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No creas que te lo cuento para que me tengas lástima, sino para mostrarte hasta qué punto he roto los vínculos con mi familia. (¿Quizá porque siento que así, en cierta manera, me limpio del estigma que ha causado nuestro distanciamiento?)

Me he mudado al apartamento de Jeff, que es ahora toda mi familia. No sabes qué gusto da tener una familia que tú misma has escogido, en lugar de una que te ha sido impuesta. Supongo que es una prueba de madurez.

Jeff es músico a ratos perdidos, y para ganarse el pan trabaja en un laboratorio odontológico, haciendo empastes y puentes. Lo conocí hace unos meses, en una clase de danza africana, donde él acompañaba con sus congas. Era una de esas clases en Downtown a las que yo tenía que acudir clandestinamente por las tardes, después de mis clases de arte en Midtown. Nos enamoramos y ahora vivimos juntos, sencillamente. No creo que sea para toda la vida; mientras tanto, yo feliz. Él tiene veintiocho años, pero parece de nuestra edad. Es lo que se dice un ser libre. Trabaja mucho de lunes a viernes, pero los fines de semana con él son una verdadera fiesta; siempre tiene que tocar en algún club (pertenece a varios conjuntos), y luego nos vamos de copas o a bailar y lo demás.

De vez en cuando tengo la extraña sensación de que acabo de llegar, o más bien, de que acabo de nacer, y siento unas enormes ansias de crecer y ver más el mundo. Aquí el tiempo pasa volando y yo aprendo algo nuevo cada día y cada día descubro que tengo muchísimas cosas más que aprender. Y, sabes, lo único que me entristece un poco, es no tener una amiga como tú, alguien a quien conozco desde siempre, para poder compartir todo esto y, por así decirlo, mirar hacia atrás.

Me pregunto qué haces tú en Guatemala. ¿Vas a la universidad? ¿Trabajas? ¿A quiénes ves? Y sobre todo, ¿cuánto habrás cambiado? Porque habrás cambiado, sin duda — ésta es la edad de los grandes cambios. Apenas me acuerdo de cómo era yo misma hace un año, cuando me fui. Supongo que te resultará difícil creerlo, pero a pesar de la tragedia que me ha tocado vivir, no cambiaría por nada del mundo mi estilo de vida actual. No es que quiera ser arrogante, o que me sienta demasiado satisfecha de mí misma, pero si tú supieras lo que es sentirse tan libre… Desde luego que no me he emancipado completamente. Dependo de Jeff para muchas cosas, me siento un poco como una concubina, y eso no está bien. Pero estoy buscando un empleo para ayudarlo económicamente, y luego pienso continuar mi educación — aunque no estoy segura de qué quiero estudiar.

Ya es el verano, ni estación favorita, a pesar del calor que todo lo derrite y que te roba energías, pero que tiene la virtud de dejar prácticamente vacía la ciudad. La poca gente que se queda es la más joven y alegre, y vive fuera, en las calles y en los parques. Los olores son más intensos, y la ciudad adquiere un aspecto casi tropical.

Insisto en que deberías venir a pasar aquí aunque sea unos días, para experimentar un poco de todo esto. Te mando mis nuevas señas. Como ves, sigo siendo fiel a nuestra amistad, y no pierdo las esperanzas de que reanudemos el contacto.

5

Noviembre de 1996

Gracias por la postal. De modo que fuiste a París y no te las arreglaste para hacerme ni siquiera una visita de lechero. No creas que considero la postal como respuesta. Más bien la sentí como una especie de provocación, después de mis larguísimas cartas y tu silencio. No importa. Como sabes, nunca me hice ilusiones acerca de lo que significa la amistad.

Me alegra saber que te divertiste en París, aunque te diré que mi idea de diversión no es una noche de copas en el Moulin Rouge. Y celebro que tuvieras, como dices, tiempo para «una aventura exótica». (Mi traducción de eso sería un revolcón con un argelino, o algo por el estilo.) Lo que me parece un poco cómico es que le dieras tanta importancia a algo así, como para sentirte impelida a romper tu silencio y escribirme. Y eso me hace preguntarme cómo sera — cómo seguirá siendo — la vida sexual en Guatemala para una mujer joven y guapa como tú. Cuando pienso en eso, casi le agradezco a mi padre el sambenito del secuestro, que me expulsó de allá. No creas que esto es un jardín de rosas, pero aun con mis problemas (detesto el trabajo que acabo de conseguir, creo que Jeff tiene una amante) la simple idea de no estar allá me hace feliz. «¡Me he escapado, me he escapado!» — ése es mi estado de ánimo predominante cuando pienso en Guatemala.

Cómo corre el tiempo. Ya es otra vez el otoño. Dos años sin vernos. Misteriosamente, una hoja roja arrancada por una ráfaga de viento, me cayó ayer en la cabeza cuando atravesaba Tompkins Square, y me hizo pensar en ti.

Estoy considerando la posibilidad de mudarme y conseguir una compañera para compartir el alquiler, porque con Jeff la cosa ya no funciona. Intentaría persuadirte para que vengas a vivir conmigo, pero sé que fracasaría, de modo que no lo intentaré.

6

Marzo de 1997

¡De modo que te casas! Felicidades, aunque me cuesta creerlo. Recuerdo muy bien la vez que me dijiste que no te casarías nunca, porque no querías niños y los hombres eran una partida de cerdos. Yo estaba de acuerdo, desde luego, pero hoy en día veo a todo el mundo con un poco más de indulgencia. En cualquier caso, supongo que habrás elegido sabiamente, aunque no me has contado nada acerca de él. ¿Es rico y guapo, inteligente y gentil?

¡Cuéntame!

7

Octubre de 1997

Gracias por tu carta, que me tomó completamente por sorpresa. Me he mudado en tres ocasiones durante los últimos meses, pero por fortuna la persona que pasó a ocupar mi penúltimo apartamento — adonde llegó tu carta — es una amiga de amigos, y me la reenvió.

Quieres saber si ha habido muchos cambios en mi vida. La respuesta es sí y no. He dejado a Jeff y ahora vivo sola, lo que es, créeme, una mejora. Es la primera vez que me siento totalmente independiente, y, aunque al principio me sentía un poco extraña, ahora adoro ni soledad. No sé si algún día decida vivir otra vez con alguien, pero por de pronto quiero disfrutar de mi emancipación. También he cambiado de trabajo, y esto es otra mejora, porque gano mucho más dinero y detesto menos el nuevo trabajo que el anterior. Aparte de esto, todo sigue igual. Me pides que te cuente cómo son mis semanas aquí. La pregunta suele ser, cómo son tus días, y si me hubieras preguntado eso quizá mi respuesta habría sido que mis días no se parecen entre sí. Pero al pensar en mis semanas, gracias a tu pregunta, he podido ver que siguen cierta norma. Para darte una idea más clara del asunto, me he tomado la molestia de revisar los recibos que he guardado últimamente. He aquí, en esquema, mis actividades durante la primera semana de este mes.

Clases de danza: cuatro, sesenta dólares. Un espectáculo de danza: veinte dólares. Películas: dos, dieciséis dólares. Cenas: cuatro, cien dólares. Un club nocturno: cincuenta dólares. Una clase de meditación: quince dólares. Galerías de arte: diez, gratis.

Visitar galerías se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Además de ser gratis — cosa muy importante para alguien como yo — me encanta el ambiente que se crea alrededor de las obras de arte. Por mucha confusión que exista actualmente acerca del arte, cada quien tiene sus propias ideas acerca de lo que es una obra de arte, y eso, me parece, es lo que cuenta. Hay en algunas obras raras como un residuo de lo religioso — pero sin ningún elemento didáctico, de modo que tú puedes ponerte en contacto directamente con el espíritu creador. Desde luego que hay incompetentes y charlatanes por todas partes y abundan los artistas falsos y por cada uno que es auténtico hay cien que se engañan. Pero si tienes suerte y tu artista sabe lo que hace, unos minutos de contemplación pueden bastar para darte tanta felicidad como cien sesiones de, digamos, meditación trascendental.