Выбрать главу

– ¿Has dicho que la quieres? -insistió-. Ni siquiera la conoces. Sus bombones preferidos son los de harina de almendras y su color favorito es el rojo vivo. Su aroma predilecto es el de la mimosa. Nada como un pez, le disgustan los zapatos negros y adora el mar. Tiene una cicatriz en la cadera izquierda, de los tiempos en los que se cayó de un tren de mercancías polaco. Detesta su pelo rizado, a pesar de que es una maravilla. Le gustan los Beatles y no los Stones. En el pasado robaba las cartas de los restaurantes porque no podía darse el lujo de comer en ellos. Es la mejor madre que conozco… -Roux hizo una pausa-. No necesita tu caridad. En cuanto a Rosette… -La cogió en brazos y la abrazó de modo que sus caras casi se tocaron-. Rosette no es un caso, sino una niña perfecta.

Thierry quedó momentáneamente desconcertado, pero no tardó en comprender. Su rostro se ensombreció y paseó la mirada de Roux a Rosette y de Rosette a Roux. La verdad es innegable: es posible que la cara de Rosette sea menos angulosa y su pelo unos tonos más claro, pero tiene los ojos de Roux, su boca irónica y en ese instante no existió la menor confusión…

Thierry se dio media vuelta, movimiento armónico que quedó ligeramente fastidiado porque golpeó la mesa con la cadera, a raíz de lo cual una copa de champán cayó al suelo, se rompió y se dispersó por las baldosas cual una explosión de diamantes de mentira. Cuando madame Luzeron la recogió…

– ¡Vaya, qué suerte! -exclamó Nico-. Habría jurado que oí cómo estallaba.

Madame me miró sorprendida.

– Supongo que ha sido un golpe de suerte.

Ha ocurrido lo mismo que con el platillo azul, el de cristal de Murano que se me cayó aquel día, pero ahora he dejado de tener miedo. Contemplé a Rosette en brazos de su padre y no sentí consternación, miedo o angustia, sino un orgullo abrumador.

– Bueno, Yanne, será mejor que disfrutes mientras puedas. -Thierry se había detenido junto a la puerta y con el disfraz rojo resultaba imponente-. A partir de ahora te aviso que tienes que irte. Tal como está pactado, dispones de un trimestre, después de lo cual clausuraré el local. -Me miró con malicioso regocijo-. ¿Qué pasa? ¿Supusiste que, después de todo lo que ha ocurrido, te quedarías? Por si no lo recuerdas, soy el dueño del local y tengo planes que no te incluyen. Diviértete con tu chocolatería. En Pascua no quedará nada.

Bueno, no es la primera vez que alguien dice algo así. Cuando salió y dio un portazo, no sentí miedo, sino un nuevo y asombroso arrebato de orgullo. Había ocurrido lo peor y habíamos sobrevivido. El viento cambiante había ganado otra vez, pero en esta ocasión no experimenté sensación de derrota. Sentí que deliraba y que estaba en condiciones de enfrentarme personalmente a las Furias.

De pronto se me ocurrió algo terrible. Me puse bruscamente de pie y paseé la mirada por la chocolatería. La conversación se había reanudado, al principio despacio, pero poco a poco cobró impulso. Madanie Luzeron sirvió champán, Nico se puso a charlar con Michèle y Paupaul coqueteó con madame Pinot. Por lo que entendí, había consenso en que Thierry estaba borracho, sus amenazas no eran más que pura cháchara y a la semana siguiente todo estaría olvidado, ya que la chocolatería formaba parte de Montmartre y no podía desaparecer, de la misma forma que Le P'tit Pinson…

Faltaba alguien: Zozie se había ido.

Tampoco había huellas de Anouk.

14

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once y cuarto de la noche

Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que vi a Pantoufle. Casi había olvidado lo que representa tenerlo cerca, que me mire con sus ojos como arándanos, que se siente en mi regazo o en mi almohada a última hora de la noche, por si me asusto con el Hombre Negro. Claro que Zozie ya está en la puerta y tenemos que alcanzar el Viento del Cambio.

Llamo a Pantoufle con mi voz espectral. No puedo irme sin él. Pero no se mueve, sigue sentado junto a la cocina, mueve los bigotes y pone su cara más graciosa; por lo que recuerdo, nunca lo había visto con tanta claridad, ya que hasta el último pelo de su bigote queda perfilado por la luz. También percibo el olor que procede del pequeño cazo…

Solo es chocolate, me digo.

Por alguna razón huele distinto, como el chocolate que bebía de pequeña: cremoso, caliente, con virutas de chocolate, canela y una cucharilla de azúcar que servía para revolverlo.

– Ya está bien, ¿vienes o no? -pregunta Zozie.

Llamo nuevamente a Pantoufle, pero no me hace caso. Claro que quiero ir, ver esos lugares de los que habló, cabalgar con el viento y ser fabulosa, pero Pantoufle sigue sentado junto al cazo de cobre y no sé por qué, pero no le puedo volver la espalda.

Sé que solo se trata de un amigo imaginario y que aquí está Zozie, real y viva, pero hay algo que debo recordar, una historia que mamá solía contar sobre un chico que renunció a su sombra.

– Vamos, Anouk.

Su voz suena tajante. El viento que entra en el obrador es frío y hay nieve en el umbral y en sus zapatos. En el local suena un ruido repentino, huelo a chocolate y oigo que mamá me llama.

Zozie me coge de la mano e intenta arrastrarme a través de la puerta abierta. Noto que mis zapatos se deslizan por la nieve y el frío de la noche se cuela por debajo de la capa.

¡Pantoufle!, lo llamo por última vez.

Al final viene a mí, oscuro en medio de la nieve. Durante un segundo no contemplo el rostro de Zozie a través del Espejo Humeante, sino a través de la sombra de Pantoufle, y es la cara de una desconocida que nada tiene que ver con Zozie, ya que está retorcida y doblada como un trozo de chatarra y es vieja, viejísima, como la tatarabuela más vieja del mundo; en lugar del vestido rojo, como el de mamá, viste una falda de corazones humanos y sus zapatos son de pura sangre en la nieve amontonada.

Grito e intento apartarme.

Me agarra con la señal del Uno Jaguar y oigo que me dice que todo saldrá bien, que no tenga miedo, que me ha elegido, que me quiere, que me necesita, que nadie lo comprende…

Sé que no puedo detenerla. Tengo que ir. He llegado demasiado lejos; comparada con la suya, mi magia no sirve de nada, pero el olor del chocolate sigue siendo intenso, como el del bosque después de la lluvia; de sopetón veo algo más y en mi mente se forma una imagen imprecisa. Veo una chiquilla de pocos años, más pequeña que yo. Está en una tienda y delante tiene una caja negra, como el dije del ataúd que cuelga de la pulsera de Zozie.

– ¡Anouk!

Detecto la voz de mamá, pero ahora no puedo verla porque está demasiado lejos. Zozie me arrastra hacia la oscuridad y mis pies la siguen en medio de la nieve. La cría está a punto de abrir la caja, que contiene algo terrible, y si supiera cómo tal vez se lo impediría…

Estamos enfrente de la chocolatería. Nos encontramos en la esquina de la place de Faux-Monnayeurs y miramos la calle adoquinada. Hay una farola que ilumina la nieve y nuestras sombras se extienden hasta los umbrales. Con el rabillo del ojo diviso a mamá, que mira hacia la plaza. Da la impresión de que se encuentra a cien kilómetros, pero la verdad es que no está muy lejos. También avisto a Roux, a Rosette, a Jean-Loup y a Nico; de alguna manera sus caras están muy lejanas, como si las viera con un telescopio…

Se abre la puerta y mamá sale.

Oigo muy lejos la voz de Nico, que pregunta: «¿Qué demonios ha sido eso?».

Tras ellos, el murmullo de voces se funde con una maraña de estática.

El viento arrecia. Se trata del Huracán… y es imposible que mamá luche con ese viento, aunque veo que lo intenta. Parece muy tranquila. Casi sonríe. Me pregunto cómo es posible que hayamos pensado que se parece a Zozie…