo de montar que incluía desde las bridas del caballo hasta las espuelas del jinete, más un chifle con 10 litros de caña. En febrero de 1824 Cossio informa a su gobierno desde Corrientes que El Supremo Dictador no contesta aún y que los mensajeros no han regresado. Nada. Ni un indicio siquiera. La tierra parece habérselos tragado. Cossio emite esta triste reflexión: «Y este silencio, tan ajeno al Derecho de Gentes como a la Civilización, manifiesta desde luego que no se trata de variar en parte la menor, aquella misma conducta en que ha fijado toda su atención dentro del singular aislamiento en que se halla. Todo esto, pese a recordarle los esfuerzos realizados por los dos países en la Guerra de la Independencia y la amenaza que actualmente representan para América las miras ambiciosas de la Santa Alianza y la posibilidad de una expedición reconquistadora». El 19 de marzo de 1824 Cossio escribe nuevamente a El Supremo. Su oficio concluye: «El Paraguay se está perjudicando pues ha dejado de vender su yerba, su ta baco y sus maderas; su comercio se debilita por el cierre de los ríos y por la falta de mercados exteriores. Por otra parte, al gobierno de Buenos Aires le alarma la apertura de un puerto al Brasil y pide se le otorgue idéntica facilidad, aunque sea circuns cripto a un Punto, como se ha otorgado al Portugués». Al pie de esta comunicación hay una nota de El Supremo, escrita al sesgo en tinta roja: «¡Por fin vamos a oír buena música!». (N. del C.)
1 «A comienzos de 1795, Lázaro de Ribera fue nombrado Gobernador militar y po lítico e Intendente de la real Hacienda del Paraguay. Antes de viajar a la sede de su gobierno contrajo enlace con la linajuda dama Mana Francisca de Savatea, ligándose así a la aristocracia porteña. Una de sus cuñadas era esposa de Santiago de Liniers [futuro virrey]. Ribera no le cede la derecha a sus grandes antecesores [en la sede de la gobernación]: Pinedo, Melo, Alós, y quizás en muchos aspectos los supere. Caló muy hondo en la tierra guaraní, supo de sus dolores y sus miserias, y tendió la mano al desvalido y al pobre. Proféticamente señaló que el gran puerto para el Paraguay era Montevideo, y anticipó la grandeza del Plata, escribiendo: "Las Provincias del Virreinato de Buenos Aires llegarán a un grado tal de opulencia en tanto se facilite la extracción de las primeras materias que deben pasar el Océano para avivar y dar energía a las Manufacturas de la Península ". Creyó en el porvenir del Paraguay por su tierra fértil, su producción abundante, sus ríos que la riegan y ponen en contacto con el mundo.» (N. de julio César.)
«Aunque de carácter ardiente e impetuoso, impaciente ante toda traba, vanidoso de sí mismo y de aristocrático abolengo, fue Lázaro de Ribera uno de los mandatarios hispanos más iluminados que hubo en esta parte de América, en las postrimerías del siglo xvii.» (Coment. de/ P. Furlong, cit. por J. C.)