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Zozie dirige a mamá su sonrisa caníbal y pregunta:

– ¿Por fin has tenido una ráfaga de inspiración? Vianne, es demasiado tarde. He ganado la partida.

– No has ganado nada -puntualiza mamá-. Los de tu calaña nunca ganan. Podéis pensar que triunfáis, pero vuestra victoria siempre es pírrica.

Zozie esboza una mueca de contrariedad.

– ¿Por qué estás tan segura? La niña me siguió por decisión propia.

Mamá no le hace el más mínimo caso.

– Anouk, ven aquí.

Estoy anclada en el suelo, bajo la luz helada. Quiero ir, pero hay algo más, una voz susurrante que, como un anzuelo gélido clavado en mi corazón, me empuja en dirección contraria.

Es demasiado tarde. Ya has elegido. El Huracán no se irá

– Por favor, Zozie, quiero ir a casa.

¿A casa? ¿A qué casa te refieres? Nanou, los asesinos no tienen casa. Los asesinos cabalgan con el Huracán…

– Yo no soy una asesina.

¿Estás segura? ¿Estás segura de que no lo eres?

Su risa suena como la tiza en la pizarra.

– ¡Suéltame! -grito.

Zozie vuelve a reír. Sus ojos parecen ascuas, su boca semeja un alambre y me sorprendo de haber pensado que era fabulosa. Huele a cangrejo muerto y a gasolina. Sus manos son como racimos de huesos y su pelo parece algas en vías de putrefacción. Su voz es la noche, su voz es el viento y percibo lo hambrienta que está y lo mucho que desea tragarme entera.

En ese momento mamá toma la palabra. Parece muy tranquila, pero sus colores se asemejan a los de la aurora boreal, son más intensos que los Champs Elysées y chasquea los dedos ante Zozie con un ademán que conozco perfectamente.

¡Fuera, fuera, lárgate!

Zozie esboza una sonrisa compasiva. La sarta de corazones que rodea su cintura se agita y se mueve como la falda de una animadora deportiva.

¡Fuera, fuera, lárgate! Mamá vuelve a hacer la señal de los cuernos y esta vez vislumbro una diminuta luz que cruza la plaza en dirección a Zozie y que parece una chispa escapada de una hoguera.

Zozie vuelve a sonreír.

– ¿Es todo lo que puedes hacer? ¿Solo recuerdas la magia hogareña y los ensalmos que hasta un niño es capaz de aprender? Vianne, cómo has desperdiciado tus habilidades. ¡Y pensar que podrías haber cabalgado con el viento, como nosotras! Claro que algunas personas son demasiado viejas para cambiar y tienen miedo de ser libres. -Zozie da un paso hacia mamá y cambia nuevamente. Se trata de un encanto, está claro, pero se la ve hermosa y no puedo dejar de contemplarla. El collar de corazones ha desaparecido y solo luce una falda con eslabones de algo que parece jade y un montón de joyas de oro. Su piel tiene el tono de la crema del café moca, su boca semeja una granada abierta, sonríe a mamá y añade-:Vianne, ¿qué tal si nos acompañas? Todavía no es demasiado tarde. Las tres juntas… seríamos imparables, más fuertes que las Benévolas, incluso que el Huracán. Vianne, seremos fabulosas e irresistibles. Venderemos seducciones y dulces sueños, no solo aquí, sino en todas partes. Con tus bombones montaremos un negocio internacional y sucursales por todo el mundo. Vianne, todos te querrían, cambiarías la vida de millones…

Mamá vacila. ¡Fuera, fuera, lárgate! Ya no pone empeño en lo que hace y la chispilla se apaga antes de llegar a la mitad de la plaza. Da un paso hacia Zozie… Solo está a cuatro metros, sus colores se han embotado y da la sensación de que se ha sumido en una especie de trance…

Quiero decirle que es un engaño, que la magia de Zozie se parece a un huevo de Pascua barato, puro papel brillante por fuera, pero cuando lo abres no hay nada; entonces recuerdo lo que me mostró Pantoufle: la cría, la tienda, la caja negra, la bisabuela sonriente como un lobo disfrazado…

De pronto recupero la voz y grito con todas mis fuerzas, sin saber qué significan las palabras, pero consciente de que son poderosas, de que se trata de palabras con las que elaborar un conjuro y detener el viento invernal.

– ¡Zozie! -chillo. Cuando me mira pregunto-: ¿Qué había en la piñata negra?

15

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once y veinticinco de la noche

El hechizo se rompió. Zozie se detuvo y me clavó la mirada. Se acercó a mí y pegó su cara a la mía. Percibí el olor a cangrejo muerto, pero no parpadeé ni aparté la cabeza.

– ¿Te atreves a preguntármelo? -espetó.

Mirarla resultó casi insoportable. Había cambiado su rostro y volvía a ser temible: una giganta con la boca como una caverna llena de dientes cubiertos de musgo. La pulsera de plata que llevaba en la muñeca parecía un brazalete de calaveras y su falda de corazones chorreaba sangre, dejaba caer una lluvia de sangre sobre la nieve. Era espantosa, pero estaba asustada y, tras ella, mamá era testigo de lo que ocurría y esbozaba una sonrisa peculiar, como si, de alguna manera, comprendiese mucho más que yo.

Me dirigió una levísima inclinación de cabeza.

Repetí las palabras mágicas:

– ¿Qué había en la piñata negra?

Zozie lanzó una especie de gruñido ronco.

– Nanou, creía que éramos amigas. -Repentinamente volvió a ser Zozie, la Zozie de siempre con los zapatos de caramelo, la falda escarlata, el pelo con la mecha rosa y los collares multicolores y tintineantes. Me pareció tan real y conocida que se me estrujó el corazón al verla tan triste. Le temblaba la mano que había apoyado en mi hombro y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando susurró-: Por favor…, ay, Nanou, te lo ruego, no me obligues a decirlo.

Mi madre se encontraba a menos de dos metros. Tras ella, en la plaza, estaban Jean-Loup, Roux, Nico, madame Luzeron y Alice; sus colores parecían los fuegos artificiales del catorce de julio: dorados, verdes, plateados y rojos.

A través de la puerta abierta noté un súbito olor a chocolate y pensé en el cazo de cobre al fuego, en la forma en la que el vapor se había deslizado hacia mí como dedos espectralmente suplicantes y en la voz que casi había creído oír, la de mi madre, que decía: Pruébame, saboréame…

Pensé en todas las veces que me había ofrecido chocolate caliente y lo había rechazado. No lo rechacé porque me disgusta, sino debido a que estaba enfadada porque había cambiado, a que la responsabilizaba de lo que nos había ocurrido y a que quería desquitarme, demostrarle que soy distinta…

Zozie no tiene la culpa, pensé. Zozie no es más que el espejo que nos muestra lo que queremos ver: nuestras esperanzas, nuestros odios, nuestras vanidades. Cuando lo miras de verdad, el espejo no es más que un trozo de cristal…

Por tercera vez pregunté con mi voz más diáfana:

– ¿Qué había en la piñata negra?

16

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once y media de la noche

Ahora lo veo perfectamente, como las ilustraciones de la baraja del tarot: la tienda en penumbras, las calaveras en los estantes, la cría, la tatarabuela con expresión de horrorosa voracidad en su rostro antiguo.