– Mmmmm…
– Si Lucas Cortez se ofrece a ayudarte, no lo rechaces. No importa lo que la gente del mundo de las Camarillas diga de él, nadie puede negar la honestidad de sus intenciones. Dada tu situación con Savannah, diría que ese muchacho está perfectamente capacitado para ayudarte. Nadie sabe más que él acerca del mundo de las Camarillas, y es capaz de operar en él con total impunidad.
– Con respecto a las Camarillas -dije-. Parecen mucho más… importantes de lo que creía. De lo que mi madre creía.
El silencio se hizo en la línea.
– Tu madre y yo teníamos diferentes opiniones con respecto a algunos temas relativos al consejo y sus mandatos.
– Ella eligió no prestar atención a las Camarillas.
– Ella… -Robert hizo una pausa, como tratando de elegir sus palabras con cuidado-. Ella pensaba que nuestros esfuerzos estarían mejor dirigidos hacia otra parte. Yo quería investigar más a fondo a las Camarillas, aunque sólo fuera para saber más acerca de ellas. Tu madre no compartía mi posición.
– De modo que abandonaste el consejo.
– Bueno, sentí que ya no era la persona adecuada para ese cargo. Mis intereses estaban en otra parte. Tu madre y yo comenzábamos a envejecer, nos sentíamos cansados y desalentados. Pensé que debíamos pasarle el relevo a la generación más joven, a ti y a Adam. Pero ella no estaba lista para eso.
– Quizá porque pensaba que yo no estaba preparada aún. Yo… Voy a tener que cortar. ¿Puedo volver a llamarte si tengo más preguntas que hacerte?
– Aunque no las tengas, te agradecería que me tuvieras al tanto de todo cuando tengas tiempo, y estoy segura de que a Adam le gustaría hablar contigo. Postergaremos sus preguntas por ahora, pero llámalo cuando tengas oportunidad de hacerlo.
Le prometí que lo haría y después colgué.
Encontré a Cortez solo frente a la mesa de la cocina, leyendo un ejemplar del Boston Globe de la semana anterior.
– ¿Dónde está Savannah? -pregunté.
Él plegó el periódico y lo apartó.
– En su habitación, si la música que se oye puede tomarse como punto de referencia. ¿Has hablado con Robert?
Asentí.
– Y él me ha confirmado todo lo que dijiste. Lamento haberte dado tantos problemas.
– Fue perfectamente comprensible. Si yo hubiera esperado que confiaras en mí, te habría dicho la verdad desde el principio. Tienes todos los motivos para mostrarte cautelosa, tanto de los hechiceros como de cualquiera conectado con las Camarillas; una cautela que te sugiero mantengas. En casi todos los casos tu desconfianza estará bien fundada.
Me paré en el medio de la cocina y miré en todas direcciones, no muy segura de qué buscaba.
– ¿No hay nada más? -preguntó él.
Sacudí la cabeza.
– Sólo que siento… -Me encogí de hombros-. Cierto desasosiego, como diría mi madre.
Al mencionar a mi madre, pensé en lo que Robert me había dicho acerca de la reticencia de mi madre en darme un papel más importante en el consejo. Ella siempre me hacía sentir como si no hubiera nada que yo no pudiera hacer, ningún desafío al que yo no fuera capaz de responder. ¿Había sido eso sólo el apoyo de una madre hacia su hija?
Las palabras de Victoria volvieron a sonar en mi cabeza: Dios sabe bien que no te confiaríamos ni un periquito… Una muchacha tan incompetente que transforma un sencillo recurso de custodia en una encarnizada cacería de brujas.
– ¿Paige?
Caí en la cuenta de que Cortez me observaba.
– Las cosas se van a poner más difíciles, ¿verdad? -dije-. Esto es sólo el principio.
– Lo estás haciendo muy bien.
De pronto me sentí incómoda y puse mi taza en el horno. Volví a calentar el té y mantuve la cara hacia el microondas hasta que estuvo listo. Cuando me di media vuelta, me obligué a sonreír.
– Debo de ser la peor anfitriona del mundo, ¿no es así? Dejar que mi invitado me prepare té. ¿Qué puedo ofrecerte? ¿Café? ¿Una gaseosa? ¿Cerveza? ¿Algo más fuerte?
– Tentador, pero creo que esta noche será mejor que siga con el café. No quiero dormir demasiado profundamente con toda esa gente ahí afuera. Tú, por otro lado, te has ganado unos tragos de lo que puedas encontrar.
– Si quieres mantenerte sobrio para montar guardia, lo mismo haré yo. -Bebí un sorbo de té, hice una mueca y lo arrojé al fregadero-. Prepararé café para los dos.
Savannah irrumpió en la cocina y nos sobresaltó a ambos.
– Bueno, por fin soltaste el teléfono. Lucas y yo queríamos hablar contigo.
– No, no es así -negó Cortez y miró a Savannah-. Dije que mañana. Esta noche todos necesitamos descansar.
– ¿Mañana? ¡Yo no puedo esperar hasta mañana! Me están volviendo loca ahora.
– ¿Quién te está volviendo loca? -pregunté.
– ¡Ellos! -contestó y movió el brazo indicando el salón. Cuando yo no respondí, ella fulminó a Cortez con la mirada-. ¿Lo ves? Te dije que está en pleno período de negación.
– Savannah se refiere al gentío que está afuera -explicó Cortez-. Lo nuestro no es negación, Savannah. Lo que estamos haciendo es no prestarles atención, que, como te expliqué, es la mejor táctica en estas circunstancias. Ahora bien, quizá mañana…
– ¡Pero me están fastidiando ahora!
– ¿Te han hecho algo? -pregunté, mirando alternativamente a Savannah y a Cortez.
– ¡Están allí! ¿Eso no es suficiente? Tenemos que hacer algo.
– ¿Como qué?
Cortez le lanzó a Savannah una mirada de advertencia, pero ella lo ignoró.
– Ya sabes -dijo ella-. Magia. Estaba pensando en granizo.
– ¿Granizo? ¿Lo dices en serio, Savannah? ¿Tienes idea de los problemas en que estoy metida?
– Esto ya lo hablamos -intervino Cortez-. Le expliqué a Savannah que, por útil que pueda resultar la magia, en algunos casos, como en éste, sería mucho más perjudicial que beneficiosa.
– ¿Qué problema hay con el granizo? -preguntó ella-. Sólo es un fenómeno atmosférico, ¿no?
– No cuando la temperatura no ha descendido lo bastante -respondí mirando a Cortez-. No te preocupes. No sabe cómo hacer que granice.
– Yo no, pero tú sí -soltó Savannah.
Cortez me miró.
– ¿En serio? He oído hablar de esos hechizos, pero nunca he visto ninguno.
– Es porque es magia propia de brujas -explicó Savannah-. Una magia especial de brujas. Paige tiene unos Manuales antiguos geniales en los que está trabajando, y…
– No vamos a conjurar una tormenta de granizo -la interrumpí-. Ni vamos a utilizar ninguna otra clase de magia para librarnos de esas personas. Se irán por su cuenta.
– Eso es negación -le susurró Savannah a Cortez en voz suficientemente alta como para que yo la oyera.
– Es hora de irse a la cama -dije-. Son casi las once.
– ¿Y? Ya ni siquiera sé si volveré alguna vez a ir al colegio.
– Irás tan pronto este lío se calme. Hasta entonces, deberías mantener tu rutina normal. Y ya pasó tu hora de acostarte. Vete ya a la cama.
Y ella lo hizo, enfurruñada.
Juegos de bar
Cogí el paquete de café en grano de la despensa.
– Supongo que no me dejarás ver ese hechizo que produce una tormenta de granizo.
– Lo de «tormenta de granizo» es una exageración. Puedo conjurar un puñado de bolitas de hielo casi congeladas. Diría que es más una lluvia de nieve medio derretida. De todos modos, ¿cómo están las cosas ahí afuera? ¿Siguen siendo desastrosas?
– Digamos que, si la temperatura llega a descender mucho esta noche, yo te recomendaría probar con ese hechizo de granizo.
Fui al salón y, al apartar un poco las cortinas, vi una masa sólida de gente; incluso más personas de las que había cuando llegamos. Aunque eran ya las once de la noche, todas las linternas y los faroles de campamento iluminaban suficientemente el jardín como para jugar al fútbol. Las furgonetas con cámaras flanqueaban el camino, con las ventanillas bajas y sus equipos técnicos en su interior, bebiendo café, como policías en un operativo de vigilancia. Si bien los medios se limitaban a ocupar la calle, la gente cubría casi cada centímetro de mi jardín. Desconocidos sentados en sillas de camping bebiendo gaseosas; desconocidos con videocámaras que filmaban todo lo que se les cruzaba por delante; desconocidos agrupados en círculos con Biblias en la mano; desconocidos que portaban enormes pancartas que decían Satanás vive aquí y No se debe permitir que una bruja esté con vida.