Выбрать главу

Lo abrazo y comento:

– Creí que ya no venías.

– Pues aquí estoy.

Se impone el silencio. Roux sigue de pie, con Rosette en brazos. El local está lleno, aunque daría igual que no hubiese nadie y, pese a que parece bastante tranquilo, por la forma en la que mira a mamá sospecho que…

Observo a mamá a través del Espejo Humeante. Se lo toma con calma, pero sus colores son intensos. Mamá avanza un paso y dice:

– Te guardamos el sitio.

Roux la mira.

– ¿Estás segura?

Mamá asiente.

Todos lo observan y durante unos segundos sospecho que está a punto de decir algo, ya que a Roux no le gusta ser el centro de atención; en realidad, se siente incómodo cuando está rodeado de gente…

Mamá da otro paso y lo besa tiernamente en los labios. Roux deposita a Rosette en el suelo y abre los brazos.

No hace falta el Espejo Humeante para darse cuenta. Es imposible pasar por alto ese beso, la forma en que encajan como piezas de un rompecabezas o la luz que enciende la mirada de mamá cuando coge a Roux de la mano y se vuelve para sonreír a todos.

Vamos, la apremio con mi voz espectral. Comunícalo. Dilo, dilo de una vez.

Mamá me mira fugazmente y sé que, de alguna manera, ha captado mi mensaje. Pasea la vista por nuestro círculo de amigos, ve que la madre de Jean-Loup sigue de pie, con cara de limón exprimido, y titubea. Todos están pendientes de mamá… Sé qué piensa, es evidente. Aguarda la mirada fulminante, la misma que hemos visto tantas veces, la que parece decir «tú no tienes nada que hacer aquí, no eres de los nuestros, eres distinta…».

Alrededor de la mesa nadie habla. Arrebolados y bien alimentados, todos la contemplan en silencio, salvo Jean-Loup y su madre, que nos ha clavado la mirada como si fuésemos una guarida de lobos. Nico el Gordo coge de la mano a Alice, con sus alas de hada; madame Luzeron está ridícula con el conjunto de jersey y chaqueta y el collar de perlas; madame Pinot luce su disfraz de monja y, con el pelo suelto, parece veinte años más joven; a Laurent le brillan los ojos; Richard, Mathurin, Jean-Louis y Paupaul fuman y nadie, absolutamente nadie, la fulmina con la mirada.

Entonces es su rostro el que cambia. Se suaviza como si se hubiese quitado un peso de encima. Por primera vez desde que nació Rosette se parece realmente a Vianne Rocher, a la misma Vianne que voló hasta Lansquenet y jamás se preocupó por la opinión de los demás.

Zozie esboza una ligera sonrisa.

Jean-Loup aferra la mano de su madre y la obliga a sentarse.

Laurent entreabre los labios.

Madame Pinot se pone como una fresa.

Mamá declara:

– Queridos, quiero que conozcáis a alguien. Se trata de Roux, el padre de Rosette.

9

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once menos veinte de la noche

Oigo el suspiro colectivo; algo que, en otras circunstancias, habría sido de desaprobación, pero en este caso, tras los alimentos y el vino, suavizado por la celebración y por el desacostumbrado encanto de la nieve, parece la exclamación que acompaña una muestra espectacular de fuegos artificiales.

Roux se muestra cauteloso, aunque finalmente sonríe, acepta la copa de champán que le ofrece madame Luzeron y la levanta para brindar con todos.

Me siguió al obrador cuando la charla se reanudó. Rosette lo persiguió a gatas, con su disfraz de mono, y ahora recuerdo lo fascinada que quedó la primera vez que Roux entró en la chocolatería, como si hasta ella lo hubiese reconocido.

Roux se agachó y le acarició los cabellos. El parecido entre ambos es tiernamente conmovedor, como los recuerdos y el tiempo perdido. Hay tantas cosas que no ha visto: la primera vez que Rosette levantó la cabeza, su primera sonrisa, los dibujos de animales, el baile de la cuchara que tanto encolerizó a Thierry. Por su expresión ya sé que jamás le recriminará que sea distinta, que Rosette nunca lo avergonzará, que ni se le ocurrirá compararla con nadie ni pedirle que sea más que ella misma.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -quiso saber Roux.

Dudé antes de responder. ¿Qué verdad debía contarle? ¿Que tuve demasiado miedo, que fui demasiado orgullosa o demasiado terca para cambiar? ¿Que, al igual que Thierry, me enamoré de una fantasía que, cuando por fin estuvo a mi alcance, demostró que no era oro sino, lisa y llanamente, un manojo de paja?

– Quería que nos asentáramos y que nos convirtiésemos en gente corriente.

– ¿Has dicho corriente?

Le conté el resto. Le hablé de nuestra huida de pueblo en pueblo, de la alianza falsa, del cambio de nombre, del fin de la magia y de Thierry; también de la búsqueda de la aceptación al precio que fuera, incluso el de mi sombra, incluso el de mi alma.

Roux permaneció un rato en silencio y luego rió suave y guturalmente.

– ¿Lo has hecho a cambio de una chocolatería?

Negué con la cabeza.

– Ya no, se acabó.

Roux siempre insistió en que me esforzaba en exceso y me preocupaba demasiado…, pero ahora veo que no me preocupé lo suficiente por las cosas que de verdad me importan. Al fin y al cabo, una chocolatería no es más que arena y mortero, piedra y cristal. No tiene corazón ni más vida que la que nos arrebata. Y una vez que se la hemos dado…

Roux cogió en brazos a Rosette, que no se retorció como suele hacer cuando un desconocido se acerca a ella, sino que lanzó un silencioso cacareo de deleite e hizo signos con ambas manos.

– ¿Qué ha dicho?

– Dice que pareces un mono -respondí y reí-. Te aseguro que, viniendo de Rosette, es todo un cumplido.

Roux sonrió y nos abrazó. Permanecimos entrelazados unos segundos, con Rosette colgada de su cuello, el suave murmullo de las risas en el local y el aroma a chocolate.

En ese momento el silencio se impone en la chocolatería, resuenan las campanillas, la puerta se abre de par en par y a través de la abertura diviso otra figura de rojo y con la cabeza cubierta; una figura más alta, más corpulenta y tan conocida pese a la barba postiza que no me hace falta ver que en la mano lleva un puro.

Thierry entra en medio del silencio y tropieza al caminar, lo que apunta a que ha bebido.

Traspasa a Roux con una mirada malévola y pregunta:

– ¿Quién es ella?

– ¿Quién? -repite Roux.

Thierry cruza el local de tres zancadas; a su paso golpea el árbol de Navidad, por lo que los regalos se desparraman por el suelo, y con su rostro de barba blanca apunta a Roux.

– Lo sabes perfectamente. Me refiero a tu cómplice, a la que te ayudó a cobrar el cheque con el que te pagué, la misma que el banco grabó a través del circuito de televisión y que, al decir de todos, este año ha desplumado a más de un mamón en París.

– Ni tengo cómplices ni jamás cobré tu cheque -puntualiza Roux.

En ese instante noto algo en su expresión, veo que cae en la cuenta de algo, pero ya es demasiado tarde.

Thierry lo sujeta del brazo. Están muy cerca, semejan imágenes de un espejo distorsionado, Thierry con la mirada desaforada y Roux muy pálido.

– La policía lo sabe todo sobre ella -afirma Thierry-. Nunca había estado tan cerca de pillarla. Cambia de nombre, ¿no? Trabaja sola, pero esta vez ha cometido un error porque se lió con un perdedor como tú. ¿Quién es? -Habla a gritos y está tan rojo como Papá Noel. Clava en Roux su mirada ebria e insiste-: ¿Quién demonios es Vianne Rocher?

10

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once menos cinco de la noche

Vaya, ¿acaso no se trata de la pregunta del millón?

Thierry está borracho. Lo noto en el acto. Apesta a cerveza y a puro, olores que se adhieren a su disfraz de Papá Noel y a esa barba de algodón ridículamente festiva. Debajo del disfraz sus colores son lúgubres y amenazadores, pero me doy cuenta de que se halla en un estado lamentable.